Las elecciones internas de los partidos políticos se avecinan. Esto significa ansiedades, atropellamientos, zancadillas, mejor dicho, carnicería partidaria. Algunas instituciones o personajes solamente participarán para hacerse del «pistillo» de la deuda política, porque saben que no tienen oportunidad de contar con el respaldo del pueblo. Otros creen que tienen la posibilidad de impedir la gobernabilidad 2024-2029, aunque esto los lleve a hacer alianzas antes impensables: ultraderechistas con guerrilleros.
Ante esta realidad preelectoral, vale la pena reflexionar sobre la fortaleza de los institutos contendientes.
Cierto politólogo salvadoreño dijo hace seis años que «mientras haya 800,000 que les voten, ARENA y el FMLN están felices», pues «controlan su voto duro en cada elección». Agregó que, ante esa situación, «muy poco harían para cambiar sus maneras de gobernar y hacer política».
¿Qué pasó entonces con las fortalezas de ARENA y el FMLN que mencionaba el politólogo?
En lo único que acertó es que no modificaron sus formas de conducir el país. La exguerrilla tomó el violín con la izquierda, pero lo tocó con la derecha. Aprendieron a mantener el sistema corrupto.
La pregunta es lógica cuando vemos la estrepitosa caída de sus porcentajes de aprobación y los elevados números de repudio de la población hacia ambos partidos. No solo fueron arrasados en las presidenciales en 2019, sino también en los comicios legislativos y municipales de 2021.
Y para variar, en el escenario previsto en 2024 no aparece un cambio en la manera de pensar de la población, esa misma que les rompió el bipartidismo. Sondeo tras sondeo de todas las casas encuestadoras, incluso las de la oposición, colocan a ARENA y el FMLN entre el 1 % y el 3 % de preferencias. Los dos imperios, tricolores y rojos, que dominaron la palestra política salvadoreña durante tres décadas, ahora agonizan.
Todo indica que el voto duro, del que tanto se confiaron, ha quedado reducido a su mínima expresión. Tanto así que ambos partidos políticos sondean en privado la urgencia de presentar un solo bloque opositor para mantenerse con vida y, tal vez, lograr la llave legislativa que complique las acciones gubernamentales, tal como sucedió desde junio de 2019 hasta abril de 2021. Varios de sus «expertos asesores» empujan la carreta hacia la conformación de dicho bloque y cuentan con el respaldo de un par de universidades y ONG, así como del capital de personajes afincados en el extranjero que huyen de la justicia.
¿Cómo llegaron ARENA y el FMLN a esta situación? La historia reciente nos ilustra que la decadencia creció como la espuma, empujada por la pérdida de confianza de la población en sus gobiernos, que vio frustradas sus esperanzas de que las expectativas creadas de cambios favorables nunca fueron realidades en un período más que suficiente: 30 años.
Los salvadoreños quedamos perplejos en cómo las caretas de «enemigos ideológicos» entre el poder de la ultraderecha y la denominada izquierda se rompieron en pedazos y quedó al descubierto la única verdad: hermanos jugando a gobernar y a ser oposición, leales al poder fáctico. A todas luces, la sociedad del dinero.
Los seis gobiernos de ARENA-FMLN consiguieron que el pueblo despertara de su letargo y conformismo. Los motivos sobraron: el efecto de rebalse económico —el cual caería sobre la inmensa mayoría— jamás se dio, pues también las migajas le fueron negadas; el endeudamiento país simplemente sirvió para engordar las carteras del poder económico y permitir nuevos ricos salidos de los tatús; se robaron el dinero de ayuda externa, de las pensiones, de la banca nacional y de Antel; protegieron a grandes evasores, mientras le inyectaron tres puntos más de IVA a los consumidores; el daño a la educación y a la salud llegó a un punto casi irreversible; los asesinatos, las desapariciones, los robos, los hurtos y las extorsiones crecieron exponencialmente luego del conflicto armado. La lista se queda corta para explicar la caída de los imperios tricolores y rojos.
Ahora lo único que les queda a areneros y efemelenistas es vender «renovación», izar la bandera de «decentes» e «incorruptibles», buscar quién les crea en la comunidad internacional ocupando a sus activistas con pluma y micrófono para mentir y engañar, utilizar magistrados y jueces que aún les rinden pleitesía, atacar las acciones y los programas exitosos del presidente Nayib Bukele, oponerse a que el pueblo le dé continuidad a su mandato.
De sus imperios aún quedan algunas piedras sobre otras y uno que otro partidito apéndice de sus ideologías. Por cierto, tan mal está ARENA que busca perfiles foráneos que son apalancados por eternos aspirantes presidenciales y por malandrines jurásicos que saben sacar el dinero del bolsillo de «inocentes» en giras en el exterior.