«Aprende dignidad en tu derrota», escribió Felipe Benítez Reyes, poeta español.
¿Tan difícil de aceptar es eso, que despierta las peores conductas del ser humano? En el caso de lo que quiero exponer aquí, me refiero a los políticos, especialmente a los que pertenecen a los viejos partidos que nos han gobernado y que están a punto de sufrir su peor derrota en una elección.
Sobre el fin de una larga campaña que ha sido de desgaste y contraste, más que propositiva, la oposición de derecha e izquierda se ha mostrado unida como nadie jamás hubiese imaginado hasta hace poco.
En sus orígenes, tanto ARENA como el FMLN lucharon unos contra otros durante el conflicto armado. Dejaron saldo de decenas de miles de víctimas que perdieron sus vidas porque desde las respectivas conducciones no se pensaba que la democracia podía ser un modo de lograr los objetivos. Así como fue entonces, ahora, en 2021, los herederos de aquellos creen que la voluntad popular que se expresará en las urnas el 28 de este mes se puede torcer con violencia. «Si, al fin y al cabo, así nacimos nosotros a la vida política y al poder», dicen areneros y efemelenistas.
Y de esta manera demuestran hasta qué punto la violencia y la muerte aún están en sus genes. Viejos mecanismos que se mantuvieron adormecidos mientras el sistema les fue favorable pero que ahora afloran de la peor manera ante el fracaso.
En el gen de Nuevas Ideas está el verdadero cambio por medio de la expresión popular y el respeto a su voluntad. Está el voto, primero, y luego la participación como herramientas del cambio.
Están la paz, la solidaridad, el amor al prójimo en el corazón de este nuevo movimiento político.
Quienes nacimos cuando el conflicto armado había acabado y empezaba una etapa de afianzamiento de la democracia jamás vivimos siquiera la esperanza de un futuro de realizaciones personales y como país. Los jóvenes éramos «el futuro», jamás el presente. Jamás se nos dio lugar en la cúpula donde se concentraba el poder de decisión.
Pensemos un segundo por qué tenemos más de 3 millones de hermanos que emigraron para luchar por un futuro que jamás imaginaron aquí. Porque tanto derecha como izquierda concibieron el Estado como un coto de caza, un ámbito para enriquecerse a costa de lo que ya sabemos: atraso y pobreza.
Por tanto, la juventud salvadoreña soñó siempre con irse del país. Nunca se imaginó un El Salvador que le brindara oportunidades para su realización.
Los resabios de aquellos partidos violentos y antidemocráticos que aún pretenden aferrarse el poder nos dicen ahora que repudian el odio y la violencia.
Estamos a las puertas de la verdadera democracia, por la que miles y miles de salvadoreños ofrendaron su vida. Sus sacrificios fueron traicionados, pero ahora vamos por la reivindicación de sus ideales, por la conquista de sus sueños y de los nuestros, que son los mismos:
El Salvador, tierra de oportunidades y realizaciones.