El maestro José Ingenieros solía decir que «joven es aquel que no tiene complicidad con el pasado». Pues bien, cuánta razón tenía y tiene, no porque el pasado sea enemigo, sino porque soltar lo ya vivido es darle paso a todo el porvenir. Por supuesto, del pasado se aprende, pero no se ancla y mucho menos se pergamínea como catecismo moral.
Por ende, querido joven que lees en este instante, el mundo actual tiene retos inconmensurables, cambios que, si bien son constantes en la historia, la posmodernidad requiere mayor cuidado con esos cambios, ya que la sobrada relatividad con la que se vive y se expresa puede crear un «momentum» de existencialismo superficial y, por tal, sin compromiso.
Empero, esa misma juventud demanda visión, compromiso y lealtad a los principios más altos de la humanidad, es decir, el servicio a las sociedades y su entramado vaivén de devenir. La capacidad innovadora del hombre joven por convivir y restructurar el ideal de vivir en estas sociedades tan conflictivas implica de vosotros una formación rigurosa y una ética funcional que permita la adaptación a criterios sin dogmas, basados en el bien colectivo.
De tal suerte que la transmutación de los caducos ideales debe dar paso a los nuevos ideales que elocuentes con la magna grandeza del superhombre/mujer, como diría Nietzsche, llevarán a las sociedades a estadios de mayor pureza, sensatez, pacificidad, creación y ética social, que enmarquen el nuevo ideario de la victoria de los impulsos morales juveniles.
Por tanto, jóvenes, atesoren las potencias decorosas, que les conlleven a pensar cómo se ha de pensar, sentir cómo se ha de sentir y actuar conforme a la propia consciencia. No persiga ya solo el valor material que crea avaricia y poco compromiso con el otro, recompensa impúdica de los mediocres, engrandézcanse con ser, saber y hacer para un bien común.
¿Qué importancia tiene hablar solo de las glorias del pasado si no sirven para fomentar nuevas victorias? Pues bien, el mundo actual ofrece grandes crisis, pero estas a su vez ofrecen oportunidades a la nueva generación para no contaminarse. Inicien su humanidad fervorosos de no depender del pasado y adopten la reforma ética, ideológica y espiritual necesaria.
De tal manera, que ha llegado el momento de levantar la nueva aurora y dejar atrás el ocaso de los ídolos, como diría el maestro Nietzsche, consumando el gran ideario de la nueva nación, de la nueva visión, de la nueva acción en pos del barco firme que moldee con ímpetu la estrofa del himno a la dignidad de los nuevos pueblos.
Es así como una generación ilustrada y feliz estructure en El Salvador y en los pueblos de Latinoamérica la nueva casta sin casta, una humanidad universal, destinada a cumplir el puesto merecido e inevitablemente del imperio más grande que haya existido, el de la humanidad universal y dispuesta a ser lo que siempre tuvo que ser, es decir, creación divinamente humana.