Una cifra exorbitante de supuestos delincuentes, presos, cifra vergonzosa para nuestro país, en el exterior y para nosotros, sin contar los que aún queden por investigar. Una cifra que una vez hechas las averiguaciones judiciales tendría que bajar considerablemente. Pero claro que también es positivo para todos que el mal se esté combatiendo y hoy estén más libres de delincuencia los caminos. Que justo en estas fiestas tradicionales pasadas se haya incrementado muy positivamente la participación de los salvadoreños con mucha alegría y confianza en la seguridad, y además se haya incrementado significativamente la visita de muchos extranjeros en calidad de turistas, con índices de incrementos hasta el 60 % respecto de anteriores celebraciones patrias. Se respiran aires de libertad. Todo esto genera, como repito, una gran confianza nacional e internacional sobre las medidas y los procedimientos para llevarnos tranquilidad y esperanzas de desarrollo y progreso.
Sobre todo, nuestra niñez y juventud que se sientan libres, seguras, protegidas por el Estado para realizarse, disfrutar de la vida, culminar sus proyectos, estudios y pensar en los beneficios reales, no demagógicos, que pueden obtener en su patria a través de las políticas fundamentales de protección al Estado, que nos garantiza un Gobierno cumpliendo con la Constitución en sus principios sociales.
Esta medida de imponer el estado de excepción, medida extrema y lamentable. Sí, una lástima para todos, por la dureza y casi inflexibilidad de esta «ley dixtatio», porque pone en evidencia que, en muchos años, de gobiernos anteriores, este germen delincuencial, criminal, se dejó convertir en un gigante monstruo imposible de combatir hoy por medios más pacíficos. Tuvieron esos gobiernos todas las oportunidades para actuar severamente contra este flagelo, pero contrariamente los utilizaron como factores de chantaje para sus beneficios políticos y personales, olvidándose alegremente de los prejuicios, crímenes y estado de terror en que vivía el pueblo. Pero no solo ese efecto, quizá lo más lamentable es que por la alcahuetería y hasta beneficios que recibían estos líderes de bandas estimularon a miles de jóvenes y hasta niños con graves situaciones económicas a ingresar a esas bandas para percibir un sustento. Era una «fuente de trabajo» altamente peligrosa y deleznable por sus fines criminales, en la que se embarcaron numerosas personas que hoy están sufriendo confinamiento carcelario. Estos lamentables resultados hoy afligen tristemente a muchas familias y allegados que posiblemente no tuvieron participación en esas acciones, pero sufren ahora las consecuencias de su pasividad.
Lo que sí podemos observar en las detenciones es la imagen de pobreza, de condiciones marginales que nos muestran estos 50,000 detenidos. En su inmensa mayoría, por no decir la totalidad, las mismas características: tatuados, niveles muy bajos o hasta nulos de escolaridad, capturados en las colonias más críticas y vulnerables. No vemos que ni uno de estos 50,000 fuese habitante del este de San Salvador (Escalón, San Benito y otras urbanizaciones), al menos su apariencia eso nos muestra.
Estas características nos indican que la prosperidad en el negocio de las pandillas está dada por las posibilidades o ventajas que representan esas condiciones de vida donde habitan. Entre comunidades pobres, el más fuerte se rebusca extorsionando a los demás, crea su propio «gobierno»… Pero una vez prosperan esas organizaciones encuentran un mercado en otras clases sociales, otros patrocinantes y/o protectores o beneficiarios, o víctimas que están a otro nivel socioeconómico: policías, funcionarios del Gobierno, empresarios… y de este nivel es que no vemos a representantes en esos 50,000. Entonces, nos encontramos con un círculo… vicioso (?) que alimenta ese fenómeno delincuencial.
El Salvador, un país con una ignominiosa historia de guerras fratricidas desde los tiempos inmemoriales de la Colonia, con miles de aborígenes asesinados cruelmente por los conquistadores durante el coloniaje, estos duraron 311 años… hasta la independencia en 1811, y después de esta gesta tendríamos que contar un ciento de años entre gorilismo dictatorial, masacres, corrupción, una guerra civil, más corrupción… en fin, todos los espectros circunstanciales hereditarios para crear una sociedad convulsionada por la violencia: el fruto de esa historia.
Esos 26 años de la posguerra civil que pudieron aprovecharse cívicamente, desarrollando un Estado políticamente unido por la institucionalidad democrática, se desperdiciaron en la voracidad de la ambición y el egoísmo de sectores solamente interesados en el lucro y la anarquía que beneficiara sus intereses particulares. Casi podría darse el grito «Se perdió la república»… Pero el pueblo salvadoreño, siempre el más grande conductor de su historia, simplemente dio un giro de timón y hoy tenemos nuevas esperanzas, que son «lo último que se pierde»… Mientras tanto, 50,000 son 150,000 comidas diarias que, pongámoslas baratas a $5 por día las tres, suman $750,000 al día, más lavandería, medicamentos y otros gastos. Es un gran esfuerzo que sale del presupuesto nacional. Bendiciones.