Envía a [email protected] tus colaboraciones de poesía, cuentos, críticas de cine o relatos breves (hasta 500 palabras) para publicarlos en nuestra sección.
Nihil Novi
Manlio Argueta, ESCRITOR Y POETA
ARTÍCULOS SOBRE LITERATURA/
SEXTA ENTREGA
Reitero escribir sobre Consuelo Suncín de Saint-Exupéry gracias al empresario Yukitaka Hirao (paradójico ¿no?, un japonés), quien me escribió del Museo de los SaintExupéry y el Jardín de las Rosas, en Tokio. Y luego he sabido que el 2000 se denominó la resurrección de Consuelo Suncín, se refiere al olvido al que la habían condenado en Francia artistas de las letras; no todos, aclaro.
Al igual, otras veces he abordado personalidades como el general José María Cañas, de Suchitoto, declarado por la Asamblea Legislativa de Costa Rica Héroe de la Patria Centroamericana, por la épica más trascendental en la historia de Centroamérica (1856- 1858). También escribí sobre García Flamenco, quien, en ese mismo país, fue declarado Héroe de las Libertades Costarricenses.
Y me siento en deuda con las dos Alicias Lardé, científicas: la de Venturino, declarada Mujer de las Américas; y con Alicia Lardé Nash, de origen salvadoreño. Esta cuidó a su marido enfermo, John Nash, Premio Nobel de economía, era un enfermo esquizofrénico; pero nunca lo abandonó pese al rechazo de la familia política por haberlo enviado a tratamiento psiquiátrico, lo cual la familia Nash consideró deshonroso. Ella lo cuidó mientras estuvo en el hospital, aun contra las presiones familiares de Nash, que los llevaron al divorcio. Pero consolidaron la unión y murieron en Nueva York, cuando regresaban en un taxi del aeropuerto JFK, luego de asistir a un simposio científico en Europa.
Tengo otra deuda con Josefina Peñate, la primera cuentista salvadoreña que se adelantó en ese género al maestro Salarrué; también adeudo a Teresa Villatoro, fallecida en Nicaragua (1973) de donde había huido a Honduras con sus tres hijos, en 1969; pero tras la guerra Honduras-El Salvador volvió a Nicaragua, donde está sepultada. «Teresa no puede separarse de mí mientras esté interiorizada en el manejo de los campamentos», decía Sandino elogiando su capacidad de organización en la guerra (Bendaña, Alejandro. 2016. Sandino. Patria y Libertad. Anamá Ediciones).
Continúo con Consuelo Suncín (1901- 1979), que mi suerte lectora me permitió descubrir en las memorias del educador revolucionario José Vasconcelos (Tercer tomo.1952. Ediciones Botas. México). De él se dice que es «uno de los políticos más sobresalientes de la era revolucionaria de México». O como afirmó Octavio Paz: «El mexicano mayor».
En sus memorias, José Vasconcelos narra que le pagó a la salvadoreña el pasaje desde México a París. Al mismo tiempo se refiere al guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, que se casó con Suncín y quedó viuda a los nueve meses de matrimonio. El maestro mexicano en su obra demuestra sus celos ante la popularidad del cronista Enrique Gómez Carrillo, considerado un gran personaje literario en España y Francia. Para Vasconcelos es inexplicable que un guatemalteco sea el centro de atracción de los artistas europeos que convergen en París (1915 y 1930) («ver París y morir»). Mientras Vasconcelos es un desconocido en Europa.
Gómez Carrillo muestra gran interés en Suncín, mientras Vasconcelos continúa admirando a la salvadoreña, de quien dice que al nomás llegar a París ambos se inscribieron en la Alianza Francesa. Años después, Vasconcelos escribió: «Al mes ella aprendió rápido el idioma, al grado de que se burlaba de mi acento».
Cierta vez, Vasconcelos invitó a la joven de 24 años a un restaurante parisino, «donde está la “cream” social de la ciudad», los acompañó Alfonso Reyes (renombrado escritor mexicano, en ese entonces ministro de Educación). En la conversación, Consuelo afirmó no sentirse menos ante las francesas en dicho restaurante. «¿Y estas son las francesas seductoras?».
Por otro lado, ella está más informada que el propio Vasconcelos sobre la realidad mediática de México, donde se refieren a él de forma despectiva. Ella le dijo que debía defenderse de lo que escribían los mexicanos. «Lo dicen de ti, que ni siquiera tienes casa en México». Él respondió: «Tiene una casita en Tacubaya». Ella le ripostó: «Mientras tú construías cientos de edificios para escuelas, los generales de la revolución se construían grandes mansiones».
En el libro citado, Vasconcelos revela el trío amoroso entre él, Gómez Carrillo y Consuelo. El mexicano se atreve a retar a duelo al contrincante. Consuelo le aconsejó que llevaba las de perder, «el guatemalteco es considerado el mejor espadachín de París, ganador en 30 duelos». Cuando la salvadoreña le confesó que Gómez Carillo quería casarse con ella, Vasconcelos no lo admitió, aunque vivía en Francia junto con su mujer y sus tres hijos. Pero Consuelo Suncín aceptó el pedido de matrimonio de Gómez Carrillo.
El casamiento fue recibido por el Pitágoras mexicano «como una puñalada, no en las espaldas, pero tampoco de frente; herida que hiere cuando hemos amado; ese día escribí un mensaje en seis idiomas con la palabra mierda, y lo envié a la casa de Gómez Carrillo». Pese a todo, le deseó felicidad a Charito. «Buscarla una vez casada sería una vileza». Reconoce en sus memorias que con ese matrimonio comenzó el ascenso increíble de Suncín en los círculos intelectuales de París.
Poco después, la salvadoreña se convierte en la rosa asmática (Consuelo murió de asma) de «El Principito», obra de profundos valores; pero también es una metáfora de El Salvador con sus tres ceibas, sus tres volcanes visibles desde Armenia, ciudad natal de Consuelo. Que no nos extrañe si el filósofo Vasconcelos la describe como una Sherezade. Y admite la grandeza de Gómez Carrillo: «Más sereno y generoso que yo, mis respetos».
DePoesía
«SIN NOMBRE»
Por César Arnulfo Delgado Reyes
Cuando haya acabado el cuento, cuando ya no quede nada de la historia, cuando esté a punto de terminar la cera de la vela, cuando se aproxime el final de la jornada, me sentaré a la vera del camino a ver caer la tarde. Recordaré las notas de la gaita en la sinfonía armónica del aire. Recordaré los consejos de mi madre cincelando en lo intangible, pinturas, cuadros en abstracto, con los impresionantes colores del paisaje. Mientras, espero el llamado, me seguiré tomando el café a las cuatro de la tarde, pondré más tomate a la ensalada y cuando en el argén del cielo vea mi nombre sabré que es la hora señalada y que es el destino el que me alcanza.
«EL JUEGO DE LAS PALABRAS»
Por Rómulo Hernández
En el juego de las palabras se esconde un secreto y una llave abre el cofre en lo profundo de la noche. Por la mañana despierta llenito de ayer, desayunando soles y bebiendo nubes frente a la ventana de la esperanza.
Salimos a comprar mañanas y por la tarde soñamos a desaparecer.
Te busco y tú te escondes en el silencio de las palabras. Caminas por valles desconocidos y te veo desde la colina atravesando la pradera.
El amor es así. Tú lo esperas en la puerta y se encuentra a la vuelta de la esquina, se disfraza de cualquier cosa. Tú te maquillas para hallarlo y él te espera en el sitio del encuentro para entregarte el corazón. Te doy mi vida para amarte y toda una eternidad para volar a tu lado.
«LLORO POR TI»
Por Chris Murcia
Lloro por ti, por este tiempo que hemos permanecido lejos.
Mi dolor no lo puede ver nadie,
pues lloro a los pies de millares de estrellas que adornan el cielo,
no porque me consuelen, sino porque ellas no juzgan,
tal vez solo me ven desde ahí, desde el inmenso universo.
Ven como este dolor me arde y me quema el pecho,
ven mi dolor y tal vez sienten compasión por mí,
por alguien que le llora como un niño, a un amor prohibido,
un amor que no es mío, un amor que me quema despacio
y me hace daño.
Lloro por ti,
porque no soporto mi vida sin tu presencia y sin tu compañía,
porque la triste realidad de tenerte lejos solo me hace daño.
Tú eres mi otra mitad, pero no lo sabes, pero no lo ves,
pero no lo comprendes.
No te importa que mi corazón lloré a mares
cada día que estoy sin ti.
No te importa que mi alma no encuentre consuelo
en nada ni en nadie, pero sí en tu recuerdo.
Con cada momento que pasa, te deseo aquí cerca de mí.
Te deseo aquí, junto a mí, que el latir de nuestros corazones parezca uno mismo.
«HERMOSA ESTRELLA»
Por César Arnulfo Delgado Reyes
Todas esas noches quedaron en desvelos que se volvieron recuerdos que jamás volverán a pasar. Cuando miraba el cielo tú brillabas como una hermosa estrella, admiraba tu brillo, era más resplandeciente que el mismo sol.
Ahora solo puedo saborear en esta copa de alcohol el dolor que me quedó. Ahora solo paso observando el cielo, y en ocasiones me quedo admirando una estrella queriendo ver en ella tu carita y esa sonrisa que a lo lejos me decía que te volvería a encontrar en la otra vida. Mi corazón explota en miles de pedazos que dicen que solo tú puedes solucionarlo, volviendo a armarlo.
Todos tus besos ahora se convirtieron en espinas de una rosa que hicieron que mi cuerpo sangrara y todo quedara en rojo. Como quisiera volver a ese día que me dijiste: «junto a ti es mejor la vida, le das color de alegría». Los años se vinieron encima y no se ha podido ir tu recuerdo, quedó grabado como un tatuaje.
Me traicionó el destino, volviendo a mi alma indigente, haciendo que me drogue con tu recuerdo, aunque dañe a mi mente con ese brillo que parece más oscuridad… sabiendo que no volverás y que para siempre en ausente te encontrarás. A mi suerte le quedó solo esa estrella que por las noches mirará y amará.