El ser humano, entre más culto, tiene menos riesgo de ir al fracaso; por tanto, impulsar la cultura y la educación es dar pasos seguros hacia el mejoramiento social y el desarrollo de la personalidad de cada uno. Cultura y educación unidas son un imperativo urgente en todo momento y en toda sociedad.
Ante la realidad actual del país es justo pensar en la urgencia de un verdadero impulso a la cultura/educación, con miras a mejorar paralelamente la salud mental, la calidad de vida, el bienestar social y la estabilidad laboral.
Lograrlo —y hacia eso se debe ir— será interpretar y fomentar lo positivo de los verbos ser y tener; el primero, como existencia ideal del ser humano; y el segundo, como la expresión del desarrollo material o la realidad humana, en el marco de un concepto económico o de producción.
Por eso, sin duda, es importante el proyecto de crear dos nuevas sedes universitarias nacionales por medio de la UES, en Morazán y Chalatenango, para equiparar las oportunidades de superación de los jóvenes morazánicos, chalatecos y de lugares aledaños, con las de los antes más favorecidas con opciones educativas y culturales de otras zonas del país, mientras los habitantes de la zona norte sufrían —durante décadas— total abandono de los gobernantes de turno.
Se trata entonces de unir —antes que desunir— los conceptos cultura/educación en centros escolares y universidades, para aprender a cuestionar el rumbo que llevamos y qué concepción tenemos de nosotros mismos, de los demás y del mundo.
Según Martha Nussbaum, filósofa norteamericana, estamos inmersos en una crisis intelectual y silenciosa en la que las naciones, sedientas de ingresos, desechan aptitudes propias de la formación humanística, propiciando el aparecimiento de generaciones enteras de seres humanos reducidos a «máquinas utilitarias».
En la medida en que los gobernantes —más interesados en la obtención de dádivas y privilegios— han cortado el presupuesto de la disciplina cultural/educativa, se erosionaron cualidades esenciales para la vida misma de la democracia, tales como pensamiento crítico, imaginación y creatividad, independencia de criterio y capacidad de disenso, entre otras. Mantener ese sistema antipatria ha sido característica de pasados gobiernos, mientras crecían sus bolsillos y las prebendas a costa de la cosa pública.
Urge, pues, un esfuerzo pedagógico que debe arrancar desde la infancia y continuar en los siguientes niveles educativos. Esto es importante y esencial para la cultura y la educación. Actualmente, universidades, escuelas y colegios están cortos en la educación humanística, cuando, por ejemplo, es fácil entender que, dentro de ella, el arte y la literatura son esenciales para aprender a imaginar la situación de otros seres humanos.
Preocupante ha sido que el interés económico de los gobiernos no haya promovido las humanidades como debe ser, para fomentar un clima de creatividad innovadora y de administración responsable y cuidadosa de los recursos. Es decir, cuando se opta por una «educación para el crecimiento económico» se está optando por un concepto precario de cultura y educación. El crecimiento económico por sí solo no garantiza una buena distribución de los recursos ni una vida sana ni una democracia estable.
Debemos considerar, pues, la necesidad de una educación de calidad, especialmente en el cambiante mundo actual, complejo y globalizado. Sin desestimar el valor innegable y prioritario de los sistemas de las profesiones tradicionales, los modernos enfoques técnico-científicos deben promover e impulsar también, en mayor medida, los estudios humanísticos como un sistema necesario y complementario para el desarrollo sociocultural.
Urge promover el humanismo en los ámbitos social, profesional y laboral, donde la figura central y primaria sea la persona antes que la producción, no como se ha venido estilando hasta la actualidad. Los intelectuales auténticos y las universidades del mundo sabrán asumir esta tarea con responsabilidad, como verdaderos intérpretes y ejecutores de la cultura y la educación.