El maestro Rodolfo Enrique Cabral Camiñas solía decir: «De la cuna a la tumba es una escuela, por eso lo que llamas problemas son lecciones». Si bien es cierto que se está en total acuerdo a que las adversidades son lecciones, se quiere hacer énfasis en algo aún más profundo respecto a este planteamiento de Cabral; el espacio entre el nacer y el morir es más corto de lo que se imagina, y cuando ya han pasado los años comienza la añoranza y el martirio de no haber realizado aquello que dejara huella.
Es preciso comprender que la existencia humana está fundamentada en eso que llamamos vida, es decir, nacer, crecer (reír, llorar, lograr, fracasar, recibir, ofrecer), reproducir y morir (ciclo vital); pero que la persona, por ser un fenómeno superior por su raciocinio, ocupa otras particularidades más allá del ciclo de la vida común de todo ser vivo. Pero, claro, ahí está la situación, no todos se dan cuenta de ese regalo, de poder trascender el ciclo de la vida a través de dejar una huella indeleble en la vida.
De tal manera que la capacidad de ir más allá es una cualidad dada a la raza humana y que tristemente es desperdiciada por la mayoría, o como mínimo no dilapidada, sino que nunca se dio cuenta de su legado y sufre al pensar que no deja detrás de él o ella nada de meritorio. Esto se plantea bajo la premisa de aquellas personas que pasan por la vida solo quitando oxígeno hasta aquellos grandes seres humanos que han dado tanto y dejado tanto, pero que no siempre entienden su legado.
Tal como diría el insigne maestro de las letras Fiódor Dostoyevsky: «El hombre se complace en enumerar sus pesares, pero no enumera sus alegrías»; por ejemplo, la abuela y madre de este su servidor, matriarcas que no solo se entregaron por la salud del pueblo santaneco, sino que dieron su vida para que sus tres hijos fueran hombres de provecho para la sociedad. Cada logro de mis hermanos y mío son beneficios extensivos de ellas, dejaron tantas huellas y siguen dejando a través nuestro un legado inconmensurable. ¡Gracias, madre y abuela!
Así pues, no se debe dejar de reflexionar en la vida sobre lo que se hace, pero también es importante analizar lo que no se ha hecho. Si usted, querido lector, aún no ha comprendido que hemos venido a este mundo a mejorarlo, entonces lo invito a que se sume desde ya, sin importar su edad o condición, su estatus o situación, a crear una sociedad mejor por medio de su propia vida, desde cada don, virtud y destreza que la vida le otorga, venida, por supuesto, de la mano de nuestro gran y Santo Dios.
Por lo tanto, es tiempo de que vislumbre la grandeza de esa frase del maestro del cuento (Cabral), es tan corto el tiempo entre la vida y el morir que después de haber desperdiciado la vida en acumular dinero, bienes y estatus solo queda en la vejez las penas y el dolor del verdadero fracaso, tener tanto sin haber podido trascender con ese tanto; luego solo queda podrirse en la tierra, sin almas que lloren y recuerden a esa persona que creyéndose mucho no mejoró en nada al mundo, ni siquiera a su mundo, y por tal le consumió el tiempo y ahora pasa cada día sin haber sabido que acá vivió un ser que poseyó mucho.
¡Querido lector, aún es tiempo, que el espacio entre nacer y morir sea un prado lleno de huellas que levanten polvo!