La sociedad salvadoreña siempre fue sometida a los designios de los elitistas. Incluso, durante la guerra civil, pues mantuvieron el control por medio de sus institutos políticos títeres, atrincherados en ideologías mimetizadas.
La transición de la «democracia fáctica», desde los ochenta, implicó la instalación de un sistema político y un modelo económico favorables a esa minoría que se arrogó el derecho de mayor influencia y autoridad sobre la población. A las cúpulas de sus partidos políticos solo les interesaba vivir holgadamente de la ayuda millonaria de los países de la Guerra Fría, mientras la pobreza, la desigualdad y la inseguridad agobiaron a la sociedad.
Terminada la guerra internacional, perdió sentido la lucha de grupos armados en El Salvador, lo que llevó a los elitistas a consumar el mejor sistema de vida para sus entornos familiares y de amistades. La componenda para las ideologías fue sellada en enero de 1992. Es entonces que los conceptos de «democracia, institucionalidad y paz», al mejor estilo fáctico, inundaron las mentes de los salvadoreños.
La instalación de seis gobiernos dominados por la derecha representada por ARENA y la izquierda del FMLN garantizaron a la minoría elitista más poder, más riqueza, en una constante consolidada: la impunidad.
Los asesinos intelectuales del pueblo, durante el conflicto armado, recibieron el premio de la amnistía, mientras en el olvido quedaron los miles de inocentes que perdieron la vida, y engavetado el resarcimiento de los daños. Una patada dieron las cúpulas a sus combatientes.
La sociedad fue sometida a un sistema bipartidista de total mofa durante 30 años, en el que la «institucionalidad» significó simplemente el reparto de entidades para convertirlas en fábrica de empleos para sus familiares, amigos y correligionarios. La llamada «democracia» fue para proteger el estilo de vida de los elitistas y de las cúpulas de sus rastreros partidos políticos. La paz, ¿cuál paz? De la guerra civil, los salvadoreños fuimos enviados a la guerra de maras y pandillas, sin que autoridad alguna metiera las manos para nuestra defensa.
Muchos de los protectores y parásitos de ese sistema nefasto y sangriento han huido del país y dicen ser «perseguidos políticos». Ladrones, asesinos y cobardes eso son. ¡Cuántas ONG crearon para defender sus cochinadas! ¡Cuánto dinero despilfarrado en sus escribientes carniceros! Por cierto, los autodenominados «investigadores incómodos» descabezaron el mínimo periodismo que quedaba en el país.
La locura de la minoría que controló el país se desbordó cuando el pueblo decidió ponerle un alto al sistema político bipartidista y darle la oportunidad a Nayib Bukele.
Atrás había quedado para la derecha, la fuerza de ARENA, y para la izquierda, la fuerza del FMLN, cuando tuvieron la mayoría en la Asamblea Legislativa y aprobaron cuantas leyes y decretos se les antojó en beneficio de sus poderosos. Su última gran batalla fue en la legislatura de 2018, cuando lograron 37 y 23 escaños respectivamente, lo que les sirvió para obstaculizar los primeros dos años del Gobierno de Nayib. La oposición más torpe en la historia.
No entendieron la decisión del pueblo y no había necesidad de leer entre líneas, pero se los comieron sus ansias por ver caer al nuevo jugador político, al que no pudieron detener.
Y sus acciones posteriores a 2019 y 2021 significaron la tumba legislativa para la izquierda y el insignificante número de dos diputados para la derecha en las pasadas elecciones, en las que se consumó el respaldo total de los salvadoreños a su presidente y a su partido político cian.
Ahora, la sociedad salvadoreña por fin respira una verdadera democracia, una verdadera institucionalidad y una verdadera paz en libertad, mientras presencia la debacle de los elitistas y la lucha languideciente de sus corruptos institutos políticos por ganar, al menos, alcaldías y no desaparecer del todo del mapa político.