Por primera vez en 200 años, El Salvador puede soñar con un futuro próspero, desarrollado y estable. El pueblo ha hablado en las urnas no una, sino dos veces, y el camino es claro. Los únicos que no están de acuerdo son aquellos que perdieron sus privilegios.
Por décadas, políticos desconectados del pueblo decían hablar en su nombre para justificar el saqueo más infame contra el Estado, tomándose todas las plazas disponibles y creando nuevas para ubicar a sus activistas, amén de que no hacían nada en beneficio social.
A sus financistas reservaban los contratos más jugosos del Gobierno, proyectos millonarios para pagar los favores recibidos y cualquier negocio en las dependencias de todas las instituciones del Estado.
Becaban a los hijos o a las amantes de los dirigentes del partido en organismos internacionales (lo que equivalía a darles puestos con grandes salarios sin tener que trabajar o siquiera estar cualificados para ello) y modificaban las leyes a su conveniencia y en función de los intereses de sus amos.
El 3 de febrero de 2019, el pueblo dio una vuelta de tuerca. Dejó en el pasado a dos partidos corruptos comprometidos con sus dueños y optó por un futuro mejor, en búsqueda de mejores derroteros.
El camino no es sencillo. De entrada, en los últimos meses de la vieja Asamblea, bloquearon al nuevo Gobierno del presidente Nayib Bukele para impedir que pudiera atender correctamente las necesidades de los ciudadanos. Y lo hicieron aunque estuviéramos enfrentando la peor pandemia en la historia reciente de la humanidad.
El poder de las corruptas estructuras se extendía por todo el Estado, por lo que la ofensiva legislativa tenía respaldo en el Órgano Judicial, cooptado desde hace décadas.
Desde mayo pasado, El Salvador vive una nueva etapa en su historia. La decisión que tomó en las urnas se concretó en una nueva realidad política.
Ahora, la Asamblea Legislativa está en función del pueblo salvadoreño, no al servicio de poderes fácticos, por lo que se acabó el boicot al Gobierno.
El país asiste a su bicentenario con mucha esperanza, con la fe de un mejor futuro y con la certeza de tener un Gobierno a la altura de las circunstancias.
Siempre habrá pequeños grupos anclados en el pasado, gente fanatizada que recurre a la violencia y que es incapaz de asumir las decisiones de la mayoría, esencia de la democracia. Pero los buenos somos más.