La tarea de calificar o describir la primera sesión plenaria de la nueva Asamblea Legislativa, desarrollada el recién pasado 1.º de mayo del año en curso, puede llevarse a cabo desde distintas perspectivas; entre estas, desde una posición iluminada y exegética, en la que el uso de los conceptos rebuscados y el lenguaje florido es capaz de seducir a quien los escuche; de igual forma puede ser llevada a cabo desde una perspectiva iletrada, adversa a cualquier posición de superioridad, por estar fundada en el conocimiento de la realidad. Esto es lo que, en forma respectiva se podría identificar con el conocimiento de los juristas y el saber popular.
Significa entonces que, de ese acontecimiento histórico, como debe ser calificada la referida sesión plenaria, cada uno de los salvadoreños tenemos nuestra propia valoración. Pero al trascender de lo puramente descriptivo, es innegable que ese día se produjeron hechos sobre los que merece la pena detenernos un poco, a fin de auscultar el cambio generacional que se ha producido y que indefectiblemente debemos acostumbrarnos a vivir de ahora en adelante en esta nueva etapa.
En tal sentido, es imperioso, para que nuestro país avance —de ser posible— hacia un verdadero desarrollo cultural, que los sectores tradicionales vayan proscribiendo el uso de falacias y se ubiquen en los actuales tiempos respondiendo a las exigencias de la posmodernidad. Hasta hace algún tiempo, eran inimaginables muchos avances que ahora son parte integrante de nuestras vidas, y no me refiero solo al internet de las cosas, sino a la posibilidad de la que dispone toda la humanidad de conocer en tiempo real los acontecimientos más importantes que suceden en el mundo.
El pasado 1.º de mayo sucedieron entre tantas cosas dos muy relevantes: una, conocer cada paso de lo que acontecía en la Asamblea Legislativa y, dos, escuchar una que otra falacia. Las falacias, en términos simples, son razonamientos carentes de validez, formulados de tal manera que aparentan ser verdaderos y, según su propósito persuasivo o engañoso, así será su denominación; en síntesis, las hay de todos los gustos y colores.
Habiéndome referido someramente a una definición provisoria de las falacias, señalaré la más pintoresca producida el citado día en la Asamblea Legislativa, para luego aludir a dos de las acaecidas en nuestra sociedad.
La falacia de la edad: la cual se produce comúnmente cuando en un determinado contexto en que se debate participa algún joven y se le descalifica por su juventud, sin tomar en cuenta sus argumentos, solo por el hecho de ser joven.
Falacia del experto: esta se origina cuando se le da credibilidad a lo que expone un determinado sujeto, al que se identifica como un especialista en una rama jurídica; por ejemplo, en derecho constitucional u otro, sin un verdadero y profundo análisis.
Falacia «ad hominem»: la cual se produce cuando se ataca a la persona, al hombre que expone un determinado argumento, pero se evade atacar este.
Habiendo entrado al presente siglo, todas estas prácticas del pasado deben desterrarse de nuestra sociedad, y especialmente del debate público, porque solo así avanzaremos hacia nuevos derroteros.