Álvaro Darío Lara, escritor
Artículos sobre literatura
OCTAVA ENTREGA
Cierro los ojos y ahí está: la sala antiquísima de la Niña María Guillén. Una estancia pequeña, como su casa de cuento de hadas, con sus pascuas, crotos y rosales. Unos perros muertos de sueño y los muebles de mimbre. Un gran sofá y dos mecedoras. Todo bajo la mirada severa de su padre, en daguerrotipo, y la de su madre, una dulce mujer, cual virgen con los ojos perdidos en el cielo. Grandes retratos de marcos ovalados y vidrios convexos, que siempre me atrajeron de forma enfermiza. Y luego la fotografía añeja de su hijo, el día de su graduación como maestro normalista.
Entramos a ese lugar mágico, donde nos recibe sonriente la Niña María, y luego mi abuela, quien vive con ella, desde hace muchos años. Mi abuelita de recia personalidad y carácter. Mi madre, me dice que me siente, qué cuidado vaya más allá de unas misteriosas cortinas de encajes que se agitan, y tras las cuales, hay unas gruesas y talladas puertas de nobles maderas.
Ellas beben café. Yo, limonada, a esa edad nadie me deja probar café, «es malo para los niños», aseguran.
De pronto, la Niña María se excusa y enciende la radio, es la novela -infaltable- a las cuatro de la tarde. Se escucha la voz pastosa de un narrador, que nos guía, por las intimidades de un alcoba matrimonial, donde una pareja discute. Ella dice: ¡No, Leonardo, no me pidas eso! Él contesta: ¡Sí, Isabel, un hijo! ¡Un hijo nos uniría nuevamente!
Mi madre me dice que vaya a jugar a los jardines, donde hay un fabuloso estanque de aguas verdosas, de donde emergen las tortugas que son mi deleite. Me encanta verlas cómo se secan al sol, y cómo engullen vorazmente las migas de pan que les lanzo, también hay un corral donde una pareja de bravíos gansos, se acercan graznado su blancura.
Sin embargo, desde allá, desde el interior de la casa, los diálogos continúan exaltados por una música que cambia continuamente imprimiendo suspenso a la historia.
Eran definitivamente días de radio. Aunque la televisión ya seducía, la radio era el medio por excelencia, por donde viajaban al instante las noticias de toda índole: políticas, deportivas, sociales. Tengo presente los obituarios radiales, con esas voces, con esos fondos de coros angelicales. Voces quejumbrosas, que anunciaban la muerte de «un notable».
Décadas después, cuando en el cine, disfruté «Días de Radio», de Woody Allen, recordé -como ahora- esos días en casa de la Niña María, con las mujeres pegadas al gran aparato tubular, de color café y crema, que transmitía por la magia de las ondas hertzianas toda clase de programas y naturalmente, las radionovelas. Las radionovelas de la tarde, nacionales, mexicanas o suramericanas, que se acompañaban con el proverbial cafecito, y desde luego, con el pan dulce.
También en nuestra casa se disfrutaba de la radio, mi hermano disfrutaba los programas juveniles en la incipiente estación de la muchachada. Yo, por supuesto, que los cuentos de Radio Nacional, y los programas cómicos, de ese humor blanco, que tanto acostumbramos en el pasado país, muy poco vinculado ya, con la irresponsabilidad al micrófono que caracteriza el lenguaje del espectro radial actual.
Recuerdo a los comediantes que escuchábamos con mi madre: «Aniceto Porsisoca y su compadre», al «Chele» Ávila, a la divertida «Crisantemina Siempre Viva Ipecajuana», a «Pánfilo Apurascachas y doña Terésfora», y, desde luego, a Guillermo «Albertico» Hernández, famosísimo cómico, quien muriera trágicamente en 1971. Su nombre artístico provenía de «Albertico Limonta», el personaje que interpretó en la obra radiofónica «El derecho de nacer».
Quien no muere de risa al traer a la memoria las aventuras de «el más animala de todos los detectives»: el Súper Agente Secreto Limpiaos Tutuy», un genial personaje que parodiaba la guerra fría de la época, creado -como todo- en la increíble improvisación de Albertico, frente a los micrófonos de «La Poderosa» YSKL.
Mi padre, escuchaba Radio Moscú, Radio El Mundo y Radio Clásica. Lo veo claramente, los sábados por la noche, leyendo, subrayando sus libros, marginándolos, escribiendo borradores de lo que luego serían artículos que mecanografiaba, con esos fondos musicales tan memorables.
Por todo ello, llegar a la radio fue para mí, siempre, una familiar satisfacción: Radio Doble F, con la Revista Cultural «Nuestra Guanaxia»; luego la sección de entrevistas en «Flor y Canto», de YSUCA, y durante quince años, «En Voz Alta» en Radio Clásica.
La radio tiene un potencial enorme, como un gran instrumento de cultura, educación y entretenimiento. Le aguardan aún, desde los estudios tradicionales, y desde la era digital, muchas horas de intensa actividad ¡Enhorabuena!
DePoesía
«Último aniversario»
Por: Guillermo Funes
S.S. 29/ Sept. /2020 A mi esposa con amor
¡Qué magnífico fue despertar!
en el adiós de este septiembre,
y recibir el sublime regalo
de tu sonrisa tierna,
el sabor de tu beso sempiterno
y tu abrazo
continuado del primero.
¡Qué magnífico es cumplir ochenta y pico de años!
sintiéndote más mía que nunca
y tuyo como siempre quise.
¡Qué magnífica fiesta digital!
la que tu dedo organizó en un clic,
ante la prohibición de la pandemia.
¡Qué magnífico fue despertar!
y seguir siempre juntos,
tan diferentemente iguales
como igualmente enamorados.
¡Qué magnífico fue abrir los ojos!
otra aurora más,
disfrutando el presente hecho mujer,
al cual me uní para volvernos uno.
¡Qué magnífico es sentir!
el paso de otro invierno generoso,
sintiendo que el verdadero amor
como el de Dios es eterno.