Desde el 11 de noviembre de 1989, las fuerzas guerrilleras del FMLN combatíamos con éxito en casi todo el territorio nacional, ocupábamos zonas en las que nunca habíamos estado durante la guerra, y una de ellas era el volcán de San Salvador. Este era un frente muy difícil porque aquí no teníamos ninguna obra de ingeniería y tampoco campos minados. El volcán era y es una zona muy poblada, y la relación con esa población siempre fue muy cuidadosa y calculada.
Las fincas de café protegían nuestros movimientos con sus bosques, pero durante la ofensiva, centenares de combatientes nos ubicamos en esos bosques cafeteros, y la alimentación, el agua y la logística fueron una verdadera proeza, descubrimiento y efectiva colaboración del pueblo.
De Ciudad Delgado nos movimos hacia el volcán de San Salvador, y en una sola noche, con una luna delatora, una larga fila de combatientes cruzando por zonas muy pobladas llegamos en horas de la mañana a las estribaciones del volcán. En los primeros momentos nos dirigíamos al Hotel Sheraton, pero al darnos cuenta de que en ese lugar todo había pasado, subimos las faldas, no sin antes evadir los helicópteros de la Fuerza Aérea, que, en vuelo rasante sobre plantíos de café, amenazaron nuestras posiciones.
La colonia Escalón, abajo de nuestras líneas, fue una gran tentación, y en una madrugada de diciembre, nuestras fuerzas ocuparon parte de las zonas residenciales situadas al norte del redondel Luceiro. Esta fue una experiencia muy importante porque para los combatientes, ocupar una zona de propietarios considerados burgueses, o de gran acumulación, y en fin, de grandes propietarios, fue una experiencia muy estimulante, porque un poder nuevo, el del pueblo levantado, estaba ocupando territorio de un poder viejo.
En la primera residencia en la que entramos, sin causar ningún daño personal a nadie, resultó que la doméstica que abrió el zaguán era la madre del Capitán Cero, uno de los jefes operativos de la guerrilla. El encuentro fue un choque de emociones: la mamá daba por muerto a Samuel, y Cero no tenía ni idea que en esa casa trabajaba su mamá. En cierto modo, la operación se detuvo y quedó en suspenso durante algunos minutos, pero luego de los abrazos y llantos de la madre y de su hijo, la operación militar continuó su desarrollo trepidante.
Ese día duró hasta la medianoche y nuestras fuerzas se acercaron a la residencia presidencial, donde parece que se realizaba una reunión gubernamental que evaluaba toda la situación operativa que no era favorable al gobierno. La cercanía de las explosiones y la proximidad de los combates suspendieron esta reunión. Nuestras fuerzas destruyeron una tanqueta y recuperamos abundante material. También detuvimos temporalmente a varias personas, algunas de las cuales venían de fiestas que se realizaban en ese lugar o en otros. Todos fueron tratados muy bien, aunque ellos esperaban lo peor, porque, desconocedores totales de la naturaleza de la guerrilla, creían que la propaganda gubernamental sobre nosotros era la verdad de las cosas. Ignoraban quiénes éramos los jefes guerrilleros y era mínimo su conocimiento sobre los planes políticos de nuestro ejército. En ese día tenso y en medio de los combates, aprovechamos para conversar con ellos, y al final del día, todos fueron dejados en libertad. A algunos se les proporcionó escolta para que se fueran a sus casas, a otros se les dieron medicinas para calmar los nervios, y también, a otros se les permitió que al mediodía se fueran con sus familiares.
La prensa internacional estuvo presente en la operación como nunca antes porque, tratándose de una colonia burguesa, se le dio mucha atención. Eso no ocurrió de la misma manera en las zonas populares donde habíamos combatido antes. La noticia le dio la vuelta al mundo, se trataba de la ocupación de una zona residencial de parte de las unidades guerrilleras, sin que hubiera ni pillaje, ni destrucción, ni abusos. La misma fuerza aérea gubernamental no atacó insistentemente la zona, como sí lo hizo en otras zonas pobres. Se cuidó mucho de no afectar las propiedades que histórica y filosóficamente deben asegurar y defender.
Esta operación nos enseñó mucho operativa y filosóficamente, y nos retiramos, justamente, a las 12 de la noche, en línea recta a las partes altas del volcán, mientras el frío y el viento arreciaban. Y diciembre transcurría con el tenso caminar de sus días. Estados Unidos invadió Panamá, mató a miles de personas y destruyó barrios populares en la capital panameña, capturó a Noriega, y durante las noches, explicamos a los combatientes lo que significaba esta guerra de Estados Unidos contra Panamá, mientras la situación operativa continuaba ininterrumpida.
El ejército gubernamental no podía ubicar con precisión a nuestras fuerzas, pero aparentemente podía saber que no teníamos obras de ingeniería. De tal manera que diseñó una táctica a partir de la cual un simple choque armado les permitía ubicar la posición de nuestras fuerzas, que podían ser bombardeadas.
El 11 de diciembre movimos el hospital hacia el cerro de Guazapa; en una operación silenciosa, médicos, enfermeras, los pocos heridos, el equipo quirúrgico, todo salió del volcán y llegó sin novedad a Guazapa; mientras, las fuerzas operativas emprendieron esa misma tarde la construcción de túneles y toda clase de obras en el terreno, usando azadones, piochas, corvos, cuchillos, tenedores, las manos… en fin, todo de lo que se pudiera disponer. Sabíamos que, por deducción analítica, al día siguiente, 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe, seríamos bombardeados masivamente y necesitábamos tener libertad de movimiento para evadir las bombas, los aviones y helicópteros, así como la metralla.
El 12 amaneció radiante, como son los amaneceres en el volcán, pero a las 9 de la mañana, un rápido choque con una fuerza ubicada al norte de nuestras posiciones indicó el inicio del bombardeo. El cafetal danzaba con las explosiones, volcanes de tierra caían sobre nosotros, los árboles eran tronchados por la metralla y el humo corría como culebra de árbol en árbol, pero cada combatiente estaba protegido y nadie respondió al fuego porque sabíamos que los pájaros, que estaban vomitando la muerte, eran pájaros ciegos. El bombardeo duró más de dos horas, y a la altura del mediodía, en medio del humo y el olor a pólvora, iniciamos la evaluación de posibles daños. Luego de comprobar que no teníamos ni un muerto, ni un herido, y solo se tuvo una baja fatal y muy sensible pero en un lugar fuera de la escena del bombardeo, iniciamos la operación de movernos al cerro de Guazapa, a nuestro cerro inexpugnable e invencible.
Una nube de ladridos de perros nos acompañó hasta cruzar la Troncal del Norte; a la altura de las 11 de la mañana del 13 de diciembre, estábamos en el cerro. En la colonia Escalón perdimos a Damián y a Manuela, pero escribimos una página eterna de valentía e inteligencia imborrables en nuestra historia.