Recientemente, asistí al funeral de don Julio Medrano, gran amigo de todos, hombre emprendedor, excelente padre de familia, que cultivó su propia filosofía de vida en principios y valores ejemplares que supo transmitir a su familia, sus hijos y sus nietos. Cuando lo vi en su féretro, vinieron a mi mente las imágenes de aquel hombre fuerte y alto que creció en el campo, muy amante de la naturaleza y de los animales, un hombre de mil historias, con sus consejos valiosos inspirados en su experiencia de vida. Mencionaba cómo su padre le forjó el carácter y el amor por el trabajo en su recordado caserío de Agua Blanca, del cual, por motivos de la guerra civil en El Salvador, tuvo que salir con su familia para establecerse en la ciudad de Santa Rosa de Lima. Como todo salvadoreño emprendedor, inició un negocio para después convertirse en un hombre próspero y de bien, muy querido por la población.
Al ver su cuerpo rígido en aquel ataúd gris y plata, muy precioso, por cierto, pensé en la filosofía de vida que cada ser humano lleva desde que nace hasta que muere; esa filosofía de vida que ayuda a entender las dificultades, ventajas y desventajas del ser, o en la vida cotidiana cuando nos preguntamos cómo entender al otro y a la sociedad. Aristóteles, filósofo griego, en su libro acerca del alma decía que «el ser humano nace, crece, se reproduce, envejece y muere» y que al conjunto de estas actividades se le denomina vida.
Etimológicamente, filosofía significa «amor por la sabiduría». Ahora bien, muchas personas asumen que este saber se limita al estudio teórico y académico. No obstante, filosofar va mucho más allá. Aunque no lo crean, todos aplicamos la filosofía en la vida cotidiana.
En este sentido, los niños pequeños son grandes filósofos, pues mantienen una posición de curiosidad ante el mundo, y constantemente cuestionan el por qué o el cómo de las cosas. Asimismo, los adultos también filosofamos cuando tenemos inquietudes sobre la vida, cuando nos replanteamos situaciones cotidianas o cuando asumimos posturas justificadas basadas en un marco de creencias.
Los filósofos griegos abordaron grandes preguntas de la vida, a veces de una manera genuinamente científica o a veces de una manera mística. Por ejemplo, Tales de Mileto mencionaba: «La belleza no se dimensiona en un cuerpo, sino en las bellas acciones»; Pitágoras de Samos: «Educad a los niños y no será necesario castigar al hombre»; Pablo, apóstol de nuestro Señor Jesucristo: «Por encima de todo, revestíos de amor, que es el vínculo de la perfección»; don Julio Medrano: «Trabaja en aquello que te guste hacer, pero hazlo con honestidad y serás un hombre de bien».
Cuántos momentos e historias compartimos con él, las visitas a su querida ciudad de Corinto, a los tiangues en los que compraba y vendía siempre su ganado, actuando de una manera correcta y ejemplar para sus hijos. Los seres humanos, así como él lo hizo, necesitan sentir que su paso por la tierra no ha sido en vano y que en cierto modo han dejado huella, aunque sea a pequeña escala y en nuestros seres más cercanos. El camino a la realización personal tiene mucho que ver con la idea de que nuestras acciones tengan un efecto positivo en la sociedad y no solo en nosotros mismos.