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D-Signos por Carlos Cordero, Académico e investigador en diseño
Corría el 1 de enero de 1804 en la antigua colonia de Saint Domingue en el Caribe, hoy día Haití. De la mano de Jean Jacques Dessalines, se proclamaba la independencia para la primera nación negra de América Latina. En palabras de su secretario Boisrond-Tonnerre: «¡Para nuestra declaración de independencia, deberíamos tener la piel de un hombre blanco como pergamino, su cráneo como tintero, su sangre como tinta y una bayoneta como pluma!». Así se iniciaba un proceso de reivindicación de los pueblos afrodescendientes que un día fueron sacados de sus tierras originarias para ser esclavizados.
Adentrándonos en la historia, la trata de esclavos desde África por parte de las naciones europeas data desde el siglo XV, gracias a la repartición de los imperios coloniales, quienes demandaban mano de obra para las plantaciones de añil, caña de azúcar o el trabajo en las minas. Se dice que el primer comprador de esclavos fue el portugués Antão Gonçalves en 1441, quien los traficó desde las costas de Guinea, dando paso a que posteriormente otras naciones como España, Gran Bretaña, Francia u Holanda se unieran a tan lucrativo negocio.
Estos esclavos eran transportados en barcos y cuyas edades rondaban principalmente entre los 5 hasta 25 años y que constituían los lotes más valiosos para los traficantes, siendo su origen, naciones como Ghana, Guinea, Angola, Nigeria o Benín. De estos 2 últimos países sobresalía la religión Yorùbá (según su propia ortografía), que influenció notablemente en la cultura africana de América.
Hablando de este grupo étnico, el investigador Douglas Cárdenas Martínez, en conferencia dictada el pasado 1 de agosto de 2022 en el C.E.M.I., mencionaba que Yorùbá significa extranjero o extraño, y que este pueblo había sido fundado miles de años antes de la Era Cristiana por Oduduwa, quien provenía de las tierras de Sumeria y Egipto.
Además, el sistema religioso Yorùbá estaba constituido inicialmente por Irúnmólè: Irun, seres celestiales; Mo, conocimiento; Ile, tierra, es decir, energías cósmicas, siendo Akamara el Gran Irúnmólè, el creador del universo.
Estaban además los Òrìsà, deidades que literalmente significaban, dueños de la cabeza y que son poderes de la naturaleza, a los cuales se les rendía culto y dentro de los cuales podemos citar, Obatalá, la tierra, las montañas; Ògún, los metales, el esqueleto; Sàngó, el rayo, el trueno; Èsù, la materia oscura; Ori, el arcoíris; Òşun, el río; Yemójá, el mar, la fertilidad, la sexualidad; Egúngún, nuestros ancestros, para mencionar algunos.
En América, la religión Yorùbá tradicional surtirá un sincretismo, adquiriendo diversos nombres según la región donde se asentó, así tenemos, Candomblé en Brasil, Trinidad Ṣàngó en Trinidad y Tobago; Batuque en Argentina y Uruguay; Regla de Osha e Ifá afrocubana en Cuba, esta última, mal llamada Santería.
Según Cárdenas Martínez, en el caso de la santería cubana o Regla de Osha e Ifá se mezcla el espiritismo de Allan Kardec, Mayombe del Palo Congo, así como elementos dogmáticos del catolicismo. Este sincretismo se dio porque estos negros necesitaban sobrevivir en esta nueva sociedad cristiana y para ello conformaron cabildos en las parroquias, en las que con cada celebración católica como en el caso de la Virgen de Regla, detrás de la imagen cristiana colocaban a Yemójá, como el fundamento de su fe; o en el caso de la Santa Bárbara, que detrás de su imagen, oculto bajo un paño rojo, estaba Ṣàngó; con la Virgen de la Caridad del Cobre era Òşun; en la Virgen de las Mercedes, Obatalá; con la Candelaria era Oyá; con el Santo Niño de Atoche, se ponía a Èsù o Elegguá y con San Francisco de Asís, Ọ̀rúnmìlà. Es así que, de todos estos santos tenemos la denominación hoy día de santería en la que no falta la música con cada festejo.
Una vez definida la santería, podemos comprender su origen y que tenemos presente en países como Cuba, México, Estados Unidos, Colombia o Centroamérica, de los cuales El Salvador no es la excepción y que, de alguna forma, nos hermana en la historia con las tradiciones africanas.
No podemos dejar pasar el Batuque, denominado africanismo, nación de santo o nación Orixá que, según Cárdenas, es el resultado de las religiones del Golfo de Guinea y Nigeria. Al día de hoy, disfrutamos cada fiesta con el ritmo de sus tambores, pitos, maracas y panderetas a través de la alegre batucada.
Otras prácticas africanas diferentes a las yorubas están, el Palo Mayombe, la Umbanda, el Vudú cuyo nombre es Hoodoo, la Macumba, el Vodum y la Kimbanda.
En cuanto a elementos propios de la cultura africana, que son parte de nuestra cotidianeidad, están diversos amuletos y oráculos de caracoles, el canasto o la marimba que no falta en las celebraciones de los pueblos en El Salvador.
Hablando de fiestas, tenemos danzas como la de los «Negritos de Cacaopera», en Morazán, o «La Negra Sebastiana», en Tacuba, Ahuachapán, ambas zonas testigas de la población africana que arribó a nuestro país en la época colonial, siendo Acajutla un lugar para la compra y venta de esclavos.
Por último, en los confines de Usulután, un santo de color corona la iglesia de Ereguayquín: San Benito de Palermo, quien es venerado por los afrodescendientes en América, y que al ritmo de Los Tabales le rendimos pleitesía cada 15 de mayo, recordándonos el alma negra de nuestra tierra.