Hace algún tiempo me llamó la atención una columna publicada en un periódico europeo en la que se plantea la pregunta «¿Qué ha pasado con el cuarto poder?».
En el artículo, el escritor afirma que en sus 35 años como periodista ha sido testigo de cómo los baremos de la calidad de los medios de comunicación han caído, y que esto, en gran parte, está relacionado con sus bases económicas en declive.
Aunque su perspectiva es más sobre el problema económico, expone algunas situaciones del periodismo hoy en día, como la lisonja y la soberbia por recibir premios, lo que considera que establece incentivos equivocados. Además, devela que «las primicias» son «filtraciones» en una cultura donde perduran «falsas primicias».
Al final, plantea que es imperioso y urgente que los medios se centren puramente en la información para, al menos, detener su estrepitosa caída.
En nuestro país, los salvadoreños hemos presenciado desde hace muchos años una decadencia atroz y galopante del periodismo como consecuencia de la desenfrenada falta de credibilidad, la manipulación de los poderes económicos y políticos a sus líneas editoriales, el manoseo de información para presentar noticias sesgadas, la creación de mucho sitios digitales con el fin de atacar, calumniar y mentir bajo el manto de la transparencia y la ética; en general, muchos periodistas y sus medios se han convertido en verdaderos activistas políticos al mejor postor.
La mayoría de los reportajes o investigaciones de las dos últimas décadas han sido simples filtraciones de informes preliminares, borradores, pero que fueron presentados con bombo y platillo como si se tratase realmente de «grandes investigaciones periodísticas» o «primicias». Lo gracioso de todo esto es que hasta premios han recibido por eso, cuando de investigación no tienen nada.
Otras publicaciones han nacido de negociaciones oscuras de medios de «comunicación» con funcionarios que, por buscar mantenerse en una silla de poder y reelegirse, entregaron bajo la mesa auditorías preliminares, investigaciones iniciales o inconclusas, y, por si fuera poco, audios y videos manipulados. En muchos casos se han violado diferentes leyes. Y ellos los saben.
Pero, para protegerse de todas las atrocidades escritas en sus periódicos físicos o digitales o presentadas en medios radiales o televisivos, los «periodistas» buscan la protección desesperada de personas y organizaciones corruptas o afines a sus propósitos, nacionales e internacionales, violentando así la libertad de expresión y llevándola a libertinaje y
carnicería periodística, sin importarles a quién destruyen.
En su afán de construir una coraza a sus perversidades, estos mismos periodistas han acuñado términos como persecución política y religiosa, obviamente secundados por personajes de su misma calaña que espetan detrás de una curul o un púlpito. Todos saben que están cometiendo delitos, pero se sienten cómodos, protegidos.
A pesar de todo, el Gobierno del presidente Nayib Bukele ha respetado y soportado todo tipo de inventos, improperios, y aun así lo tildan de violador de las libertades. Él sabe muy bien que los salvadoreños tienen claro que los poderes fácticos han conformado un bloque en contra de una administración del pueblo y para el pueblo.
En ese bloque pegado con miles de billetes verdes locales y extranjeros —que se mueven debajo de mesa— deambulan religiosos, ONG, fundaciones, académicos, cúpulas partidarias en extinción, eternos aspirantes a presidente, propietarios y directores de medios de comunicación, diplomáticos, políticos en decadencia, prófugos, arribistas, loqueros y resentidos sociales.
La artillería está muy clara, pero más clara es la ruta que el presidente Bukele ha trazado para llevar bienestar a nuestra nación aun en contra de adversidades, perversidades, inventos y locuras. Y no se detendrá porque el pueblo le ha dado su voto de confianza, aunque eso les cause trastorno y dolor extremos.