En un edificio en lo alto del morro de Cantagalo, en medio de Copacabana e Ipanema, Rufino enseña sus conocimientos de cinturón negro, la máxima distinción de esa disciplina, a jóvenes de esa barriada golpeada por el crimen organizado y la falta de oportunidades.
Lo hace como profesor del proyecto social Cantagalo Jiu-jitsu, al que se unió en 2003, tres años después de su creación, y del que han surgido campeones de este deporte popular en Brasil.
«La idea es ayudar a niños de la comunidad, intentar darles un futuro mejor y una oportunidad de poder vivir del deporte, del jiu-jitsu, como amigos míos y yo mismo lo hemos hecho», dice a la AFP en medio de un entrenamiento.
Su figura y la de otros cinturones negros decoran las paredes del recinto donde entrenan chicos y chicas que esperan seguir sus pasos.
Aparte de movimientos y técnicas de esta modalidad de origen japonés, pero que tiene vertiente brasileña, aprenden valores para la vida.
«Hay muchos niños que llegan siendo rebeldes y acaban saliendo disciplinados, porque eso es el jiu-jitsu: respeto y disciplina», afirma Fabiano dos Santos Guedes, un luchador de 17 años, envuelto en una túnica gris.
Camino espinoso
Nacido hace 41 años en Cantagalo (municipio de Rio), Rufino destaca los alcances de este arte marcial gracias al cual hijos de esta favela ahora luchan o enseñan en Suecia, Singapur, Estados Unidos y Portugal.
«Puedo decir que me salvó también, yo podría haber seguido otro camino aquí en la comunidad», reflexiona este hombre de cabeza rapada que en 2006 se consagró campeón mundial de peso ligero.
El camino, sin embargo, no es fácil. Mientras que los profesionales del deporte rey de Brasil, el fútbol, pueden ser millonarios sin haber cumplido la mayoría de edad, las cosechas del jiu-jitsu, si llegan, se recogen entrada la adultez.
«Hay que persistir mucho para poder ganar dinero (…) Son ocho o diez años (de entrenamientos) sin ganar nada, apenas invirtiendo para vencer en el futuro», explica.
El joven Fabiano se motiva también con el ejemplo de su propio primo, cinturón negro radicado en el exterior, y quien lo introdujo al jiu-jitsu a los seis años.
«Me ilusiona venir a entrenar, porque sueño con vivir en el exterior y ser campeón mundial», sostiene el adolescente.
La campeona brasileña en la categoría leve
Beatriz Freitas, nacida hace 22 años en la favela Júlio Otoni, en el barrio acomodado de Laranjeiras, comparte la aspiración de Fabiano.
Pero si no logra el título mundial, se contentará con ser una «excelente profesora» de un deporte en que los hombres son mayoría.
Al empezar a practicar esta disciplina, en 2020, «estaba en un momento muy estresante de mi vida, era agresiva en casa y en la escuela. El jiu-jitsu fue una forma de romper con esa actitud», cuenta desde la academia en que se ejercita, en Laranjeiras.