Estados Unidos sigue desde hace dos semanas con avidez el juicio de Alex Murdaugh, un poderoso abogado del sur del país acusado de haber matado a su mujer y a su hijo, una verdadera crónica de la sorprendente caída en desgracia de un personaje público.
Como en una novela de Agatha Christie, miembros de la alta sociedad, trabajadoras del hogar y amigas engañadas desfilan por el estrado, bajo la mirada atenta de las cámaras que retransmiten en directo las audiencias a lo largo de Estados Unidos.
Regularmente, los objetivos van dirigidos al acusado, un hombre pelirrojo y fornido de 54 años que niega cualquier responsabilidad en el asesinato a tiros de su esposa Maggie, de 52 años, y su hijo menor Paul, de 22, en 2021 en su propia casa en el sureño estado de Carolina del Sur.
Al provenir de una larga línea de jueces y fiscales muy influyentes a nivel local, el hombre conoce bien el mundo de los tribunales. Para su juicio, también tuvo que descolgar la pintura de su abuelo, quien se sentó durante mucho tiempo en la corte de Walterboro, una ciudad del condado de Colleton, en ese estado.
Esta acaudalada familia fascina a los canales de noticias, que difunden repetidamente una foto muy glamurosa de la pareja Murdaugh con sus dos hijos -ella con abrigo de piel, los hombres con esmoquin negro-, así como imágenes aéreas de su enorme propiedad, bautizada «Moselle», en la que a los hombres les gustaba cazar puercos salvajes.