Recuerdo que en mis años de colegio la popularidad era uno de los bienes más deseados entre todos los compañeros y cómo cada uno buscaba obtener ese bien preciado a través de cualquier medio posible. El estudio, los deportes, el servicio, etc. Cualquier cosa era buena si nos daba un poquito de aquel atributo tan codiciado por todos.
Se entiende que la popularidad es la aceptación y fama que tiene una persona o una cosa entre la mayoría de la gente. Es la actividad o el producto destinado o adaptado al gusto, la comprensión o los medios del público en general, en lugar de especialistas o intelectuales (un grupo reducido).
La palabra «popular» deriva del latín «popularis», que indica lo que era relativo al pueblo. De esta manera, «popular» se ha usado para referirse a algo que pertenece o se origina en las clases sociales más bajas o desfavorecidas. En otras palabras, aquello que es accesible a la mayoría de las personas.
En este sentido, no debería ser tan difícil para el servidor público alcanzar esta meta, la tan deseada popularidad, pues la popularidad en la vida del líder debería ser el resultado natural de esforzarse y trabajar por el bien de las mayorías, las cuales son normalmente las más desfavorecidas (no debería ser tan complicado satisfacerlas).
Lo que ocurre en la realidad es que los líderes, aquellos que han estado al frente para servir, no lo han hecho así, con el resultado consiguiente de tener el rechazo y el repudio del pueblo en lugar de su aprobación y aceptación.
Para los funcionarios, quienes están a cargo de la cosa pública, no debería ser tan difícil lograr ser admirados o gustados por la mayoría de las personas o de un grupo en particular, porque a eso se deben. El problema ha sido la demagogia y el populismo.
La demagogia es un engaño. El líder es el primero que debe rechazar la demagogia (dominación tiránica del pueblo), que es el empleo de halagos, falsas promesas que son populares pero difíciles de cumplir y otros procedimientos similares para convencer al pueblo y convertirlo en instrumento de la propia ambición personal y política.
El populismo, según la RAE, es la tendencia política que pretende atraer al pueblo prestando atención especial a los problemas de las clases populares. Su origen es un movimiento ruso del siglo XIX llamado narodnismo (Narodnichestvo, народничество), término que se traduce al español como populismo, que obraba como guía para los movimientos democráticos rusos de la segunda mitad del siglo XIX.
El populismo es la tendencia política que dice defender los intereses y las aspiraciones del pueblo, pero que en el fondo solo busca instrumentalizar las necesidades de la gente para alcanzar sus propios intereses egoístas y/o partidarios.
Que Dios nos guarde de la falsa popularidad producto de la demagogia y del populismo, que se sostiene sobre apariencias y falsas promesas que con facilidad se derrumban, porque no están sustentadas en el verdadero amor al prójimo que nos enseñó Jesús como la mayor expectación divina y en un deseo sincero de servir a los demás, comenzando por los más necesitados.
La popularidad es buena si se fundamenta en los valores divinos del amor, la bondad y la misericordia.