El padre Marcelino Pérez Hernández tiene 80 años, es originario de Panamá y trabajó durante tres años con el padre Rutilio Grande en El Paisnal, antes de que fuera asesinado en 1977. Pérez también conoció personalmente a San Óscar Romero, y según lo describió, una de las cualidades que más admiraba del religioso fue su capacidad de abrir su pastoral a las comunidades.
El padre Marcelino además de trabajar como sacerdote en El Salvador, ha estado en países de Centroamérica, Europa, El Caribe, entre otros. Según comentó, a todas las naciones que ha viajado, San Romero es el salvadoreño más conocido, especialmente por su martirio y por su mensaje para las poblaciones.
«En Inglaterra, en una iglesia anglicana, tienen una figura de San Romero desde mucho antes de su canonización. Otro día viajé a un pueblo lejano en República Dominicana, y lo que me encontré en la iglesia es que tenían una imagen de Romero y todos sabían de él. Sin duda, es el salvadoreño más conocido en el mundo», afirmó el religioso.
Así también, indicó que, entre sus múltiples visitas, se ha encontrado personas de diferentes religiones que apoyan el mensaje de unidad y paz que compartió Romero. «A donde he ido, los bautistas, los luteranos, y los anglicanos reconocen a monseñor», indicó.
Además, expresó que, con la canonización, el mensaje de unidad y verdad de Romero fue reconocido universalmente. «La canonización fue como que Dios reivindica todo lo que hizo monseñor. Como un mensaje que decía que reivindica y aprueba el testimonio de esos hombres que murieron para su causa», comentó Pérez.
El día del asesinato de Rutilio Grande
El padre Rutilio Grande era uno de los mejores amigos de Óscar Romero. Según Pérez, el asesinato de Grande fue un detonante para Romero, pues a partir de ese día, él inició un trabajo permanente de la defensa del pueblo y la denuncia social, especialmente los atentados a las personas más vulnerables.
Grande fue asesinado en Aguilares el 12 de marzo de 1977, cuando se dirigía a El Paisnal. El padre Marcelino Pérez se conducía en el mismo vehículo, pero unos minutos antes del atentado, él se bajó del carro y tomó un autobús.
«Esa tarde iba yo con él en el carro, y en eso llegó un señor de San Salvador que quería hablar con él (Rutilio Grande), entonces yo me bajé y le dije que se fuera tranquilo, que yo iba tomar el bus de Tacachico hacia un cantón que iba a una boda. Cuando estaba en la misa, me dijeron que habían visto el carro de la parroquia volcado en la carretera, entonces me regresé a El Paisnal, y cuando llegué, un testigo me dijo que me había salvado. Cuando ingresé a la plaza, había gente llorando y la Guardia ya había entregado los cuerpos de Rutilio, don Miguel y el joven Nelson», narró Marcelino.
Esa noche, San Romero llegó hasta la iglesia y le pidió a Pérez que le mostrara los cuerpos de sus amigos, al verlos, guardó un profundo silencio y le pidió que en ese momento preparan una misa. Marcelino recuerda que el evangelio que escogieron fue «nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos».
Desde ese día, Romero tuvo una participación activa en las comunidades y logró recuperar la iglesia de El Paisnal. Unos días después de la sepultura, Pérez fue capturado y llevado a la cárcel. Dos meses después, en mayo de 1977, fue enviado a Panamá y no pudo regresar a El Salvador hasta después de la firma de los Acuerdos de Paz.
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El padre Marcelino considera que el hecho de que se bajara del vehículo unos minutos antes del atentado, fue porque no estaba listo para el martirio, y que su misión era otra, pues actualmente puede contar el testimonio a diferentes generaciones.
Romero le envió unas cartas a Pérez, en las que le expresaba su admiración por el trabajo que habían construido en Aguilares y El Paisnal. «Para usted, va mi bendición de pastor y el cariño sincero de este hermano y servidor que lo recuerda. Le envío la segunda Carta Pastoral de 1977», se lee en una de las cartas.
«Cuando mataron a Romero y a Rutilio Grande, mi impresión es que no se llevaron nada, porque ellos ya habían entregado la vida a su pueblo. Para hablar de San Romero y la historia de su pueblo hay que hablar con mucho cariño y respeto»
Marcelino Pérez, sacerdote jesuita.
Para Pérez, las cartas son uno de los recuerdos que más aprecia, y las lleva consigo a todos los países donde viaja. Actualmente, el padre se desempeña como acompañante espiritual del colegio Externado San José, con lo que busca ayudar guiando a las futuras generaciones.