Al igual que en El Salvador en los últimos años, cuando se ha condenado por parte de Estados Unidos (EE. UU.) y de su malévola lista Engel a numerosos funcionarios del actual Gobierno, EE. UU. ha recurrido en el caso de Cuba a demonizarla hasta incluirla en un absurdo «eje del mal», culpándola de todos los males habidos y por haber de este mundo.
Los mecanismos de presión de EE. UU. hacia el Gobierno del presidente Nayib Bukele guardan asombroso parecido con la represalia internacional de EE. UU. contra aquellos países, dirigentes y movimientos políticos que se atreven a pensar con criterios propios y a cuestionar los argumentos de EE. UU.
Como lo afirmó al «The New York Times» el profesor de la American University Leo Grande: «Cuba fue agregada por primera vez a la lista de patrocinadores del terrorismo internacional en 1982 por el presidente Ronald Reagan para castigar a La Habana por apoyar a los movimientos revolucionarios centroamericanos. Irónicamente, bajo la Doctrina Reagan, Washington estaba apoyando movimientos contrarrevolucionarios en Nicaragua, Angola y Afganistán… culpables de ataques terroristas mucho peores contra civiles que cualquier otro apoyado por Cuba». Washington llegó a gastar diariamente hasta $3 millones en apoyar a los gobiernos de El Salvador en su lucha contra los insurgentes.
Ahora que hay tímidos acercamientos de la administración de Biden a Cuba, uno de los objetivos prioritarios para desenredar el desencuentro de décadas de agresión estadounidense contra Cuba debe ser el fin del bloqueo criminal e inhumano que sufre la isla desde hace más de seis décadas y eliminarla del absurdo listado de países propiciadores del terrorismo.
Ello indudablemente abriría la puerta a relaciones económicas, culturales y deportivas de inmenso provecho para ambos países.
Recientemente estuve en Miami y pude comprobar que las nuevas generaciones de cubanoamericanos ya supera[1]ron los criterios de la Guerra Fría y el odio anticomunista a Cuba. Por el contrario, es una isla, un país, que también forma parte de su identitario nacional, ya sea porque muchos de ellos, o sus padres o abuelos, nacieron en Cuba.
Un país trabajador que lucha por su supervivencia en estos tiempos difíciles pospandemia, en medio de la escasez de productos, accesorios y combustible que produce la conflagración planetaria en Europa Oriental, no tiene ninguna justificación de seguir incluido en la infame lista de países patrocinadores del terrorismo (SSOT por sus siglas en inglés).
Basta ya a ese criminal bloqueo imperialista.