Cuando conocieron la noticia del fallecimiento del expapa Benedicto XVI, Kurt y Anna-Maria Spennesberger no dudaron ni un instante en tomar su coche y conducir 200 kilómetros hasta Marktl, la localidad natal en Baviera del anterior pontífice.
Esta pareja de la región de Algäu, en el sur de Alemania, recuerda con emoción cuando conocieron en persona a Joseph Ratzinger, antes de que lo designaran papa en 2005.
«Tuvimos un contacto personal y muy humano con él», explica Kurt, de 71 años, mientras que su esposa, un año más joven, tiene los ojos llorosos al pasearse al lado de la casa donde el expapa nació el 16 de abril de 1927 y que alberga ahora una exposición dedicada a su vida.
Esta pareja estaba visiblemente afectada por el deceso de Benedicto XVI, de 95 años, a pesar de que no resultó una gran sorpresa debido a su edad avanzada y frágil estado de salud.
«Cuando es una realidad, un hecho irremediable, uno necesita tiempo para aceptarlo», reconoce Kurt.
Igual de triste estaba Karl Michael Nuck, de 55 años, a pesar de considerar que su muerte fue «sin duda como un alivio para él», ya que estaba muy enfermo desde hacía meses.
«Nuestro papa bávaro»
En este pueblo de 2,800 habitantes, situado cerca de la frontera con Austria, predominaba una atmósfera triste, nada que ver con el habitual ambiente festivo del 31 de diciembre.
Delante del Ayuntamiento ondeaba a media asta una bandera papal blanquinegra y dorada, con un lazo negro en el centro. También había el mismo emblema delante de su casa natal y de la iglesia de San Osvaldo.
Además, pusieron velas alrededor de la columna de Benedicto XVI, cerca del Ayuntamiento.
El presidente regional de Baviera, Markus Söder (derecha), pidió que ondearan a media asta todas las banderas enfrente de edificios oficiales en esta región meridional.
«Lloramos por la muerte de nuestro papa bávaro», aseguró en Múnich.