Cuando canta, el tiempo se detiene y las sombras de la cotidianidad ceden ante los colores con que la música pinta nuestro entorno. Ella es Gracia González, una joven salvadoreña cantante de ópera que ha conquistado escenarios en El Salvador y Europa gracias a su melodiosa voz y al talento que emana de cada armonía que entona.
Dedicada a la música desde su niñez en ballet y ópera, Gracia señala que esa dedicación es la que ha forjado su carácter y la ha construido como persona, algo que, a su criterio, la música y el arte pueden hacer en la juventud salvadoreña.
En el color de su imborrable sonrisa y en la dulzura de sus palabras, la idea es firme y contundente: El Salvador necesita arte, El Salvador necesita artistas. Desde su experiencia, señala la importancia de que las familias no corten las alas de aquellos jóvenes que muestren una pasión artística y, a su vez, invita a la juventud a armarse de disciplina y perseverancia para recorrer el camino de las artes hacia un horizonte lleno de luz en medio de una oscura sociedad.
Primero que todo, ¿quién es Gracia González?
Me definiría como una persona artística. Toda la vida me han gustado las artes. Desde chiquitita me metí en el ballet clásico y, ahorita, mi arte principal es el canto. Soy soprano, cantante de ópera. Me encanta cantar. Creo que así es como me definiría: como alguien muy artística.
Decís que desde pequeña comenzaste en las actividades artísticas, ¿cómo descubriste tu pasión por el arte?
Fueron mis papás los que vieron que me gustó. Me llevaron al Teatro Nacional a ver «El Cascanueces», tenía dos años en ese momento. Estábamos en el tercer piso y ellos vieron que, cuando las bailarinas comenzaban a entrar en escena, yo empezaba con mis manitas a moverme. Entonces pensaron que podía gustarme el ballet y me llevaron a clases y, la verdad, me encantó. Desde pequeña me enamoré de la danza. Formé parte de la compañía Ballet de El Salvador. Se dieron cuenta que me gustaba y no fue como en otros casos que algunos van obligados. A mí siempre me encantó el arte.
Y, ¿al canto cómo llegaste?
Siempre me ha gustado cantar y siempre buscaba clases o espacios dónde aprender a cantar, pero estaba tan metida en el ballet que no me quedaba tiempo. Pero, en un momento, me lesioné una rodilla, me tuvieron que operar y me quedé inmovilizada. Ya no pude hacer nada más de baile y, en el periódico, vi una audición de niños para «La Novicia Rebelde»- La audición ya había pasado, pero le dijeron a mi mamá que fuéramos. Quedé seleccionada para este musical y desde ahí me di cuenta mi pasión por el canto. Así fue como llegué a ALISA (Asociación Lírica de El Salvador), que después pasó a ser la Ópera de El Salvador. Ahí me quedé y descubrí mi pasión por el canto. Me encantó y comencé a quedarme con el ballet y con el canto.
Debió ser complicado manera el ballet, el canto y todo tu desarrollo profesional. ¿Cómo logras manejar esta combinación?
Es como un relojito bien sincronizado porque cada minuto que me queda libre no es para diversión nada más. Desde chiquita estaba acostumbrada a que si yo salía del colegio no era tiempo para ir a jugar. No, en realidad, yo iba en el carro cambiándome para irme a las clases de ballet y todo era como un horario bien nutrido, porque si no aprovecha uno hasta la última gotita de tiempo que tiene disponible, no se logra. En cierto punto tuve que dejar el ballet porque me metí a la universidad porque, llevando las tres cosas (universidad, ballet y canto) ya era imposible, porque en mis ratos libres chocaban los ensayos de ambas cosas, pero ahí fue que me dediqué al canto. En esto toca aprovechar cada momento libre que uno tiene.
Acá en El Salvador, ¿en qué teatros y con quiénes te has presentado?
He cantado en el Teatro Presidente y en el Teatro Nacional. No he tenido la oportunidad de cantar en Santa Ana. He cantado en el Museo MARTE, también en FEPADE y en el MUNA. Principalmente, he cantado con Ópera de El Salvador, la que se ha encargado de hacer estas producciones. También he cantado con la Orquesta Sinfónica, en un par de ocasiones. He cantado también con la JOCCA (Joven Orquesta y Coro de Centroamérica) y con diferentes grupos o producciones. Una vez trabajé en una pieza especial de un ensamble de 12 cellos, que se hizo con cellistas nacionales e internacionales.
¿Hay alguna presentación que se haya quedado marcada en tu memoria?
Mis favoritas y las que nada las ha logrado desbancar son dos: una es la de «El Fantasma de la Ópera», que es mi ópera favorita y que siempre soñaba con hacer ese papel. Ese musical me encanta y esas presentaciones, que hicimos como dos o tres temporadas, me encantó bastante.
El otro que me gustó fue cuando canté en Suiza. Lo que más recuerdo de Suiza no fueron las funciones tal cual, sino el primer ensayo que tuve con la orquesta. Fue en el Conservatorio de Winterthur y era un salón con todos los miembros de la orquesta. Eran como unos 50. Estaban todos los miembros del coro. Al llegar, estaba nerviosísima porque era la primera vez que iba a cantar frente a un montón de europeos que han crecido con esta cultura. Llegué. Me miraba tranquila por fuera, pero por dentro estaba nerviosa. Me paré a la par del director. Había escogido la pieza «Heia in den Bergen», que es de la opereta «Die Csárdásfürstin». Empezó a sonar aquella música hermosa y la piel se me puso eriza. En ese momento dije: «De aquí soy». Ese momento para mí fue clave.
Y, ¿cómo fue que llegaste a Suiza?
Yo había cantado aquí en El Salvador varios conciertos y llegó al director que me invitó en el festival en Suiza. Unos amigos me recomendaron, le enviaron videos míos y la directora le gustó mi voz y así fue que me invitaron a cantar.
¿Es el único país de Europa al que has ido?
No, también he ido a Alemania. Fue lindísimo. Fue para un cierre de festival, con una orquesta de 50 a 60 músicos.
La pandemia ha venido a golpear mucho al arte en El Salvador. ¿Cómo ha sido para vos todo este tiempo sin presentaciones?
Ha sido difícil. Nos vino a cambiar la vida por completo. Muchos planes que teníamos para el 2020 tuvimos que aplazarlos. No es que no los vayamos a hacer. Simplemente quedan en pausa. Para mí fue difícil seguir con la motivación de seguirme preparando y seguir entrenando porque no hay funciones. A uno le hace falta tener funciones, pero igual hay que buscar nuevos proyectos. En todo este tiempo pude echar mano de las redes sociales. Impulse videos en redes sociales, generando contenido, aunque no ganaba nada materialmente, pero podía llevarle algo a la gente, sobre todo, cuando estaba más fuerte la situación de la pandemia.
Mucha gente me comentó y me agradeció porque al ver el video tuvo un momento de calma y de quietud. El arte tiene todas esas funciones, no solo entretiene, sino que nos puede hacer sentir cosas muy bonitas. Hice un par de conciertos en vivo a través de Instagram. Fue un cambio total en mis planes. Hasta la fecha siguen los proyectos en el horno. Está listo el pan, pero aún no se puede hornear.
A lo largo de toda tu experiencia, ¿alguna vez tuviste momentos de duda o de querer abandonar tu dedicación al arte?
La duda está todo el tiempo. Hay días en los que uno sale de las clases, en momentos en que las cosas no salían bien, que me preguntaba si de verdad debía seguir. Pero nunca fue una duda verdadera. Siempre ha sido una parte de mí el arte y siempre será una parte de mí. Nunca ha sido una opción abandonarlo. Quizás me daba miedo algunas audiciones, sobre todo, en el país da mucho miedo la reacción del público. La gente no está tan expuesta al género lírico y uno siempre teme que no les vaya a gustar. Esos pequeños miedos siempre están en el camino, pero nunca he pensado en dejarlo.
En todo tu andar artístico, ¿qué valores te ha dejado esta dedicación al arte?
Primero la perseverancia y la constancia. Se puede tener el talento y uno puede tener un don maravilloso, pero si no se trabaja, de nada sirve. Y es de mucha paciencia, porque uno diría: «Si es que se levantó cantando así» o «Así nació cantando, se le ve tan natural», pero en realidad no es así, se requiere mucho trabajo para que uno en el escenario se vea así como si uno así nació, con naturalidad. Por eso, lo primero es eso: mucha constancia, mucha paciencia. Además, en los ensayos, muchas veces se requiere paciencia porque hay que armar y dejar bien armado un pedacito. Se requiere paciencia para lograr los resultados.
Otra cosa es muchísima disciplina. Cada vez que uno canta, todo lo que hacemos con nuestro cuerpo afecta la voz, desde cuánto dormimos hasta lo que comemos. Si yo tengo un concierto, sé que tengo que dormir bien toda la semana, tengo que evitar ciertos alimentos que ocasionan cambios en la garganta, tengo que cuidarme de los cambios drásticos de clima y de otro montón de factores. Todo eso requiere mucha disciplina y muchos sacrificios, pero que al final vale la pena porque es por lo que uno ama.
¿Te ha apoyado tu familia en tu carrera artística?
Mi familia me ha apoyado al mil por ciento. Desde pequeña ellos iban conmigo a los ensayos, al teatro, a todo tipo de presentaciones. A veces había que gastar en vestuarios. En las funciones, mis papás nunca se han perdido una función, a menos que sea un evento privado al que no pueden entrar. Siempre han sacado fotos y videos de las funciones. El apoyo de mi familia es incondicional y ha sido importante para formar mi carrera. Ellos han estado ahí todo el tiempo.
El Salvador es un país poco dado al arte y muchas familias no ven con agrado que sus hijos quieran tener una carrera artística. ¿Qué le dirías a esos padres que piensan de esa forma?
Que no le corten las alas a sus hijos. Nos faltan artistas, nos faltan personas que se dediquen a esto, que lo amen, para que podamos tener una cultura mucho más enriquecida en el país. Necesitamos que esto crezca, que así como empiezan a surgir muchos artistas, tengamos también muchas más plataformas para el canto, para la pintura, para la danza, para todo. También les diría que lo ideal es lograr un equilibrio. No se trata de olvidarse del colegio o la universidad. Si de verdad los jóvenes quieren meterse al arte, es necesario tener un equilibrio. La formación profesional es importante. El consejo es: si quieren algo, luchen y sepan que va a conllevar sacrificio.
En ballet y ópera casi que habíamos mandado a hacer camisetas que digan «No puedo. Tengo ensayo» porque ese es como el lema de todo artista. Siempre que nos invitan a algo nos toca decir: «No puedo. Tengo ensayo». Pero no hay que tenerle miedo al sacrificio.
También se piensa que en El Salvador la gente no siente pasión por el arte. Desde tu experiencia, ¿esto es verdad?
A la gente les encanta. Cuando ya se exponen, les encanta. Pero, hay que hacerlo en un ambiente controlado y de la manera correcta. Es como si te dieran a probar vino y nunca lo has tomado en tu vida. Si te lo dan sin avisarte qué es ni cómo será, te sabrá feo. Pero, cuando se prepara al público, cuando estamos en un ambiente especial para eso, funciona y les encanta. Me gusta, en los conciertos, explicarle a la gente el contexto de la historia. Son canciones desconocidas en idiomas que no todos entienden. Eso puede causar una sensación de desagrado. Pero si le explicas a la gente el contexto de la historia y del momento, la gente entra en esa historia y lo entiende, lo disfruta. En mis conciertos, incluso, le ponía subtítulos a las piezas para que las vayan leyendo. Así, la gente logra conectarse con el personaje y entiende la relación entre la música y lo que significa la letra.
También me encanta cantar pop lírico, o el clásico crossover, como le dicen, que es donde se mezclan estilos del pop con un canto lírico. Hay mucha gente que no lo ve con buenos ojos, pero a mí me encanta porque es una forma de hacer la ópera más digerible para un primer acercamiento. Si yo te pongo a ti ritmos a los que estás más acostumbrado y a instrumentos que ya conoces y, de repente, escuchas una voz lírica y se oye bien, ya será más fácil que te presente una ópera y te guste.
¿Crees que el arte puede servir para construir una mejor sociedad en El Salvador?
Nos falta arte. El arte sensibiliza, nos vuelve más humanos. Nos hace falta arte. No sé cómo pudiéramos tener más arte en El Salvador. Si supiera, ya estuviera impulsando un proyecto. Pero, realmente, creo que cada uno de los que sentimos este impulso por hacer arte, lo primero, es no frenarnos. Ver impedimentos es bien fácil. Creo que lo primero es no perder la motivación, sino enfocarse en que sí debemos hacerlo. Luego, debemos seguir. Todo lo que hacemos de arte aporta a El Salvador, todo eso suma poco a poco. Así, al conectarnos, poco a poco, podemos generar proyectos y colectivos que puedan tomar más fuerza.