La «Fiesta del chivo» es una obra literaria del escritor peruano Mario Vargas Llosa, la cual narra las atrocidades cometidas por el dictador Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana, que van desde asesinatos masivos, ahora conocidos como delitos de lesa humanidad; esto en los años que gobernó, de 1930 a 1938; y de 1942 a 1952; y luego gobernó de manera indirecta hasta 1961 valiéndose de presidentes títeres. Fue traicionado por un grupo de seis miembros de la aviación militar dominicana que pusieron fin a 31 años de tiranía trujillista y provocaron la salida al exilio de su familia; así termina un dictador latinoamericano, un verdadero dictador.
Lo anteriormente escrito permite establecer un marco comparativo de las dictaduras últimas que ha vivido nuestro país, y no voy a referirme a la dictadura militar de 1932 a 1979, esa será objeto de otro análisis. Lo que sí es interesante para el análisis es evidenciar las dictaduras más recientes que vivió nuestro país; y digo esto pues quienes instauraron una dictadura partidocrática en nuestro país fueron los que un día crearon las condiciones para provocar una guerra civil, una guerra fratricida de la cual aún nuestro país resiente heridas que calaron profundo en nuestras mentes y corazones, crearon un pleito del que sabían perfectamente su final que se concretó el 16 de enero de 1992, al que llamaron «la firma de los Acuerdos de Paz», derogada por la nueva Asamblea Legislativa. Fue un acuerdo de cúpulas, tanto de la denominada derecha salvadoreña, representada por ARENA, y su contraparte, el FMLN, que se repartieron el botín del apoyo que gobiernos extranjeros dieron para la reinserción de excombatientes de ambos lados.
Participaron en una guerra y los resultados de esta debemos pagarla todos los salvadoreños, pero así diseñaron estos grupos su estrategia a efecto de convertir a El Salvador en un país con «alternancia del poder político», según ellos al estilo norteamericano, lamentablemente nunca contaron con los bemoles que nos da la vida y que un problema en el interior del concejo municipal de la alcaldía de San Salvador daría pie al inicio de la descomposición del FMLN al expulsar de sus filas a Nayib Bukele, en ese momento alcalde de San Salvador. Comenzaron una serie de atropellos contra el actual mandatario y, como cosa predeterminada, todo les fue saliendo mal, hasta encontrarse en este momento al límite de su extinción, pues no lograron un tan solo diputado de la Asamblea Legislativa; es decir, el otrora partido de masas reducido a su mínima expresión, esto obviamente le pone fin a la denominada «izquierda» salvadoreña.
Por otro lado, el partido ARENA que logró colar dos diputados aún tiene vida política en la Asamblea Legislativa, aunque sin trascendencia, sin incidencia y sin posibilidad alguna de poder maniobrar como lo hacía antes, su línea está trazada y, por ende, su culminación como otrora partidos políticos orgánicos, de masas o de cuadros, su fin es una realidad inminente y solo aquellos que viven de glorias pasadas pueden pensar lo contrario. Es el triste final de una dictadura partidocrática, en otras palabras, el final de la fiesta del chivo.
Las maras o pandillas son producto de una distorsión y descomposición social de generales conocidas, que fue aprovechada políticamente por ARENA y el FMLN con fines puramente electoreros, fueron sus brazos armados para someter a la población trabajadora. Estos grupos fueron beneficiados con dinero de los impuestos de todos los salvadoreños y lo peor es que negociaron la sangre de nuestro pueblo.
La llegada al Ejecutivo del actual mandatario Nayib Bukele pone fin a un «gobierno paralelo» que habían impuesto las pandillas, pues fueron estos los que negociaron con los dos gobiernos anteriores de ARENA y del FMLN, y ahora con el Plan Control Territorial y los decretos del régimen de excepción, aunada la construcción del Cecot, se pone fin a la dictadura impuesta por las pandillas.
Así se llega al final de la fiesta del chivo, con dos partidos políticos decrépitos y decadentes, que mancharon sus banderas con la galopante corrupción que siempre los acompañó, además de las manchas de sangre de nuestro sufrido pueblo salvadoreño, que cansado y con un hartazgo al límite decide pagarles con votos expulsándolos y pulverizándolos, ahora reducidos a mínimas expresiones.