Recientemente, el presidente Nayib Bukele se refirió al debate en Francia sobre la legalización del cannabis (marihuana) para reducir los efectos nocivos del narcotráfico en la sociedad.
Al respecto, el presidente Bukele señala que «legalizar un delito no reduce la delincuencia, solo mueve la línea roja». El gobernante insiste en que el enfoque para reducir la criminalidad debe centrarse en sacar a los delincuentes de las calles. Y lo dice con conocimiento de causa.
Haber convertido a El Salvador en uno de los países más seguros del mundo, después de haber sido la capital global de los asesinatos (en los tiempos de ARENA y del FMLN), es un éxito que despierta mucha admiración en todas partes.
Y la fórmula exitosa para lograrlo es, precisamente, sacar a los criminales de las calles. El Plan Control Territorial y el régimen de excepción permitieron a las autoridades de seguridad pública capturar y enviar al sistema judicial a más de 80,000 integrantes y colaboradores de las pandillas.
Con tal cantidad de delincuentes fuera de las calles, los salvadoreños han conocido la paz y la tranquilidad.
Mover la línea roja de la legalidad complica más el panorama: «Las personas que cometen delitos empezarán a explotar lo que hay más allá de la línea roja, y la sociedad quedará entonces con dos problemas: el uso masivo de lo que acaba de legalizarse y el aumento del uso de lo que queda cerca de la línea roja», sentenció el presidente Bukele en su cuenta en la red social X.
«Todas las líneas rojas son arbitrarias; la economía criminal prospera al cruzar esta línea roja, y no hay ningún incentivo para cambiar eso», ahondó el mandatario.
Al respecto, en el caso de El Salvador, el contundente golpe de las autoridades a las pandillas y a su economía permitió al Estado recuperar una serie de bienes que el crimen organizado se había apropiado o que adquirió utilizando dinero proveniente de actividad ilícitas.
Toda esa «economía mafiosa» que pudo haber generado un fuerte impacto en la economía formal al ser desarticulada fue absorbida por la enorme capacidad de generación de riqueza que permitió conquistar la seguridad.
Algunos activistas de la oposición, algunos autodenominados «periodistas» (pero que en realidad eran aliados de las maras), llegaron a decir que «las pandillas eran necesarias para la sociedad». Tal aberración quedó desmentida al desarticular a estas organizaciones criminales y, con ello, lograr el drástico descenso en homicidios y otros delitos violentos.