¿Quién recuerda las obras «Pacunes», «Barbasco» y «Las Tinajas» del escritor salvadoreño Ramón González Montalvo?
En esta ocasión, comentaré «Pacunes» y hablaré un poco de «Barbasco», obras que me obsequió su hija, la pintora Ana Marina González, una mujer sensible y muy culta, con quien disfruté conversando una tarde del 2024.
La edición y publicación de «Pacunes» estuvo a cargo de la Dirección de Cultura, Dirección de Publicaciones del Ministerio de Educación, Colección Narradores, en 1972.
«Barbasco» fue trabajado por el Departamento Editorial del Ministerio de Cultura, en 1960. La portada de este libro la realizó el querido amigo y pintor Camilo Minero. Al finalizar, se incluye un vocabulario del lenguaje campesino y sus significados, lo cual facilita su lectura y nos ayuda a ampliar nuestra cultura general.
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«Pacunes»
Es una colección de cuentos que describen el sentir de los pobladores de Cuscatlán. En el primer cuento vemos la naturalidad en la expresión campesina, el lenguaje usado por Ramón González Montalvo, muy propio de los hombres y mujeres que habitan el campo. El cual, lejos de ser oscuro, se manifiesta claro y fresco como el agua del río en la planicie.
Vemos los postes de madera y la silueta de un hombre empujando una máquina, el bostezo del sol al ver de lejos el carrete desocupado y los hilos derechitos, bien tilintes por los postes. El patrón, la hora de los frijoles, los machetes al lomo, la barra, el martillo y los clavos. Los pajonales alteños, un cerco de púas y un toro retador potrero adentro. La vida de un animal que respeta los cercos y se deja dominar.
De pronto, en el segundo relato aparece el Janiche siguiendo los recovecos de la vereda dibujada por las patas del ganado. Un cerco de piedra, los pesados caites de llanta de hule; los gallos y los patios barridos, la lengua largipelada del Janiche, el ronroneo del hombre Inés, el calor, el amate y la hamaca, la patroncita blanca y rubia, la descripción del patrón como un hombre de barbas cheluscas, asquerosas uñas, labios golosos y dedos torcidos, sin atractivo alguno para encadenar a la «pajarilla loca y rubia que tenía por esposa».
El deseo de Inés por la patroncita, la sonrisa de ella. La palidez del muchacho al alejarse. Y más tarde, la reacción del Janiche cuando Inés le narró lo sucedido: “¡Qué bruto luiso Dios, entrador, haber perdido el chance!”.
Como podemos observar, González Montalvo maneja de forma magistral los diálogos, los pensamientos, el deseo sexual del campesino por la patrona, las descripciones de paisajes, animales y personas con el lenguaje del campesino.
De pronto, el lector se sumerge en la estampa de la sabana tendida, los anchos vientos, el potro, los galopes en la comba frondosa, el caballo y el hombre que estranguló su libertad, los cusuquitos y las hormigas locas.
Los ranchos, la guitarra maldita y un asesinato por celos, un cráneo y un corvo hendido. Un vaso de barro, el coqueteo del patrón y el recuerdo de un amor correspondido. El palo de amate y los encuentros bajo su sombra, desgajando bejucos floridos, campanillas azules y begonias, la piropeadera en la mañana, las sonrisas bonachonas. El campo.
El lector camina por la barranca Limón, bajo altos capulamates, almendros y tempisques que crecen en los bordes y escucha el sonido del agua acomodándose en el vientre del cántaro.
Aparece Julia y una voz a sus espaldas, los dientes de granos de elote, el hombre que le relata su amor y le dice que no resiste más su deseo, le habla de casarse con ella después que haya elote, pero faltan muchos meses para que venga el verano. Ella con sus pechos pequeñitos y duros, de espaldas contra el paredón y los chorros de luz en sus pupilas, accede.
Llega a otra historia, a los crespones espesos de las tétricas noches, el miedo, el frío, la luna bruja, largo aullido que sacude la casa, es la manera como se despide alguno de la familia.
En los textos, el escritor juega con las palabras y modismos de los campesinos, y una poesía que asalta de pronto entre las líneas de sus cuentos: «Atardece. La lluvia tiembla por soltarse. Los campos se expanden con la coquetería de las nubes que pasan bajitas, frescas prometedoras. La falda pequeña de la loma verdea lujuriosa. Vienen brotando, lindamente, los matochos pujantes de las condenadas cabras, pesadilla de hacendados, ensuciadoras de potreros».
«Pacunes» es una colección de cuentos, hermosa y sencilla, retratos de vidas, placeres, amores, embrujos y formas de vivir en el campo. El frío madrugador, el cantar del clarinero, el sol alto en el trabajo, el costal con la semilla, los frijoles en la olla, el maíz que cae a lo profundo de la tierra, el jarrito de café, la veredita, la yerba pujante, las mujeres que llevan el almuerzo a los milpeantes, el barranco, el campo, el temascal tiloso y la sonrisa satisfecha, el cántaro nuevo y las tormentas.
El pueblo, el pensamiento y las intenciones puestas en dioses de piedra, el brujo y un lago poseído por el espíritu del dios tutelar, U Qux Cho, que vive en el fondo del lago Xocomil. La creencia es que si un indígena cae en el agua, no debe hacer nada para salvarse pues ese dios lo ha llamado a servirle. La historia de dos enamorados que se ahogaron para estar juntos, los muellecitos de los embarcaderos.
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«Barbasco»
El autor usa en su narrativa un lenguaje lleno de metáforas que despierta el interés del lector. Cada descripción muestra los detalles, formas y contenidos despertando la imaginación con su ingenio: «brilla un punto luminoso entra la superficie oscura y móvil. Es que las bocas halan la magalla del puro, y el chupetón aviva la brasa medio apagada. Los mosquitos y jejenes, aburridos de volar tras los torsos desnudos, hartos de sangre, borrachos por el humo amargo del tabaco, rumbean a los pantanos orilleros».
Es la historia de Chico Paco, apodado Barbasco, un niño huérfano que vive en la pobreza y sufrió la miseria y el hambre de los campesinos de esa época, y de la humillación y desamparo en su adultez, por parte de sus explotadores. En esta novela se abordan los temas de la pobreza, la injusticia social y la explotación de los campesinos.
Ramón González Montalvo nació en Quezaltepeque el 7 de febrero de 1908 y murió en noviembre del 2007 en San Salvador. Excelente novelista y cuentista salvadoreño. Fue diplomático y los temas que abordó en sus obras fueron el campo y el agro.
Sus cuentos y novela poseen un lenguaje adornado con poesía y formas coloquiales de comunicarse por las personas campesinas. Describe el ruido sordo, el cha-chas de las atarrayas «abarcando los remansos pachos», las sombras que danzan en la mente, «las palabras aplastadas contra los labios», el filo que relumbra tentador esperando el brazo fuerte de su dueño, la vida de los campesinos y sus patrones, la pestaña de monte que rodea las casas, los zopilotes enfundados en el estuche cusco de sus alas, las gallinas y las hojarascas podridas, la ubre que no da más, las alforjas vacías, el amanecer.
Ramón González Montalvo estudió Ciencias y Letras en el Externado de San José y luego Jurisprudencia y Ciencias Sociales en la Universidad de El Salvador (UES). Fue discípulo de Arturo Ambrogi. Representó a El Salvador en muchas conferencias internacionales.
Se desempeñó como diplomático, fue cónsul en Los Ángeles (Estados Unidos), Oficial Mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores, segundo jefe del Protocolo en San Salvador, subsecretario de Relaciones Exteriores en la administración del coronel Osorio.
Sus obras son: «Las Tinajas» (1956), novela de porte costumbrista; «Barbasco» (novela de 1960) y «Pacunes» (cuentos de 1973). También escribió los cuentos «Vientos de octubre» y «La cita».