En el mundo actual, la información ha dejado de informar y ha pasado al campo de desinformar; y es que, en un mundo donde se ha plegado toda la vida a la nube y la tecnologización, se ha perdido la verdad, pues esta está en el orden de lo terreno, mientras que en el orden de lo relativo y, por tal, de lo no estable se encuentra la falsa realidad virtual. Lo falso y lo verdadero se igualan, como interés particular de la mediocridad de la mayoría.
Si bien es cierto se necesita eficacia en la vida social y laboral, cuando esto se pone por encima de la humanidad y necesidad de afecto del ser humano, se desindividualiza al ser y se le coloca en el campo de los objetos. Dejando el fin principal de la vida de la persona humana, es decir, ser feliz y no ser eficaz para ser feliz. De lo contrario, se estaría cayendo en un pragmatismo tal que se valorice solo lo útil para el mercado.
Al respecto de lo dicho con antelación, el filósofo actual Byung-Chul Han comenta lo siguiente: «No solo las emociones desestabilizan, sino que se desintegran las arquitecturas temporales estabilizadoras». Esto da paso a un todo es relativo y, por tal, nada es estable, destruyendo con ello el mundo de los rituales que daban sentido trascendente a lo cotidiano.
De tal suerte que, para volver a estabilizar lo existente se ha de necesitar en primer lugar tomar consciencia de lo sucedido y, en segundo lugar, estructurar una nueva realidad fundamentada en el tiempo, que es lo que estabiliza lo cotidiano. No se puede ni se debe seguir con esta dinámica de todo es igual y en referencia a lo que aporta económicamente.
Por tanto, se debe desmantelar esta cultura de la muerte y de la idolatría al dinero, el prestigio social y el éxito sin méritos o el mérito de destruir al otro. Pero claro, este ideal no será posible positivizarlo, en la medida que los poderes fácticos no consideren a la persona humana como un ser de respeto y no solo como una máquina de hacer dinero (cosa difícil de lograr, según las prioridades de los poderosos de este mundo).
Es así como el tiempo es lo que permite que se materialice lo que realmente es importante y le da sentido a la vida, es decir, la fidelidad, el compromiso, la contemplación, la verdad, la vida misma, el amor. A esto se le debe apostar si no se quiere terminar con lo poco que queda en esta nueva realidad antiidealista. Pues bien, la contemplación de lo importante es lo que volverá el sentido trascendente a la persona y su entorno, pero es ahí el principal problema actual: ¿quién tiene tiempo para observar?
Si desde las mismas universidades se le prohíbe al maestro observar y contemplar, considerándose pérdida de tiempo leer y pensar en silencio y en el ocio filosófico, destinándole a ser un trabajador de maquila educativa. Pues bien, así es imposible inculcar en las nuevas generaciones amor por la pasividad y la comprensión del todo desde sus partes. ¡Vaya tarea menuda la que se tiene!
Ya lo decía el maestro griego Demócrates: «Todo está perdido cuando el malo sirve de ejemplo y el bueno de burla». Pues esa es la condición fenoménica presente, el pensador, observador, es tomado como fuera de lugar o disfuncional social; alejándolo de su naturaleza y poniéndolo a disposición de la falsa realidad efectiva y eficaz de la sociedad actual. Por tanto, se debe fomentar desde la familia, la escuela y la sociedad la atención con intención, para casar correctamente el ser trascendente con el ser terreno, y solo así se deja la intermediación del interés en la conciencia propia.