El lago de Güija es compartido por los departamentos de Jutiapa (Guatemala) y Santa Ana (El Salvador). Del lado salvadoreño se encuentra el islote Igualtepeque, también llamado Cerro de las Figuras. Sobre él se conservan vestigios de la acrópolis religiosa que existió hace miles de años, al igual que cientos de piedras talladas (petrograbados) algunas de las cuales pueden tener hasta 9,000 años de existencia.
Sobre el islote y a los pies de este, sobre todo bajo las aguas de Güija, se estima que existen millares de petroglifos, la mayoría con vocación religiosa. Edgardo Quijano, autor del libro «Las estrellas y las piedras» (publicado en coautoría con Ricardo Lindo en 1992, bajo el sello de la Dirección General de Publicaciones e Impresos, DPI) ha estudiado los petrograbados desde los años setenta, siendo estudiante del Centro Nacional de Artes (CENAR).
Recuerda que se hizo un inventario de más de 70 rocas, de 50 de estas calcó hasta 800 dibujos: «Se supone que por la estructura del islote y la concepción de los templos destruidos pueden haber existido unas 1,000 rocas y muchas de ellas es posible que estén aún bajo las aguas del lago. Además de todo lo que se ha saqueado y destruido. Es decir, nuestro códice lítico aún continúa en el misterio», dice.
Según Quijano, de las rocas inventariadas 10 se trasladaron a la represa El Guajoyo (que es alimentada por Güija) y otras 15 al Museo Nacional de Antropología (MUNA) en San Salvador. Estas últimas, durante un tiempo estuvieron agrupadas con la idea de recrear la Sala Lítica, pero hace muchos años fueron separadas y las mantienen así.
Todas las piedras fueron intervenidas por el profesor de la historia del arte, en el sentido de lograr imágenes claras de todas las talladuras, que se calcaron, inventariaron, se reprodujeron en diversos documentos y, finalmente, dieron vida al único libro que existe sobre los petroglifos de Güija.
«Para llegar a eso (el libro) hubo necesidad de visitas al sitio, trabajo de fotografía, “slides”, calcos, corregir incluso los dibujos. Yo tuve que corregirlas (las talladuras), incluso, las del museo (MUNA) porque ellos no son artistas, no son eruditos. Para cada dibujo ha sido un trabajo bien sofisticado en dar una imagen prístina y comprensible que ni siquiera en las rocas mismas se puede observar. Hubo necesidad de calcar desde los formatos más grandes, en tamaño original, hasta los formatos más ínfimos. Cada vez que se hace, uno aprende, y todos estos tomos contienen dibujos», comparte el investigador, mientras hojea los grandes y pesados documentos donde conserva los dibujos.
El bestiario
Según el experto, en Güija el petrograbado más grande mide como metro y medio de alto por un metro de ancho, aunque las rocas tienen diferente tamaño. Hay dibujos pequeños como de 70×30 centímetros, que pueden estar junto a talladuras de un metro de altura por 1.60 de ancho, es decir las dimensiones de los dibujos en las piedras varían.
«Esto es escritura y, además, no se trata de imágenes comunes, sino que supone que son las imágenes sagradas del templo y de los sacerdotes y su religión. Estas imágenes son sagradas del templo, de aquellos sacerdotes, de aquellos sabios y de aquellos astrónomos. Ese el concepto fundamental de los petroglifos de Güija. Se trata de imágenes sagradas realizadas en distintos momentos de la historia», añade.
Según el libro «Las estrellas y las piedras», en Güija hay «un bestiario fantástico, y numerosas sierpes con fauces de jaguar. Encontramos, además, un jaguar con piernas humanas, dando un paso de marcha, de perfil, claro antecedente de la Piedra de las Victorias, de indiscutible estilo olmeca, y del monumento 13 de La Venta, en el Golfo de México, aunque en estos últimos casos la figura aparezca enteramente humana. Pero, por otra parte, los olmecas solían componer seres míticos donde lo humano se sumaba a lo bestial». Los petroglifos también recuerdan a deidades como Hurakán, un hombrecillo de una sola pierna, que se menciona en el Popol-Vuh. «Ciertas figuras se repiten de un grabado a otro. Parecen corresponder a una convención ya establecida. Y sabemos que la escritura nace del dibujo y el dibujo de las formas del mundo», reflexiona el profesor de la historia del arte.