La primera poetisa salvadoreña de la que se tiene evidencia histórica es Jesús López, nacida el 28 de noviembre de 1848 en la ciudad de San Vicente. Esto es prácticamente lo único que sabemos, a ciencia cierta, de su vida. Estos pocos datos nos los proporciona Román Mayorga Rivas en su obra «Guirnalda salvadoreña», tomo II, págs. 103-109, publicada en 1885.
De Jesús López solo se han conservado dos poemas: «A una rosa» y «Salve a María Santísima». Ninguno ha merecido un estudio de ningún tipo. Don Luis Gallegos Valdés menciona a Jesús López solo tres veces en su obra «Panorama de la literatura salvadoreña», que tiene cerca de 250 páginas: en la 49, en la 52 y en la 286. Cada una es muy breve. En la 49 solo menciona el año de su nacimiento. En la 286 solo cita su nombre en forma sucinta, al lado de Claudia Lars, y en la 52 apenas le dedica siete líneas:
«Aparece Jesús López (nacida en San Vicente en 1848) como la primera mujer que cultiva, humildemente, el verso en su callado vivir entre nosotros. Es un nombre que debe figurar, por derecho propio, en esta generación. Su composición “A una rosa”, de arte menor, retoma un tema tradicional en la poesía castellana y lo hace suyo por la emoción, y, en lo formal, por la combinación estrófica no corriente: redondillas, cuyo verso 4.º rima con el 4.º de la estrofa siguiente. Una curiosidad que vale subrayar».
Con todo respeto, en ese párrafo lo único que vale subrayar es una metida de pata, seguramente no intencional, de don Luis. En efecto, «A una rosa» es un poema escrito en versos de arte menor, concretamente versos octosílabos, pero no en redondillas. Las redondillas son estrofas «de cuatro versos octosílabos o menores, con rimas consonantes cruzadas, abab, o abrazadas, abba». El ejemplo de redondillas más famoso de la literatura castellana lo constituyen las célebres «Redondillas a los hombres por hablar mal de las mujeres», de Sor Juana Inés de la Cruz, que comienzan: Hombres necios que acusáis, a la mujer, sin razón; sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis. Si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal?
Igual a estas, las estrofas de «A una rosa» están formadas por ocho versos octosílabos rimados así: abbe cdde. Como puede notarse, los versos 4.º y 8.º terminan en palabra aguda. Este es el esquema de la estrofa llamada octavilla aguda. La octavilla aguda, al igual que la octava real, y que otras formas clásicas, como el soneto, proviene del italiano.
En efecto, como menciona Rudolf Baehr en su obra «Manual de versificación española»: «La historia de la octavilla aguda es más antigua, y se remonta hasta principios del siglo XVIII. Los primeros testimonios, aunque todavía muy escasos, se presentan casi al mismo tiempo en “La rodoguna”, versión adaptada de la obra de Corneille (estrenada entre 1710 y 1712), del peruano Pedro de Peralta Barnuevo, en el “Diálogo métrico de París” y “Elena” y en el “Oratorio místico y alegórico”, de Eugenio Gerardo Lobo. El modelo de estos primeros testimonios lo dieron acaso Gabriello Chiabrera o sus imitadores italianos.
»El incremento de su uso, que se inicia solo después de mediados de siglo, se debe por un lado a las estrofas agudas, fáciles de recordar y cantar, de los melodramas de Metastasio (1698-1782), muy de moda entonces en España; y por otro, a las imitaciones artísticas de algunas de sus poesías líricas autóctonas, realizadas por conocidos poetas españoles, y en especial por Meléndez Valdés, que según J. G. Fucilla, ha de considerarse como “el verdadero iniciador de la moda de las poesías líricas de Metastasio en España y el primer poeta que establece de una manera definitiva la tradición de la octavilla italiana en su suelo patrio”. En varias clases de versos cortos y en múltiples variaciones de los esquemas de rimas, aparece en los dos Moratín, Iriarte, Arjona, Cienfuegos, Arriaza, Quintana, Lista; y en mayor cantidad en Sánchez Barbero y en el cubano J. M. Heredia, que escribió más de un tercio de su obra poética en esta forma de estrofa. En composiciones que se denominan canción, himno, cantilena, cantata, aria y otras, la estrofa de versos agudos ocupa el primer lugar en el primer cuarto del siglo XIX. En Arriaza y Sánchez Barbero puede notarse la predilección por el empleo del octosílabo y el esquema de rimas abbe acce, forma que en siglo XIX tuvo gran divulgación en España y América.
»El cultivo eficiente de esta forma estrófica en versos largos (octava aguda) parte de Arjona, en su “Diosa del bosque”, obra en la que dispuso con gran arte el desarrollo rítmico, e intentó dos innovaciones importantes para el futuro escogiendo el endecasílabo como verso largo y el heptasílabo en el cuarto y octavo versos agudos (ABBe CDDe).
»Tal disposición logró desarrollarse de una manera más diferenciada en el Romanticismo, favorecida acaso por el modelo de Manzoni. Entre 1835 y 1840, Bermúdez de Castro creó la octava aguda isométrica de endecasílabos, y de él recibió su nombre. Zorrilla sobre todo recurrió a ella en sus leyendas. En “La mariposa negra”, Pastor Díaz dio nuevo renombre y mayor divulgación a la variante de Arjona, que usa en la estrofa versos plurimétricos (Bermúdez de Castro, Avellaneda, Mármol y otros).
»No obstante, la octavilla aguda fue más frecuente en el Romanticismo. Desde “La canción del pirata” de Espronceda se emplea exclusivamente el octosílabo. Según T. Navarro, es la forma estrófica de la poesía en octosílabos que más se usa en esta época. »Después de este apogeo, la historia de estos dos tipos de estrofas de ocho versos termina rápidamente. El Modernismo ya no usa la octava aguda, y la octavilla aguda, que fue siempre más popular, solo se da en casos aislados».
¿Cómo supo doña Jesús López, de San Vicente, utilizar esta forma estrófica, si presumiblemente estaba tan lejos de la corriente principal de la literatura castellana? La clave puede estar en los versos de Zorrilla y Espronceda, tan populares durante el siglo XIX, como máximos exponentes del primer hervor del Romanticismo (Bécquer sería el mejor exponente del segundo momento romántico). Los versos de estos poetas seguramente llegaron hasta los últimos rincones de España y de América, con su versificación fácil y su ritmo pegajoso.
«A una rosa»
¿En dónde están los colores
que ostentabas orgullosa,
cuando aromada y hermosa
lucías en el pensil;
cuando entre hojas de esmeralda
tenías por atavío rico
aljófar de rocío una mañana de abril;
cuando toda la pradera
embalsamaba tu aliento,
y el pajarillo, contento
en tu cáliz se embriagó?
Como una linda sultana
en un harén de delicias,
recibías las caricias
que el aura te prodigó
Hoy, tan solo te acompaña
recuerdo triste y penoso
de aquel pasado dichoso
que creíste eterno bien.
Entonces, leda y afable
te halagaba la fortuna;
mas hoy, no encuentras ninguna
ventura de aquel edén.
Ahora te veo mustia,
sin follaje, sin olores,
sin esplendor, sin colores,
sin esperanza ni amor…
¡Pobre flor! Pasó tu encanto,
cual pasa todo en la tierra,
tal es la dicha que encierra,
este valle de dolor…
Yo, al considerar tu suerte,
pienso en mi triste vejez;
cual de ti, de mi se aleja
la juventud y me deja
la amargura y aridez…
Compárese la musicalidad del poema de Jesús López con los primeros versos de La canción del pirata de Espronceda:
Con diez cañones por banda
Viento en popa a toda vela,
No corre el mar, sino vuela
Un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman
Por su bravura El Temido,
De todo el mar conocido
Del uno al otro confín…
En cuanto al contenido de A una rosa, se trata del antiguo tema muy frecuente en la poesía lírica española. Entre los ilustres cultivadores de este tema, tenemos a Luis de Góngora (1561-1627):
«A una rosa»
Ayer naciste, y morirás mañana.
Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
¿Para vivir tan poco estás lucida,
y para no ser nada estás lozana?
Si te engañó su hermosura vana,
Bien presto la verás desvanecida,
Porque en tu hermosura está escondida
La ocasión de morir muerte temprana.
Cuando te corte la robusta mano,
Ley de la agricultura permitida,
Grosero aliento acabará tu suerte.
No salgas, que te aguarda algún tirano;
Dilata tu nacer para tu vida,
Que anticipas tu ser para tu muerte.
Con ser el ejemplo más ilustre el de Góngora, ciertamente no es el único. Pedro Calderón de la Barca aborda este mismo tema en su soneto Estas que fueron pompa y alegría… o los inevitables versos, como los llama Borges, de Marino:
Púrpura del jardín, pompa del prado,
Gema de primavera, ojo de abril…
El tema es muy común en toda la poesía toda del Siglo de Oro: la vanidad de la vida, lo rápido que se escapa la juventud, y lo pronto que viene la muerte. No arranca, sin embargo, de esta época. Es más antiguo. Ya está presente en las Coplas por la muerte de su padre, de Manrique. Y no termina con el Siglo de Oro. De hecho, el poema «Rosa», de Claudia Lars, mutatis mutandis, aborda el mismo símbolo, que es uno de los más reiterados de la poesía lírica hispanoamericana:
Color redondo, carne dulce y fina,
abierto corazón de primavera;
llama fugaz en tierra pajarera,
columna de evidencia matutina.
Goce de abril, inútil bailarina
de la sangre y la luz en la frontera,
comunicada con la vida entera
por el silencio amargo de la espina.
Externa y pura, mas del lodo alzada.
En el cristal cautiva y condenada
sin alarde se dobla o se refleja.
Basura de agonía cuando acabe…
¡Y mi lengua extraviada que no sabe
el idioma del duende y de la abeja!