Kamala Harris hizo historia el 3 de noviembre de 2020 al ganar el cargo de vicepresidenta de Estados Unidos, la primera mujer y la primera persona negra que lo conseguía.
Pero un año más tarde aún trata de averiguar qué papel desempeñar en el que es, por definición, un puesto ingrato. La decisión de Joe Biden de integrar en su fórmula presidencial a la exsenadora californiana de 57 años envió un mensaje a un electorado que exigía una mejor representación en puestos altos en la estructura de poder.
Pero esa decisión del actual presidente, compañero de fórmula de Barack Obama durante dos mandatos, también puso, inevitablemente, el foco en Harris. Ya antes de romper barreras en la vicepresidencia, Harris fue la primera mujer y la primera persona negra en convertirse en fiscal general de California, y luego la primera senadora con ascendencia del sur de Asia.
Pero Harris, hija de inmigrantes jamaicanos e indios, aún tiene que romper otro molde, uno en el que las costumbres políticas y la Constitución estadounidense la han encerrado.
«No existe una vicepresidencia exitosa. Los vicepresidentes brillan o decaen en función del presidente al que sirven», dice Elaine Kamarck. Según esta investigadora de Brookings, un centro de investigación con sede en Washington, que ha escrito un libro sobre el cargo de vicepresidente, este puesto ha pasado a ser puramente ceremonial.
Durante mucho tiempo, «el chiste era que el vicepresidente era el que iba a los funerales [de los famosos] en lugar del presidente». «Entonces, Al Gore cambió el modelo al asumir funciones importantes que eran prioritarias» del presidente Bill Clinton, dice.
Después vino Dick Cheney. Barack Obama ha hablado mucho de su «bromance» (una contracción de «hermano» y «romance» en inglés) con Biden, quien, a su vez, muestra un gran respeto hacia la que ahora es su vicepresidenta.
LA RESPONSABLE DE LA POLÍTICA MIGRATORIA
Biden ha confiado a Harris un dosier políticamente muy delicado: abordar las causas de la migración ilegal ante el aumento del flujo de llegada de personas a la frontera sur de Estados Unidos. En junio, en el marco de esta misión, Harris visitó Guatemala y México.
Pero en vez de conseguir reconocimiento, esta primera misión internacional le valió un aluvión de críticas del ala izquierdista de su partido por enviar un mensaje demasiado duro: «¡No vengan!», dijo a los posibles inmigrantes, y de la oposición republicana, por blanda.
También se comentó mucho en Washington una entrevista televisiva sobre estos temas en la que Harris se mostró nerviosa y poco preparada. Hasta ahora ha conseguido salir de todos los baches, y desde la caída de Kabul y la precipitada retirada de Afganistán en agosto el foco se ha apartado de su figura para posarse sobre la de su jefe, Biden, que lleva meses saltando de crisis en crisis.