Sobradamente se ha escuchado decir que la crisis es oportunidad, pero esto no queda más que como palabrerío cliché entre conversaciones académicas. Sin embargo, cuando se requiere analizar con seriedad esta sentencia, se muestra reluciente un ímpetu que sobrecoge hasta la más profunda entraña de la existencia humana.
Es así como el pensador naturalista Teilhard de Chardin expresaba: «De la crisis nace una fuerza de desesperación» que mueve los cimientos; potencia que nace desde la crisis y que agita a una evolución sin precedente, que confronta el máximo dolor o angustia con la garantía de aprendizaje y de oportunidad.
Ahora bien, nada de lo expresado se puede poner en contexto sin un poco de comprensión al respecto, entendimiento que se pone a la base de que el ser humano es un cambio contradictorio constante y que, por tal, su propia vida y dependencia se sustentan en la garantía de comprender su esencia y su insistencia como tal.
Dicho lo anterior, se sobreentiende que para alcanzar un modelo de oportunidad basado en la crisis como medio de superación se necesita poseer. En palabras del doctor angélico Tomás de Aquino, «el don de consejo consiste en reconocer y exponer en cada situación concreta la acción correcta», acción correcta en la concreción de lo asimilado.
De tal manera, la crisis, al igual que cualquier circunstancia adversa, puede ser convertida en un sufrimiento sin sentido o en propósito vinculante con el futuro bajo un carácter ya templado y disponible para el crecimiento y la evolución. Solo queda, cuando no hay sentido, la petición («et emitte caelitus») ante la no esperanza humana.
Pero bien, es necesario entonces la búsqueda de la sabiduría para concretar en la vida de uno la capacidad de tomar lo adverso y construir con ello una interpretación que no se limite en lo individual, sino abarcante de la existencia humana, logrando así la fuerza necesaria en el interior para abrir sendero donde no hay y tapar hueco que deja salir el aire de la grandeza.
Tal como diría el maestro de la pluma Víctor Hugo, «todas las situaciones críticas tienen un relámpago que nos ciega o nos ilumina». ¿De qué depende entonces la ceguera o la iluminación? Simplemente de la capacidad de ver la crisis como oportunidad, y aún más como fundamento de madurez intelectual y espiritual.
Por ende, que cada crisis que venga a la vida traiga consigo un avasallante cúmulo de dolores y sinsabores, pero que al final son herramienta y técnica de grandeza y de vida. Que cada día sea una corriente de energía cósmica que atraviese el ser interno de quien vive, ama y sufre, pues solo en ello se anida la oportunidad nacida de una crisis con nombre y apellido, con la fragancia propia de la divinidad hecha carne y palabra.
¡Solo así se puede tener claridad y sentido en la existencia, en un mundo cada vez más marcado por el sinsentido y la insolencia! Bendita sea la hora en que la piedra arrojada con odio a cada ser humano honesto y perseverante se convierte, por designio divino, en materia prima para construir la casa física y la del alma.