Lejos de su mejor versión, San Miguel apeló a su pegada, el calor, y a la experiencia de Romel Mejía para agenciarse una paliza de 4-1 sobre La Unión que encalló sobre el césped del Juan Francisco Barraza y sigue sin ver zona de clasificación en la Liga Nacional de Fútbol (LNF), Copa Lotería.
Los garroberos tardaron menos de 60 segundos en llegar al gol. Celebraron en su primera incursión al marco contrario: recibió por derecha Érick Orellana y asistió a Salvador Vásquez que únicamente tuvo que empujar la pelota al fondo de la red.
La tempranera diana, sin embargo, sentó mal en la divisa migueleña que, cortos de plantel y con piezas clave (extranjeros) fuera del engramillado (Julio Galindo lesionado y Andrés Vallecilla separado), apostó por el pelotazo sin sentido y se vio bajo el dominio de los porteños, algo que no dejó de impacientar a Santos Noel Rivera que (sancionado) intentó corregir desde las gradas del Barraza.
Para fortuna de los anfitriones, La Unión no tuvo claridad ni profundidad por lo que su dominio fue estéril y a la hora de defender tampoco estuvo acertado y permitió que San Miguel, sin suficientes méritos ofensivos, le convirtiera una vez más.

La diana que valió para el 2-0 llegó al 35 después de un saque de esquina. Aterrizó el balón en el área y después de un par de rechaces fallidos se la encontró en ruta al marco Romel Mejía que terminó darle la dirección y velocidad necesaria para dar la tranquilidad a los migueleños antes de la pausa del primer acto.
Los primeros minutos de la segunda función fueron un calco del arranque. Romel Mejía decretó el 3-0 en el 48′, y después (51′) se agenció su «hat-trick» tras recoger un balón que besó antes el horizontal.
En adelante el partido se abrió para una goleada mayúscula, pero Mejía perdonó dos opciones claras y al final del encuentro los porteños retomaron aire y lograron el descuento por intermedio de Fernando Rotela en el 83′. Para entonces ya no solo el tiempo y el marcador era enemigo de los porteños sino también el ardiente sol el desesperante calor que evaporaba hasta el más pintado.