Los «liderazgos» que surgieron a partir de enero de 1992 lograron que El Salvador navegara en aguas turbias, llenas de sedimentos de políticas oxidadas y con oscilaciones pervertidas, en las que vendieron surcos como bondades reales y permanentes para los ciudadanos. Se enfocaron en las elecciones siguientes solo para mantenerse en el poder, pero no en las futuras generaciones. No les interesó nunca.
Más de alguno ha reflexionado que la guerra civil no se daba en grandes ciudades, fue hasta la Ofensiva Hasta el Tope de los guerrilleros en total acuerdo con la derecha fáctica, que dio paso a la presidencia de Fredy Cristiani, con la que colocaron el andamiaje perfecto para establecer su sistema de impunidad e iniciar el desfalco millonario al país. Sembraron «la paz de los ciudadanos» en el agua, pues permitieron que fueran el nuevo tiro al blanco de asesinatos, desapariciones y extorsiones, tal como lo expuse en mi columna anterior.
Todos sabemos que no se puede arar en el agua, pues se hace el surco e inmediatamente el agua regresa a buscar su nivel. Es así como esos «líderes» actuaron por intereses individuales, egoístas, durante tres décadas, mientras la sangre honrada corrió por las calles y avenidas de pueblos y ciudades.
Ningún verdadero líder del pueblo podía seguir en lo mismo si quería cambiar la historia del país. Debía surgir de los escombros dejados por la izquierda y la derecha y, con valentía, hacer borrón y cuenta nueva pensando en las siguientes generaciones. En la palestra apareció Nayib Bukele, dispuesto a convertir en leyenda el sistema nefasto.
Bien lo dijo el diplomático y estadista alemán Otto von Bismarck: «El político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación». Y eso es precisamente lo que perturbó la mente de los rojos, quienes corrieron a expulsar de sus filas al joven que desafió sus oscuros y diabólicos intereses para anteponer los de una nación.
Es a partir de junio de 2019 que Nayib y los salvadoreños comenzamos a construir la nueva casa, a arar en tierra firme y no en las aguas en las que navegaron sumisos parásitos políticos que se movieron al son de la flauta de los poderes fácticos.
Todo salvadoreño entiende que no ha sido, no es ni será fácil. Pero sabe que tiene un verdadero líder, valiente, capaz y decidido a emprender toda acción en favor del pueblo y que deberá afrontar grandes desafíos, de todo tipo, nacionales y situaciones externas adversas.
En medio de todo esto, el presidente de los salvadoreños debe continuar con la consolidación del nuevo sistema conociendo muy bien que el bloque opositor moverá más fuerte sus influencias nacionales e internacionales en un intento de asalto a la gobernabilidad y quienes no tendrán reparo alguno para conseguirlo, utilizando a los pordioseros con pluma y micrófono que reciben dinero hasta de mafias, que son bajeros activistas políticos, que caminan en la pasarela de la desinformación, el desprestigio y las calumnias. Estos creen que escribir o hablar en medios internacionales les da credibilidad. Botan hasta la credibilidad de quienes les permiten espetar falsedades.
Nayib también sabe que 2023 es un año más complicado para el mundo. Las grandes potencias y los países en desarrollo están comenzando a sufrir decrecimiento económico y se habla de recesión global. Por lo que la coyuntura, en general, estará asediada por crisis financieras, de salud y conflictos bélicos; en nuestro país se suma la guerra política con miras a 2024.
Pero como dijo Winston Churchill «un pesimista ve la dificultad en cada oportunidad; un optimista ve la oportunidad en cada dificultad» y el optimismo, la inteligencia y la valentía le sobran al presidente Bukele. Es un animal político sin comparación, que no inhala adulaciones de cortesanos enfermos de poder. La raíz de todos los males es el amor al dinero.
Ahora nuestro país hace surcos en tierra firme. Ya quedan pocos escombros del sistema corrupto y asesino que instalaron areneros, frentudos, Rodolfo Párker, asesores camaleónicos que aún deambulan, instituciones de todo tipo —hasta religiosas— que comieron del poder y ONG que se cubren con mantos de sociedad civil, pero que son activistas sedientos de dólares.