Por Álvaro Darío Lara
En 1990, la Editorial Clásicos Roxsil, publicó «Lo que dice el río Lempa», un hermoso libro del poeta y escritor Ricardo Lindo (1947-2016).
Vivíamos los últimos tiempos de la guerra civil y en medio de esa tragedia, que nos arrebató miles de vidas, y que destruyó buena parte de nuestro patrimonio cultural tangible, Ricardo, lanzaba a la luz de la imprenta, un tomo ilustrado con mágicos dibujos del artista Salvador Choussy, donde trocaba tanto dolor en maravilloso homenaje a esta tierra de lagos y volcanes.
Apasionado por la historia, las leyendas y el mito que encierra Cuscatlán, Ricardo recrea en cuarenta y siete narraciones, lo prehistórico, lo prehispánico, lo colonial y lo republicano del país. Construye y reconstruye la historia, pero desde el poder trascendente de la poesía. Por ello, ahonda en sueños, paisajes y auténticas fábulas, que conforman la médula de lo que aparentemente designamos bajo el sustantivo de realidad.
Desmitifica los héroes y pondera, por sobre todo, la estación de las flores, las tortugas, el justo juez de la noche y las tortilleras de Comasagua. Es decir, todo aquello que hizo exclamar a Salarrué: «Yo no tengo patria, yo no sé qué es patria: ¿A qué llamáis patria vosotros los hombres entendidos por prácticos? Sé que entendéis por patria un conjunto de leyes, una maquinaria de administración, un parche en un mapa de colores chillones. Vosotros los prácticos llamáis a eso patria. Yo el iluso no tengo patria, no tengo patria pero tengo terruño (de tierra, cosa palpable). No tengo El Salvador (catorce secciones en un trozo de papel satinado); tengo Cuscatlán, una región del mundo y no una nación (cosa vaga)». (Fragmento de: «Mi respuesta a los patriotas», 1932).
En ese sentido, «Lo que dice el río Lempa» se inscribe en una noble tradición que arranca, desde las mejores páginas sobre Cuscatlán, escritas por don Francisco Gavidia, Ambrogi, Herrera Velado, los Espino, Claudia Lars, Salarrué, Oswaldo Escobar Velado, Roberto Armijo, José Roberto Cea y David Escobar Galindo. Es una lírica diáfana no contaminada por el fanatismo ideológico ni por la politiquería.
Los caudillos que levantamos a nuestra medida, ajenos totalmente a su condición de hombres reales, se desmoronan en estas narraciones. Así dice el poeta: «Nuestros héroes fueron culpables de más de un crimen monstruoso. Los hechos crueles de Francisco Morazán y Francisco Malespín que aparecen en estas páginas están documentados. Sus ideales fueron grandes, pero no concibieron otro argumento que las armas. También pertenece a la historia cuanto digo de nuestro primer Obispo, el intrigante y ambicioso Jorge Viteri y Ungo».
De igual forma, nos dice: «Las páginas que siguen son y no son historia, son y no son cuentos. He tratado de hablar más de cuanto bello y bueno nos dejaron los hombres del pasado, de imaginar, a través de los objetos y los documentos, cómo fue aquí, en otros tiempos, la vida».
«Por huevos o por candelas» y «Carta póstuma de Napoleón III», nos instalan en esa atmósfera que crea un misterioso puente entre el país y Francia. El tema del primer texto es un enigmático europeo, radicado en El Salvador entre finales del siglo XIX y principios del XX: Justo Armas, propietario de una tienda de alquileres lujosos quien, impecablemente vestido, mostraba siempre sus pies descalzos. El famoso Justo Armas, sobre el que pesan fuertes sospechas acerca de su verdadera identidad, fundamentándola algunos, en el Emperador Maximiliano I de México.
Un libro que recupera la memoria de los poetas asesinados por la barbarie: Jaime Suárez, Rigoberto Góngora, y el titiritero Roberto Franco.
Ricardo Lindo, finaliza «Lo que dice el río Lempa», con esta confesión y credo: «He detestado las armas siempre. Creo en el bien común, en la necesidad de compartir los bienes de la tierra, y si tuviera fuerzas cantaría, como Virgilio, a la santidad del arado. Creo en el perdón de los pecados. Acaso un espíritu bienhechor se compadezca de nuestro mar teñido en sangre, de la belleza de las rocas vestidas del verdor del invierno […] Acaso se compadezca de nosotros, y establezca los dones de la paz en los corazones de nuestra patria pequeña, dulce y atormentada».
Y con esa fe, puesta en el porvenir, qué esperanzador resulta ir hacia la sabia fuente de uno de nuestros clásicos: el poeta y escritor Ricardo Lindo, cuyo amor por Cuscatlán, quedó evidenciado en su prolífica y portentosa obra. Leerla es un don del cielo. Tenerla, entre nosotros, para siempre, un gratísimo privilegio.