Aprincipios de los años ochenta, en el barrio La Merced, de San Rafael Oriente, San Miguel, un grupo de jóvenes adolescentes que apenas rondaban de los 12 a los 16 años se reunía cada tarde de manera devota en la esquina de la farmacia de doña Lilian, la boticaria del pueblo, o en la esquina de la casa de doña Chávez para contar historias, algunas reales y otras inventadas de ese mundo mágico que caracteriza a los adolescentes que construían sueños que se forjaban en la casa, los amigos, la escuela y en las tardes de futbol, sin faltar las noches de bohemia con guitarras cantando las canciones de amor de la época.
Eran tiempos cuando había un gran respeto para los adultos, éramos una generación que respetaba a los ancianos, al profesor de la escuela, y sabíamos honrar a nuestros padres con buenas notas de grado; eran tiempos cuando se recitaban los poemas de Alfredo Espino, época en la que todavía se escribían cartas de amor a la novia, tiempos cuando pedíamos agua en cualquier casa, nos conocían y nos la regalaban con una sonrisa, porque no había agua contaminada. Teníamos respeto y principios, nos subíamos a un bus y le dábamos el asiento a un anciano o a una mujer embarazada. Eran épocas cuando no teníamos Netflix, ni internet ni Facebook, pero disfrutábamos ver los episodios de «Vaqueros», de «Bonanza» o de «Star Trek» y colmarnos de la risa con el humor sano de Chespirito, el Chavo o las películas de Cantinflas.
Eran tiempos cuando el que no trabajaba tenía que estudiar. Así crecimos con principios y valores enseñados por nuestros padres, campesinos con poca formación, que apenas sabían leer y escribir y en algunos de los casos hasta un tercer grado. Éramos un grupo de adolescentes que después de venir de trabajar o estudiar nos reuníamos cada tarde para ir al campo de fútbol a jugar soñando con ser, en el futuro, un jugador del equipo del pueblo que ya gozaba de fama en la región, de ser muy competitivo y estar entre los mejores de la liga, de la zona oriental, era el Gerardo Barrios; sin embargo, como estábamos muy jóvenes, aun teniendo cualidades, no nos admitían en el equipo grande, y tomamos la decisión de formar nuestro propio equipo.
Así surge el 11 Tiburones, equipo que a través de la amistad y unidad del grupo de adolescentes se fue ganando un nombre y prestigio. Le gustaba tanto a la población ver a esos jovencitos jugar que el equipo mayor, el Gerardo Barrios, los comenzó a solicitar, y eran tan buenos futbolistas que los fueron subiendo de categoría desde las divisiones menores hasta llevarlos a la liga de plata o de ascenso, de la segunda división.
Todos los que iniciamos con el 11 Tiburones formamos parte después del gran equipo Gerardo Barrios, sin descuidar tampoco nuestros estudios. De ese grupo destacan Manuelito Reyes, un gran volante de contención, quien jugó varios años en la liga de plata y después se convirtió en un excelente médico, y Óscar Rivera, un gran defensa lateral, titular que después llegó a ser el director del Instituto Nacional que hoy lleva su nombre. Óscar falleció y se nos adelantó en el camino de la vida; el Gran Play, como le decíamos, religiosamente después de cada entreno nos invitaba a tomar café con pan en su casa, un gran director, un gran amigo. También Luis Alonso Vásquez, un gran delantero y quien hoy es un excelente médico en San Miguel; Leonel Bermúdez, un volante de ataque que hoy es profesor de la escuela del barrio, y Noé, otro gran jugador y profesor.
Todos los que un día fuimos de 11 Tiburones logramos disfrutar del éxito deportivo y también como profesionales. Recordar al gran Quecho, un gran delantero que se nos adelantó a la vida también, y a Orlando o Tío Rico, como le decíamos.
Esta es la historia de éxito de los 11 tiburones, jugadores de gran nivel que formaron parte del Gerardo Barrios de la división de ascenso en la zona oriental y profesionales de éxito. Ellos fueron un ejemplo de cómo un grupo de adolescentes que unido por la amistad logró hacer realidad sus proyectos de vida.
Eran tiempos cuando las pequeñas cosas nos hacían felices, no existía la envidia, ni la violencia ni el egoísmo; lo poco que teníamos lo compartíamos, unidos por la amistad y los sueños de triunfar en la vida.