La solución más fácil para un político y sus aduladores es ocultar un problema. Para evitar un mal momento, vuelve a ver para otro lado. Eso es exactamente lo que vemos ahora que las encuestas revelan.
El pueblo salvadoreño ha dejado oír su voz fuerte y clara: ya no confía en los partidos tradicionales que por décadas se han lucrado del poder. No cree en políticos que usaron la bandera de la justicia social para transformarse en millonarios o en aquellos que, en nombre de la libertad, pagan sueldos de hambre mientras se recetan bonos y sobresueldos. Escuchar a Sigfrido Reyes, dirigente efemelenista devenido en inversionista inmobiliario gracias al «ahorro» de sus «emolumentos», decir que «dentro de la Asamblea Legislativa hay personas que se hacen millonarias de la noche a la mañana, y no digo que son corruptas» y que «cada quien cómo hace con su patrimonio y cómo una familia puede disponer es asunto muy de su derecho» explica muy bien el desencanto y el descrédito en los partidos políticos.
La caída en desgracia de la clase política es un hecho real y medible. Está presente en todas las encuestas de opinión. Y que los medios de comunicación ligados al poder económico y a las estructuras políticas vigentes lo oculten al no publicarlo no quiere decir que el problema desaparezca.
La renovación de la política salvadoreña pasará, ineludiblemente, por el relevo de los actuales diputados y alcaldes, además de dirigentes políticos que deberán enfrentar el papel de sepultureros de sus partidos. El voto popular definirá el cariz que tendrá la próxima Asamblea Legislativa. Y es el miedo a este cambio lo que ha llevado a los aparatos de propaganda de la clase política a callar los resultados de las encuestas de las universidades José Simeón Cañas y Francisco Gavidia. Y los que tradicionalmente hacían encuestas han preferido no hacerlas porque saben que lo que descubrirán será algo que no les agradará. Tratan de tapar el sol con un dedo, creyendo que eso evitará que se sequen sus plantas.
La crisis de los partidos políticos tradicionales está muy documentada y es un proceso que ha llevado años. Que las cúpulas lo quieran ignorar y obliguen a sus aliados a callar no lo hace desaparecer, sino que el despertar sea más doloroso y traumático. Quizá sea atenuado por el sistema representativo, que logrará que continúe un pequeño número de diputados de los partidos tradicionales, pero eso de ningún modo detendrá el curso de la historia.