José Amaya nació en el Bajo Lempa, al oriente de El Salvador. Su madre lo salvó de la guerra civil de los años ochenta y así tuvo la oportunidad, desde muy pequeño, de interactuar con espectáculos de títeres.
En su niñez cazaba pájaros para comer por lo que llegó a aprender sus cantos. Fue por su habilidad para trinar que le dan la oportunidad de participar en la obra «Los dos ruiseñores», de Hans Christian Andersen. Su papel era trinar y trinar. Su debut fue con uno de los grupos de artistas de Acto Teatro, que manejaba Roberto Salomón.
Amaya cumplirá 44 años como artista, que se resumen en 32 obras puestas en escena, el 80 % propias (escritas) y el 20 % adaptaciones. Solo la obra «La historia de un huevo perdido» (adaptación) cumplió más de 1,700 funciones (hasta octubre 2023) y la ha presentado en 11 países.
En Guatemala su trabajo ha llegado a más de 100,000 niños indígenas.
¿Cuáles son tus orígenes en el teatro?
Mis orígenes son el Bajo Lempa. Un niño que se cría en el campo, un niño inquieto con el tema de la madera. De niño, yo hacía mis trompos, mis capiruchos, como todos los niños de esa época; pero en lo que incursioné es que comencé a trabajar la madera, con machete, para hacer sillas, y cualquier cosa que me pidieran. Tenía ocho años. Decían: “Mire, quiero una tijera”, la cama de lona. ¿Cree que su niño me puede hacer un chinero?” Todo lo fabricaba.
¿Y de quién aprendiste?
Mi padre hacía carpintería de campo, él construía todo lo relaciona al trabajo con los bueyes, yugos, carretas, todo lo fabricaba en sus momentos libres porque mi padre era agricultor.
¿Cómo se llamaba?
Simón Osorio […] Los yugos de arco para las carretas, que era algo de lujo de esa época, los hacía él y un día le robé un trozo de madera e hice uno de esos a escala. Cuando me lo vio casi se le salen las lágrimas. Y me dijo: “Hoy me vas a hacer uno de verdad”. Me puso la madera y se lo hice. Entonces comencé a trabajar madera y con un amigo de nueve años hacíamos sillas mecedoras para niños, pero primero comencé con aviones.
Hacía aviones de madera de tigüilote, los pintaba con añilina y les ponía clavos como patas porque en el sector había muchas algodoneras y miraba cómo eran los aviones. Las hélices se las ponía de palma, con las que se hacen los techos de las casas, y con una espina de cactus, que nosotros le decimos cuche saite, que son enormes, con esas prendía las hélices.
Yo había hecho una ramada y ahí tenía los aviones, los vendía a diez y quince centavos (de colón). El niño llegaba y decía: “Ese quiero”, y desde que lo agarraba salía corriendo con el avión y la hélice dando vueltas. Inundé todo el cantón y a los niños con eso. Luego inventé los helicópteros. Fui muy inquieto con la madera.
¿Cuál es la vinculación de tu infancia o juventud con el teatro?
Ahorita voy a eso. Incrementa la parte de la guerra y el Bajo Lempa fue un sector muy fuerte.
¿De qué año hablás?
1979, cuando se da la cuestión muy seria. Yo, muy jovencito ya andaba en el movimiento, sin analizarlo, sin pensarlo, te quedás envuelto en eso. Éramos 35 compañeros de aula, sobrevivimos 10, más o menos. Vi todo eso, me escapé de eso. Mi madre me manda a las faldas del Chichontepec (San Vicente), con otros familiares, protegiéndome, porque mis hermanos, mis primos, todos estaban o en la guerrilla o en el ejército. Mi madre trata de salvar a su hijo más pequeño y lo manda al volcán, pero el Chichontepec estaba infestado y de ahí me trae donde una hermana mayor a San Salvador. Era el 10 de mayo de 1980.
En San Salvador existía el Acto Teatro, que era de Roberto Salomón. Ahí estaba mi hermano Federico, que llevaba el restaurante de ese centro cultural. Mi hermano me acoge, me emplea y lavo platos en el restaurante. La parte del lavaplatos estaba pegada a la sala del teatro. Yo era un niño que andaba matando pájaros para comer, imitando a los pájaros. Entonces, cuando lavaba platos cantaba y silbaba. Yo los miraba que andaban en mallas negras y para mí era una cuestión rara. Yo decía: “¿Y estos locos?”.
¿Qué edad tenías?
17 años. Ahí estaban montando una obra de títeres y me escucharon silbar. Ese silbido me lleva accidentalmente a ser artista. Me dijeron un día. “Hemos escuchado que silbás como parajito y queremos que nos hagás el silbido”. Yo dije que estaba perfecto. La presentación fue en Santa Tecla, el 20 de noviembre de 1980. Eran dos actores. Yo me voy con Edwin Pastore. Daniel tenía que llegar y no sé por qué no llegó. Armamos el teatro y lo único que tenía que hacer era silbar.
No llega Daniel y me dice Edwin que tengo que ayudarle a actuar. Yo no sé, le dije. Me enseñó cómo ponerme los títeres y a que contestara a lo que iba diciendo.
Cuando bajamos del teatrino le pregunto cómo se llama la obra y me dice «Los dos ruiseñores», de (Hans) Christian Andersen.
La fiesta era de una gente pudiente. Nos invitan a tomar algo y el señor comienza a hablar de un espectáculo de marionetas en Francia y no entendía nada de lo que decía. Cuando regresamos al Acto Teatro, que estaba detrás de la basílica (del Sagrado de Jesús), Edwin me dice que tengo madera para el teatro y le digo que no. “Voy a hablar con Roberto (Salomón) para que te integrés con nosotros”, me dijo. En enero de 1981, Roberto Franco, uno de los titiriteros máximos de este país, desaparecido en 1982 por los escuadrones de la muerte, me enseña; pero desde el día que yo hice esa actuación, sin saber lo que estaba haciendo, desde entonces no he parado.
Regresemos un poco al trino que hiciste, ¿qué pájaro es?
Es el zenzontle cuando pide el agua […] En 1981 actuamos en el Teatro Nacional, el director era Ángel Cañas, siempre con obra de «Los dos ruiseñores». Pregunta Ángel “¿Cómo se llama el grupo?”. Nos presentábamos como Acto Teatro, pero dijo “Los ruiseñores les voy a poner”. Desde entonces y hasta 1991 nos llamamos así. En 1988 me voy a Perú contratado por el CICR. Aquí (en El Salvador) hago un trabajo con ellos: «Los convenios de Ginebra» y lo presenté para la mayoría de destacamentos y cuarteles militares del país. Hay fotografías donde estoy adentro de la Guardia Nacional actuando. Todo ese registro está en Ginebra. Después de El Salvador me mandan a Perú. Ahí comienzo a aprender muchas cosas, a ver más títeres, salto a Venezuela, conozco uno de los titiriteros más grandes que han surgido en la historia.
¿Quién?
Eduardo Di Mauro (argentino), que fue mi maestro. Con él salto el charco y voy a Europa y ahí conozco a la mayoría de los titiriteros grandes de la historia.
Mencioname algunos, por favor.
Henry Yurkosky (Polonia), Damiet van Dalsum (Países Bajos). Me mandan a Colombia y de allá iba a Sarajevo porque el trabajo que hice con ellos fue un exitazo. Pero me regreso (a El Salvador) en 1992 porque están los Acuerdos de Paz. Vengo a trabajar, me contrata la F-16, que surge de los acuerdos, y trabajo en diferentes frentes de la guerrilla, de desmovilizados y todo eso.
En 1992 voy al Acto Teatro y tomo la sala que se vuelve para espectáculos de títeres de Ocelot y grupos de títeres que pasaban. Roberto Salomón me deja la sala hasta el 2018. En algún momento ya no soy solista llego a tener hasta siete actores en escena y comienzo a montar diferentes espectáculos, con diferentes técnicas y entre eso surge el FITI (Festival Internacional de Teatro Infantil).
¿En qué año?
En 1996. Cuando ando en América Latina y Europa conozco a mucha gente y los traigo para acá. Monto ese festival, que era un lujo, que no existía en Latinoamérica. Lográbamos 18 presentaciones en un día, ¡una locura! Después del primer festival me contrata Concultura y desde ahí manejo todo.
Y en el 2019 comienza el FIT-Ocelot.
Sí, es una continuidad. Cuando se rompe el FITI mi preocupación comienza. Entonces logro, en el 2019, instaurar nuevamente el festival, pero con el nombre de Ocelot, se llama Festival Internacional de Títeres Ocelot, FIT-Ocelot.
¿Qué sentís cuándo hacés teatro para niños?
Ah, es una pregunta bien interesante porque tocás mi existencia total, ¿qué siento? Lo máximo. Mi entrega es total, puedo estar agotado antes de una actuación y puedo estar temblando, pero cuando siento el público siento que me da energía, me pone las baterías. Puedo decir que he estado enamorado y todo eso, pero lo máximo que yo siento es estar en el escenario.
Algo que no te conté, cuando vengo del Bajo Lempa y me encuentro con los títeres, yo era un niño que ya casi cargaba el fusil, no por mi elección, y me doy cuenta de que los títeres eran mi mejor fusil y que disparaba de otra forma. Eso me convenció y hasta hoy, 43 años después, sigo con más ganas.
EL DATO
José Amaya debutó en el teatro el 20 de noviembre de 1980 y esa fecha la retomó al momento de crear Ocelot Teatro.
En 1996 creó el Festival Internacional de Teatro Infantil (FITI), el cual fue cancelado el 2018 por el gobierno de turno.
En 2019, el titiritero comienza con un nuevo festival infantil: Festival Internacional de Títeres Ocelot, FIT-Ocelot. Ya lleva tres ediciones (2019, 2021 y 2023).
El 2022, en San Carlos Lempa (del Bajo Lempa) Amaya funda con niños y jóvenes de las comunidades el grupo LempArte.