Es maravilloso recordar los días de infancia, todas aquellas habilidades físicas que poseíamos, la creatividad que parecía no tener límites, las energías que eran casi infinitas; pero me encanta pensar «qué fácil era ser niño y ponernos de acuerdo con los amigos o conocidos para jugar».
Estoy seguro de que muchos que nos resultan nostálgicos, unos tradicionales —como arranca cebolla, peregrina, hule, trompo, chibolas, salta cuerda, mica, salta burro— y otros que considero los populares de siempre —como el básquetbol, fútbol, voleibol—. No solo recordar el juego es nostálgico, también los lazos que se hicieron con algunos niños que terminaron siendo amigos, amigos que nos comprendíamos fácilmente, amigos con los que en algún momento discutíamos, pero seguíamos jugando.
Algo muy importante que quiero que recordemos son los juegos en los que debíamos hacer equipos. Cada miembro realizaba una función, no importaba si era nuestro amigo o solo un niño que por casualidad estaba en el mismo lugar y se había integrado, todos nos convertíamos en un miembro importante del equipo. Sabíamos que era obligación cumplir con nuestro papel, rol o tarea asignada; si no, el equipo completo perdía.
Debo admitir que siempre he sido muy malo para jugar fútbol. Es un deporte que por ese mismo motivo no me llama la atención. Mis amigos sabían que yo no tenía las habilidades mínimas necesarias, pero aun así me permitían jugar con ellos, me decían cuál sería mi posición, qué funciones debía cumplir y lo que estaba prohibido que hiciera. Yo sabía que era muy malo en el juego, pero no podía decepcionarlos. Si no mal recuerdo, en una ocasión me dejaron de portero y en unos cuantos minutos ya había varios goles, así que fue la última ocasión que jugué en esa posición. En otro partido me dijeron que jugaría como delantero, solo debía quedarme parado y cuando llegara una pelota a mis pies que la pateara en dirección a la portería rival; fallé cada uno de los tiros.
Dejé de jugar por un tiempo, pero ellos siguieron invitándome. Me dijeron: «Jugarás de defensa. No puedes dejar pasar la pelota de esta línea. Sin importar donde la tires, evita que pase». Ya había fallado en otros partidos, pero ellos seguían intentando explicarme como jugar. Así que estaba decidido a dar lo mejor de mí, sobre todo porque me hacían parte del equipo, me demostraban confianza, sinceridad y empatía, no podía permitir que por mi culpa perdieran. Después de tantas explicaciones, risas y bromas, logré jugar bien en la medida de lo posible. Cuando perdíamos no me cargaban la culpa solo a mí, cuando ganábamos las felicitaciones eran para todos, hasta para los que solo jugábamos poco tiempo, porque poníamos todo nuestro esfuerzo para dar lo mejor.
Sin saberlo, cada uno de mis amigos y todos los niños con los que jugué me enseñaron que en los equipos es importante tenerle paciencia a cada miembro, porque todos aprendemos con ritmos y métodos diferentes, que no todos podemos ser buenos en todo, que si soy parte de un equipo debo cumplir con mi función lo mejor posible, que debo aceptar mis errores y aprender de ellos.
¿Qué les parece si ponemos en práctica todo esto en nuestros trabajos para mejorar los ambientes laborales?