Su capacidad de sanar y renacer viene de sus entrañas, de ser una mujer en todo el sentido de la palabra. Ha vivido «cosas que ningún ser humano debería vivir», pero no lo recuerda desde el dolor, sino desde un lugar pleno, en el que cada mañana se ve al espejo y se reconoce, se abraza y vuelve el mundo menos triste cuando canta.
Morganna Love es su nombre. Lo esculpió a punta de valentía y, a veces, muchas lágrimas. Una vez escogido, alrededor de su nombre coloca alegría, talento y mucha disciplina, porque actúa, escribe y canta.
Su voz siempre fue suave, aguda para los que veían talento; aunque demasiado aguda para los que le hacían «bullying» desde niña.
Entre el prodigio y la discriminación encontró aferro y salvación en su voz. Cuando tenía solo 4 años ya era solista en el coro de la iglesia, en San Miguel de Allende, un pueblo mexicano de revista, con sus fachadas coloniales pintadas de colores cálidos y calles empedradas que invitan a viajar.
Y a los 6, desde el centro de una plaza de toros, en un concurso artístico, interpretó «La Ley del Monte». Sorprendió al público y jurados tanto que ganó el primer lugar.
Siguiéndole la pista a la vena artística, por un lado, viene de su abuelo materno que era cantante, pero también de su papá que es escultor de madera y metales.
El ímpetu artístico de Morganna está en todo. Nunca lo había visto así, pero en casa ella absorbió todo el arte que había para heredar. Sus hermanos tienen otros talentos, menos este.
A medida creció, su voz se convirtió un arma de doble filo: padecía discriminación tanto como aplausos al cantar. Morganna era una niña trans, no lo supo hasta que tenía 28, pero siempre lo fue.
Con su delgadez y una tez morena, que recuerda a la canela, pasó en el dilema en la secundaria y preparatoria entre cantar o mantenerse en el anonimato. Cuando llegó a la prepa, a los 15 años, hubo una convocatoria para un concurso y allí estaba de nuevo el dilema: cantar o seguir en silencio.
La fuerza interna que siempre la ha movido la llevó a cantar. Allí estaba nuevamente al centro, esta vez en medio de una cancha de básquetbol, ante la mirada de todos los compañeros, pero ella viendo hacia abajo. Su interpretación fue a capela, sin parafernalias, sin ayuda. Su sola voz entonó «Colores en el viento», de la Película de Disney, Pocahontas. Aún la recuerda.
¿Nos podría cantar un pedacito?, le pregunto. «¡Venga hagámoslo!», dice mientras suelta unas risas y se limpia la garganta. Desde el salón donde se encuentra (en el segundo nivel), su potente voz llega a la sala de Redacción de «Diario El Salvador».
«Te crees señor de todo territorio
la tierra solo quieres poseer.
Más toda roca, planta o criatura
viva está, tiene alma es un ser.
¿Escuchaste aullar los lobos a la Luna azul?
¿o has visto a un lince sonreír?
¿o unirte a la voz de las montañas?
¿Y colores en el viento descubrir?
¿Y colores en el viento descubrir?».
Todo queda en un silencio pasmoso por la enormidad de la voz de Morganna. Solo se puede aplaudir, aunque con eso no alcanza para agradecerle por el momento que regaló. Con esa canción ganó el segundo lugar, aunque para ella fue como el primero. Supo que su sola voz ganó. Los tres años de la prepa cambiaron en su interior, porque afuera siempre había hostilidad.
«Ya no me importó el bullying, ya no me importaban las agresiones. Yo lo único que quería era seguir cantando (…) La música era mi tabla de salvación, era esa parte luminosa que sabía que tenía y que podía producir y recibir la aceptación que no tenía conmigo y de los demás también», recuerda.
Esta no sería la única vez que la música la salvaría. En su vida personal ese talento le dio propósito, responsabilidad y la ayudó a ser plena como mujer (Lea mañana la segunda entrega sobre su proceso de transición).
El talento la llevó por caminos inesperados. Al llegar al momento de decidir por una profesión, sus padres siempre fueron y son sus mayores fans. Pero querían una carrera con título.
Como toda adolescente, su música era de Pandora, Flans, Thalía y Paulina Rubio, de ópera su oído solo tenía referencia de los casetes de Plácido Domingo que hacía sonar su papá. Pero buscando cumplir su sueño de cantar, y el de sus papás con una carrera, encontró que podía estudiar ópera en el conservatorio. Su confirmación fue cuando por fin escuchó cantar ópera en vivo, en un concierto en San Miguel de Allende. Era 1998, Morganna aún no existía en público, solo en sus adentros, tenía 18 años, muchos sueños, talento descomunal y mucho por vencer. «En ese concierto yo dije: “Eso quiero. Quiero hacer sentir esto, tocar a la gente con mi voz”».
Y como su deseo siempre es buscar lo mejor, por no conformarse con lo que la vida da, por eso decidió ir a estudiar a la Ciudad de México, a terminar su carrera.
Lo hizo. Logró llegar a la gran ciudad para cualquiera de provincia. Se instaló y el impacto siempre era el mismo: «Mi voz era de soprano. Pero se parecía mucho a una tendencia de la época de oro en Italia, en los 1700, la de los Castrati, que eran hombres cantando como mujeres. Eran contratenores y mi voz era lo más parecido. Pero siempre era raro un hombre cantando como mujer», relata.
Pero la maestra Eugenia Sutti reconoció en esa voz un don como pocos, y dispuso más tiempo y dedicación. «Técnica vocal la tengo por ella. Pero, además, yo pasaba hasta ocho horas vocalizando, leyendo música y cantando. Me decían que me iba a lastimar, pero era mi manera de perfeccionar mi don», reconoce.
Aún estudiando, su carrera lírica empezó a tomar forma. Cantó en el Palacio de Bellas Artes participando en el Concurso Nacional de Canto Carlo Morelli, en 2004, y quedó entre los finalistas junto a grandes voces como la de Javier Camarena, el ganador de la edición. «Me dijeron que no habían escuchado a un contratenor que llegara a esos niveles, es decir, una voz tan conmovedora que cante así», dijo.
Pero su crecimiento profesional, aunque en aumento, siempre estuvo a la sombra de su realización personal, y después de 28 años reprimiendo su esencia, los aplausos dejaron de bastar.
Se había asumido como gay, pero algo no estaba completo. Una depresión la alejó de los escenarios y, un día, siempre en la soledad, pero con esa fuerza interna, buscó en internet algo que no sabía que era posible pero que sintió desde los cuatro años: «Yo voy a ser mujer cuando sea grande».
Llegó a la Asociación Mexicana para la Salud Sexual, tocó puerta, buscó ayuda, y a cambio recibió claridad de la mano del doctor Eusebio Rubio: era una mujer transexual.
Sus procesos personales no se arreglaron de la noche a la mañana, pero en ese momento y aún sin llamarse Morganna, se quitó una pesada escafandra y supo que era real lo que había sentido siempre.
Morganna Love en la última década se ha convertido en un estandarte artístico, es una reconocida cantante. Publicó su álbum «Dos vidas en una», en el que alterna las arias de la ópera con baladas y pop. Su experiencia de transición se plasmó en el documental «Made in Bangkok». Escribió el libro autobiográfico «En el cuerpo correcto». Su voz dobló al español al personaje principal Blanca Evangelista, en la serie Pose, de Fox Premium.
Ha seguido actuando y en 2020 fue incluida en la lista de Forbes de las 100 mujeres más poderosas de México, por su trabajo para y por el respeto y la visibilidad de las mujeres trans.
A mediados de mayo se presentó en el Teatro Nacional de San Salvador, invitada por la Embajada de México en el país. Mientras que en esta primera semana de junio acompañó al escritor Cristian Alarcón, en la Premiación Alfaguara 2022 por su libro «El tercer paraíso».
La artista sigue tocando a las personas con su voz, en conciertos en los que deslumbra a todo el que la oye.