Las mujeres constituyen prácticamente la mitad de la población mundial y, sin embargo, solo diez países del mundo están dirigidos por ellas. El 25 de octubre recién pasado Chile celebró uno de los actos políticos y sociales más relevantes de su historia republicana, dando un golpe en la mesa respecto a cómo se han dibujado las relaciones de poder entre mujeres y hombres.
Por medio de un plebiscito, la ciudadanía chilena definió que desea la redacción de una nueva Constitución política y que el órgano encargado de dicha elaboración será una convención paritaria, es decir, integrada de modo equilibrado por mujeres y hombres, convirtiéndose, de este modo, en la primera del mundo con tal característica. La masiva participación y la contundente respuesta que se dio en la votación dejan de manifiesto que una inmensa mayoría clama por mayores espacios de participación y representación, y que esto supone acciones que sobrepasan el mero ejercicio del sufragio.
La paridad en la redacción de una nueva carta magna debe ser leída como un hito en la historia reivindicativa de los derechos de las mujeres, puesto que permitirá redefinir las estructuras de poder tanto institucionales como simbólicas, evitando la distorsión de las prácticas democráticas de representación que supone la escasa presencia actual de la mujer en la política institucional en la mayoría de los países del mundo.
Sin embargo, toda persona que vea en este proceso un triunfo debe ser consciente de que es el primer paso de un largo recorrido en la búsqueda de un pacto social más equitativo y ejemplificador para Latinoamérica y el mundo. La presencia igualitaria de representantes mujeres y hombres, sin dudas, asegura que parte relevante de la discusión constitucional recogerá voces que no han sido escuchadas hasta ahora, pero ello no es garantía de que en el proceso de redacción se actúe en reflejo de los intereses de las mujeres. La mera participación de mujeres no constituye una condición «sine qua non» para que se forje una institucionalidad con perspectiva de género.
Mientras aún se leen carteles celebratorios que exclaman “¡nunca más sin nosotras!” no se debe olvidar que quienes se conviertan en los y las convencionales del proceso de redacción que se avecina deben responder a tal mandato: «Nunca más sin ellas».
Los desafíos que se aproximan son muchos y la ciudadanía chilena ha dado un golpe de timón hacia la búsqueda de una democracia más profunda y que sintoniza con las necesidades de aquella mitad de la población que muchas veces ha sido silenciada. Por ello, es una responsabilidad ética e histórica mirar con atención el proceso que se aproxima. En Chile, el horizonte se ve violeta y debemos asegurarnos de que así sea en cada rincón del planeta. Nunca más sin ellas.