Contrajeron matrimonio a la orilla de una playa del océano Pacífico, ella llegó con su vestido rojo y descalza; él, con su traje beige, también sin zapatos y una flor en el pecho. Como símbolo de su amor sempiterno llenaron una botella con arena de todos los colores que difícilmente pueden separarse. Era el cierre de una relación que duró ocho años de noviazgo juvenil, y esa tarde de verano, ante los ojos de Dios, con un atardecer de colores irrepetibles, se juraron amor eterno.
Años después ese amor dio frutos. Santiago –Santi lo llamaban antes de nacer— crecía en el vientre de la primeriza madre. El niño respondía a los estímulos del joven matrimonio. Un sorpresivo diagnóstico puso a prueba la fe y la obediencia de papá y mamá. El bebé presentó el síndrome de Potter, sus riñones no se habían formado, algo que puede ocurrir en uno de cada 3,000 recién nacidos en el mundo.
Santi se aferró a nacer y daba señales de vida, por eso ella y él no renunciaron a la posibilidad de un milagro –nunca cruzó por sus mentes interrumpir el embarazo–, pero conscientes de aceptar la voluntad de Dios, pues un bebé con ese síndrome puede vivir entre días y dos meses una vez que haya nacido, según la ciencia. El día del parto llegó, era un 24 de agosto por la mañana, Santi anunció su llegada. Contracciones y dolores de parto eran cada vez más intensos.
El parto fue normal. Santi tendría seis años este 2023. Se llevó las voces de sus progenitores resonando en el oscuro vientre de su madre, que quedó fértil de esperanza y promesa, pues ella y él cambiaron su forma de ver un milagro desde la voluntad de Dios, quizá no en el momento de dolor, pero sí con el tiempo.
Los milagros ocurren, pero hay que entenderlos, discernirlos y apreciar la lección que el Maestro de Galilea quiere enseñarnos para nuestro crecimiento espiritual, a fin de comprender lo que recibimos del Padre si dependemos sincera y confiadamente de su voluntad.
Las personas suelen hablar de un milagro en sus vidas, pero muy pocas comparten las bendiciones que emanan de esa experiencia de vida. Testifican de la sanidad, mas no comparten un minuto en un hospital palabras de aliento; su prosperidad es cosa privada, suben de nivel de vida, pero no de bondad; pierden a alguien, se hunden en su tristeza, pues se olvidan de consolar a otros, como Jesús las consoló. En fin, se nos olvida que «Dios hiere, pero cura la herida; golpea, pero alivia el dolor» (Job 5:18).
Negarnos a creer que la voluntad del Señor es buena, agradable y perfecta, cualesquiera que sean las circunstancias que se nos presenten, es querer la rosa sin ver la espina. Ella y él volvieron a casarse en la playa con una bella princesa como testigo: la hermanita de Santi.