Álvaro Darío Lara, ESCRITOR
Pórtico. ARTÍCULOS SOBRE LITERATURA.
Sexta entrega.
Uno de los libros más divertidos en tanto historias contenidas y en tanto revelador del humor, de la ironía y del vasto conocimiento del alma humana que poseía Jorge Luis Borges es definitivamente el volumen titulado «Cuentos breves y extraordinarios», trabajado al alimón con Adolfo Bioy Casares, y cuyo antecedente es la «Antología de la literatura fantástica», donde además de Bioy Casares colaboró con gran entusiasmo Silvia Ocampo.
El texto prosigue la feliz reunión de breves narraciones en las que el desconcierto, el humor negro, la paradoja —tan amada por Borges— se explayan soberbiamente. Historias reales, cuasi reales, apócrifas, inventadas, reinventadas, se desarrollan frente a nuestro asombro. Es Borges y Bioy Casares quienes las reescriben de la manera más profunda, en el sentido de que todo autor es también autor, no solo de lo que sale de su mano, sino también de aquello que cita, recrea o calla intensamente. Es —siguiendo a Borges— un infinito y delicioso juego de espejos y espejismos.
Dentro de esta colección de breves maravillas, me produjo un particular gozo encontrar una pieza magistral «El gesto de la muerte», cuyo autor aparente es Jean Cocteau, el versátil artista francés del pasado siglo. Leamos: «Un joven jardinero persa dice a su príncipe: ¡Sálvame! Encontré a la muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahan. El bondadoso príncipe les presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la muerte y le pregunta: Esta mañana, ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza? No fue un gesto de amenaza —le responde— sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahan esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahan».
La historia pertenece a esa tradición oriental tan rica y milenaria y creo haberla leído o escuchado en otras ocasiones; sin embargo, el fondo es el mismo: con la muerte, con su llegada, con el destino —acaso— no hay escapatoria. La sabiduría popular lo resume magníficamente: ¡cuando toca, toca! Nada más cierto, pareciera que en este capítulo insoslayable para todo ser viviente no hay credencial o palabra mágica que valga.
Sin embargo, la llamada muerte continúa y continuará siendo una realidad. Este acontecimiento ha sido celebrado, sacralizado y mitificado por cientos de culturas a lo largo de la historia.
Algunos pueblos, como los orientales, los egipcios, los prehispánicos atesoraron en la antigüedad las más bellas creencias, ritos y tradiciones alrededor de la muerte.
En nuestro ámbito, el rezo, la vigilia, los cánticos, los cortejos fúnebres, la música, son apenas algunos de los elementos exteriores —visibles— que se manifiestan en los decesos. Otros resultan más mágicos: las apariciones, las visitas de los seres del más allá, los sueños…
El escritor místico Cecil A. Poole en su libro «Ansiedades que perjudican», dedica un capítulo a la muerte, únicamente entendida no como muerte en sí, sino como transición. Así nos lo explica: «Transición expresa el verdadero significado del cambio que ocurre al final del lapso de nuestra existencia física aquí en la Tierra. De acuerdo con muchas religiones y filosofías no es un fin permanente. La palabra transición implica un cambio, pero transmite un significado más allá del cambio. Implica un cambio sutil, un remanente de una situación a otra, así como los colores del arcoíris se desvanecen uno dentro del otro. No hay una línea divisoria definida entre dos partes del arcoíris, sino un cambio gradual de todos los colores de lado a lado del espectro, a medida que aparecen en la naturaleza».
Asimismo, Poole explica al inicio del capítulo cómo los seres humanos vivimos presa de la incertidumbre ante el día a día, y cómo el carecer de certezas absolutas nos genera todo tipo de ansiedades. Ansiedades por lo familiar, por lo amoroso, por lo económico, por el futuro, y por muchos más aspectos. Pero cuando comprendemos que la serenidad solo puede provenir de nuestro interior, donde anida la flor de la paz y que no es corriendo exageradamente, preocupándonos innecesariamente, como llegaremos a puerto seguro, lentamente vamos recuperando el aire indispensable que nos permite dimensionar desde otra perspectiva —más madura— el devenir vital.
La transición llegará finalmente y se hará el silencio, un silencio que, además, debemos cultivar mientras aún habitamos este plano, viviendo con entusiasmo el día de hoy. Amando hoy, perdonando hoy, haciendo presente la paz hoy y desechando el sinsentido del temor hacia la transición.