La sociedad salvadoreña estuvo por décadas bajo el manto de la inseguridad, de las luchas armadas de dos ideologías. No hubo respiro para avanzar. El estancamiento del país ha sido brutal, no así el de las familias pudientes y de los nuevos ricos rojos.
En lo económico, en la salud, en la educación, en la tecnología, en los valores, El Salvador fue de parche en parche, sin bases sólidas para el desarrollo.
El objetivo de llegar al poder, de constituirse en partido político para influir en las decisiones de Estado, lo consiguió el grupo beligerante guerrillero, luego de dos ofensivas Hasta el Tope, la de 1981, que fracasó, y de la de 1989, que fue el ataque de mayor envergadura que llevó a sentar a la derecha y a la izquierda en la misma mesa para ponerse de acuerdo en cómo continuarían funcionando, en su nuevo sistema de vida, sin hacerse daño, sin perseguirse por sus crímenes contra el pueblo y una alternancia en el poder sin cambios abruptos. A eso llamaron «acuerdos de paz».
Establecieron un sistema impositivo de dos fuerzas que, públicamente, mostraba cara de antagonismo, pero, en privado, se repartían el botín de los recursos del Estado entre «whisky» y habanos.
Vendieron el fin del conflicto armado como el «fundamento» para el despegue del país, para superar los grandes problemas estructurales en el campo económico y social. Pero nunca sucedió. No es que no entendieran la gran posibilidad de construir una sociedad sobre bases económicas sólidas, sostenibles y equitativas, es que no quisieron.
Lejos de eso, los empresarios areneros y su gobierno «cristianista», junto con los actores económicos, prefirieron la implementación de un modelo excluyente y concentrador que falsamente «beneficiaría a todos». Fue una apuesta en contubernio con el FMLN. Es que ahora entendemos que para eso querían llegar al poder, no para cambiar el sistema que tanto gritaban en sus batallas guerrilleras, sino para participar en la repartición del dinero del pueblo a manos llenas.
En común acuerdo, lo que hicieron fue privatizar todo lo que pudieron. Es más, quisieron ser dueños de las presas hidroeléctricas sin dar un cinco. Gracias a Dios, alguien se los impidió.
Y mientras los salvadoreños seguíamos esperando el despegue económico y social y éramos testigos del despilfarro de los gobiernos areneros y guerrilleros, el control territorial de las maras y pandillas creció. Otras décadas de sometimiento al terror y al luto para la sociedad.
Los parches en el sistema continuaron, como sobada de espalda al pueblo. Ni siquiera hubo la mínima oportunidad de colocar el fundamento de la seguridad. Se llegó al límite en el que ni la Policía ni la Fuerza Armada podían ingresar a ciertos territorios, o tener seguridad de sus vidas en goce de licencia. ¡Y cómo avanzar en lo social y lo económico ante semejante situación!
Ahora, con un presidente enfocado en la mejora de su pueblo, en llevar a El Salvador a otro nivel, la situación es diferente. La esperanza y las ilusiones regresaron con Nayib Bukele. ¿Por qué hay confianza en que logrará sus apuestas en favor de la nación? Porque es una persona con visión, con valentía, que toma decisiones acertadas en el momento justo, que ya estableció el primer fundamento al derrotar lo que se veía imposible, a los grupos criminales.
El 1.º de junio pasado prometió que va por el segundo fundamento, el de establecer las bases sólidas para la mejora de la economía, y ya vemos acciones en ese camino. Nayib entiende a la perfección que la macroeconomía que le dejaron en cuidados intensivos seis gobiernos de la alianza ARENA-FMLN tiene que ser sanada urgentemente, para restablecer la credibilidad y la fortaleza del país. Esto es complejo. Los economistas serios lo saben. Conocen que las recetas no son dulces, pero es el camino único y correcto.
Y los salvadoreños debemos ser pacientes, entender que la situación del país no es solo asunto de políticos, tenemos el deber como ciudadanos, como sector productivo, de comprometernos por la construcción de un país mejor para el presente y las futuras generaciones.
Para construir bases sólidas y duraderas y no meros parches se requiere una mirada amplia, que integre visiones y articule, en un plan integralmente sustentable, el corto con el mediano y largo plazo. Todo esto será posible si contamos con un pararrayos político robusto que le otorgue solidez a las acciones, que permita un plan de crecimiento para resolver los desequilibrios fiscales con reglas graduales y cumplibles.
Estoy seguro de que con Nayib al frente de la nación tenemos todas las condiciones para construir un destino colectivo, un futuro mejor para esta y las generaciones siguientes. Las piedras en contra del presidente siempre serán lanzadas, pero él sabe que avanza firme con su país.
El Salvador está en reconstrucción sobre bases sólidas. Atrás quedaron los parches y las acciones cosméticas de ARENA y el FMLN.