La pandemia de la COVID-19 no estaba en los planes de ningún gobierno en el mundo. Nunca se contempló que una enfermedad tendría un alcance global en tan poco tiempo y con tantas implicaciones. Apenas ha pasado un año desde los reportes de los primeros casos en la ciudad china de Wuhan, pero los cambios que el coronavirus ha provocado en el planeta son notorios y muy profundos.
Hace meses, la gente se sentía incómoda al salir a la calle con una mascarilla puesta. Ahora, es incómodo estar cerca de alguien, en un espacio público, que no porte mascarilla. Los hábitos de higiene se han popularizado y la gente pasa más pendiente. Eso, desde donde se quiera ver, es un cambio para mejorar.
Sin embargo, no todo ha sido positivo. Más de 63 millones de personas se han enfermado en el mundo, en tanto que la cifra de los fallecidos casi llega al millón y medio. En naciones europeas se vive un rebrote y en Asia se habla de una tercera ola de contagios. Cada nación ha enfrentado el peligro según sus condiciones y con lo que tenía a la mano.
El Salvador tomó medidas urgentes de forma inmediata, con lo que logró retrasar la llegada del virus al país y su consiguiente propagación en el territorio. Ante una amenaza tan contundente, la respuesta del gobierno del presidente Nayib Bukele fue inmediata y efectiva, y redujo el impacto en el país, tanto de pacientes como de fallecidos.
Se construyó un hospital que ha salvado a millares de salvadoreños y se reforzó la infraestructura hospitalaria. Se atendieron enfermos y se evitó una mayor afectación. La economía, como en todos los países, resintió el confinamiento obligado y la disminución en todas las actividades.
No obstante, la atención gubernamental estuvo dirigida hacia donde deben estar siempre las prioridades: la gente. Pero los políticos no solo no estuvieron a la altura, sino que no han dejado de mostrar sus verdaderas intenciones. Han puesto bajo escrutinio un esfuerzo que ha sido reconocido como ejemplar por la comunidad internacional, y critican que no hay dinero para sus programas electorales.
Para los políticos, el atraso del Fodes busca impedir que los alcaldes tengan fondos, no para el servicio de sus comunidades, sino para hacer campaña. Si no hay fondos en las arcas del Estado es porque los diputados no han aprobado los préstamos a los que se habían comprometido para suplir los fondos destinados para atender la emergencia; debido a que el Gobierno no había tenido los ingresos suficientes, por la reducción de la actividad económica.
No se puede poner a la gente detrás de la política. Al contrario, los políticos deben estar al servicio de la gente y trabajar para que los bienes públicos beneficien a todos.