Es maravilloso descubrir cuánto podemos aprender de los diez mandamientos ordenados por Dios en el monte Sinaí, pues se los dio a Moisés precisamente para enseñar al pueblo y hacerlo una nación sabia, como dice el texto: «Sube a mí al monte, y espera allá, y te daré tablas de piedra, y la ley, y mandamientos que he escrito para enseñarles» (Éxodo 24:12).
Un país que ignora a Dios, olvidándose de sus mandamientos, no puede progresar, como tampoco puede progresar una nación que no protege la vida y la familia nuclear, el respeto a la iniciativa y a la propiedad privada, el respeto mutuo y las buenas costumbres, así como a la libre expresión que no dañe con mentiras la reputación de los demás.
No es casualidad que el noveno mandamiento nos exhorte: «No hablarás contra tu prójimo falso testimonio». Si bien el mismo mandamiento deja implícita la libertad de expresión, también nos deja ver con claridad que este derecho ordenado por Dios debe utilizarse de acuerdo con la verdad y que en ningún caso debe usarse para hablar falsamente de nadie.
Los primeros que deben modelar este principio son los medios de comunicación, que se supone que son los responsables de informar a la población. Lastimosamente, somos testigos de cuán fácil y continuamente se traspasan y rompen estos mandamientos que son tan importantes para la convivencia pacífica del país. Los medios de comunicación, escritos o audiovisuales, deberían ejemplificar esta buena práctica. Si el chisme, la noticia dicha a medias o la exageración daña a personas y a familias enteras corriendo como fuego por donde son esparcidos, cuánto más no lo será cuando un medio de comunicación lo hace.
Hoy día, con el desarrollo de las redes sociales y el incremento de las «fakes news», es más fácil dañar la reputación de una persona, de una familia o de una empresa al decir o afirmar cosas a la ligera y sin fundamento que se toman como verdades sin investigar la fuente.
El corazón malo, que se llena de rencor, envidia o de cualquier sentimiento insano, fácilmente puede expresar medias verdades o inventar calumnias o falsas historias con el único objetivo de dañar al adversario.
La Escritura nos enseña en la carta de Santiago cuál es el origen de este problema: «Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo.