Por Yanira Soundy / Columna: Caleidoscopio Cultural
De niña, nunca quise ser una princesa. No eran de mi agrado los cuentos de hadas y príncipes, los hechizos, las brujas y sus manzanas envenenadas. No pasaba por mi mente el sacrificio de perder la voz a cambio de unas piernas para poder enamorar a un hombre, o bien, abandonar mi mundo y enfrentar a mil sapos «para encontrar el amor». Estos y otros sacrificios para que al final de la historia, «el maravilloso príncipe azul», se fijará en mí.
A lo largo del tiempo, la literatura también ha sido el instrumento para inculcar ideas cursis a las niñas y hacerlas crecer con un valor de «belleza» muy distante de la realidad. Les han dicho que las princesas deben ser como los perfumes, siempre frescas y jóvenes. Niñas que deben someterse a la crueldad para alcanzar el «soñado amor». En otras palabras, han sido manipuladas, para crear en ellas la necesidad de «parecer» lo que no son, y olvidar así la esencia, lo realmente importante: la vida.
Nos han vendido una idea errada de lo que significa ser «femenina» y así, sumisas y con la única autoestima que da «ser bellas físicamente». Muchas niñas han sufrido ansiedad, depresión y vergüenza por considerar que ellas son unas feas lacayas.
Cuando me enviaban a la biblioteca del colegio, en la hora de lectura, prefería las historias fantásticas de Julio Verne, navegaba en océanos imaginarios y volaba al espacio sin zapatos, o bien leía los cuentos sobre animalitos como Bambi, pues me encantaban sus dibujos y colores. Siempre dejaba de lado a las «princesas».
Mis compañeras me decían “Nosotras somos princesas y nos convertiremos en reinas de países muy lejanos”. Y yo las imaginaba en lugares hechos de helados, con carruajes y caballos de turrón, castillos medievales, decorados con oro y piedras preciosas y «príncipes azules» que se derretían al entrar en contacto con el calor humano.
Esas princesas debían ser rubias y blancas y, de ser posible, tener ojos claros.
Antes, no existían «princesas» de otras razas, la belleza se limitaba a ser blanca y rubia. Había incluso una línea muy famosa de muñecas que sacaba las colecciones de personajes de los cuentos de hadas y princesas y también fabricaba muñecas que representaban a las jovencitas con esos rasgos; todas con cuerpos espectaculares y bellos vestidos. Las vendían como jóvenes exitosas que poseían castillos, casas de lujo y de playa, aviones y carros de moda, y cuyo novio o esposo era igualmente apuesto y popular. Había una locura total por comprar estos juguetes.
Después, con el tiempo estas fábricas de muñecas empezaron a incluir roles de mujeres profesionales, amas de casa, hijos, hijas, y también muñecas y muñecos de otras razas. Y de vez en cuando, unas series especiales de muñecas con discapacidad, que nunca vi a la venta en los almacenes.
Igual concepto de belleza tenían los concursos internacionales, donde ganaban siempre las representantes de los países del «primer mundo» y algunas veces del «segundo», sobre todo los países que tenían muchos recursos naturales y energéticos, además de petróleo. Para ser las reinas de belleza universales, debían ser «princesas».
Los cuentos clásicos de Disney son adaptaciones de muchos relatos populares y también de historias de diversos autores como los Hermanos Grimm, Charles Perrault y Giambattista Basile, por citar algunos ejemplos. Pero estos relatos los han modificado hasta convertirlos en historias «dulces» de «princesas», pues muchos originales son en verdad, macabros.
Poco a poco nos han ido presentando en la colección de cuentos actuales, otros relatos de mujeres fuertes y feministas como Tiana, la primera princesa afroamericana, una joven camarera que sueña con ser dueña de su propio restaurante. Película que, sin embargo, fue criticada al minimizar la identidad personal y racial de los personajes. Y por su parte, Mulán, la general que venció en la guerra y salvó a China y prefirió, al final, volver a casa con su familia. Defraudó a muchos por no sacrificarse y elegir vivir en el castillo como consejera real del emperador.
Vemos casos como «Frozen» una película en la cual nos presentan al amor «verdadero» como aquel que se da en la hermandad y no solamente entre un «príncipe» y una «princesa». La princesa Elsa es quien salva la vida a su hermana, la princesa Anna. Lo cual considero, por fin, ya es un avance en esa serie de cuentos. Ella es una mujer fuerte que lucha consigo misma en la historia.
Hay muchas adaptaciones de cuentos. Uno de los más criticados es «La Sirenita», pues las mujeres pelirrojas, que antes podían sentirse identificadas como princesas por sus cabellos de fuego con ese personaje, hoy se sienten excluidas. Es notorio que esta película, en su momento, ayudó mucho a las pelirrojas a ser respetadas cuando eran niñas dentro de sus centros escolares donde antes de esa película eran víctimas de bullying.
Lo que yo critico en la historia de «la Sirenita pelirroja» es que haya tenido que someterse a un gran sacrificio: ofrendar su voz a cambio de unas piernas para luchar solo por la ilusión de obtener la atención de un «príncipe».
En la mayoría de cuentos y películas no hay personajes con discapacidad y menos princesas con discapacidad.
He visto con agrado algunos relatos de personajes acuáticos con discapacidades. El pez Nemo con una aleta poco desarrollada y Dory, un pez que sufre de pérdida de memoria a corto plazo; dos amigas suyas, un tiburón ballena que es corta de vista, y Bailey, una ballena beluga que cree que ha perdido su capacidad de ecolocalización debido a un golpe en la cabeza. Y no puedo ni debo olvidar mencionar a Clarita, en los dibujos animados de nuestra querida Heidi.
Curiosamente, ninguno de estos ejemplos de personajes con discapacidad fueron príncipes ni princesas.
¿Qué mensaje se da a las niñas con todo esto? Que deben hacer sacrificios y ofrendas en sus vidas solo para ser «bellas» y alcanzar el ansiado amor del príncipe y convertirse también en princesas.
Los estereotipos de belleza establecidos a lo largo de la historia han llevado a muchas jóvenes a desarrollar una baja autoestima en sus vidas, serios complejos sobre sus pesos y por las formas de sus cuerpos e incluso por sus rasgos y razas. Y el resultado de todo esto es terrible, tanto en la salud física como la emocional de las niñas y jovencitas, pues ha provocado en estas generaciones los llamados trastornos de conducta alimentaria.
A las mujeres nos han vendido la idea que debemos ser bellas siempre y vestir a la moda para lograr nuestros propósitos y ser «felices».
«El físico hay que aprovecharlo», es la principal arma de las princesas, escuchamos decir a los adultos tantas veces.
No hay en estos cuentos niñas ni jovencitas que tengan sus propias alas o que puedan lucir como son en verdad. Ser luciérnagas fantásticas, flores silvestres o bien lunas llenas, si así lo desean.
Nos presentan cuentos y películas donde una princesa, para tener un espíritu libre y alegre, debe estar encantada. Relatos que enseñan a las niñas que para ser princesas deben casarse con príncipes, y que para lograr enamorar a estos caballeros deben cambiar sus vidas, vestirse, peinarse y arreglarse como princesas pues de lo contrario nunca se enamorarán de ellas. Nos venden líneas de muñecas que fortalecen estos estereotipos de belleza para alcanzar el éxito.
Los relatos de «princesas» de los cuentos clásicos cierran muchas puertas al común de las niñas, son clasistas y muestran la belleza superficial como una joya muy valiosa.
No podemos negar que la industria del cine sí ha intentado vender y mostrar a otro tipo de «princesas» como Tiana, Mulán, Elsa y Anna de Frozen, quienes han sido creadas para dar un nuevo sentido a las vidas de las niñas, aportando historias de mujeres fuertes, diferentes y un poco más realistas. Sin embargo, no todas han tenido éxito de taquilla en sus películas.
El fenómeno social que yo observo en todo esto es que actualmente muchas niñas y jóvenes, a pesar de ser seguidoras en las redes sociales de otras tendencias de modas, roles, culturas, formas de vida y maneras diferentes de ver la belleza, continúan amando esos viejos estereotipos transmitidos por sus madres y abuelas. El mundo actual necesita a mujeres fuertes, que defiendan sus espacios, en sus familias, escuelas, trabajos, culturas y hasta en los concursos de belleza. Se necesitan mujeres capaces de luchar por sus proyectos de vida, con perseverancia y estudio. Mujeres inteligentes y sensibles que no se rindan, que posean valores humanos para transformar al mundo, en un lugar de armonía y paz con la naturaleza, seguridad e inclusión humana. Mujeres realmente bellas en todos los sentidos, dispuestas a ser reinas de sus propios castillos.