La cultura puede definirse como toda manifestación del ser humano en pos de satisfacer sus necesidades materiales y espirituales, conforme al medioambiente circundante. Dentro de esta categoría se encuentra la cultura popular tradicional, conocida también como folclore, que en el caso de El Salvador es oral y nos muestra una riqueza trascendente de esta gran historia de amor conocida como el poderío de Cuscatlán.
Pues bien, el esfuerzo de grandes intelectuales salvadoreños, tales como Pedro Geoffroy Rivas, Miguel Espino, entre otros, de acercar la enseñanza oral de nuestros tatas y nanas (título de honor al padre Sol y a la madre Luna) ha sido el gran alimento histórico de un proceso de inculturación que ha luchado contra el penoso proceso de aculturación instaurado por los colonizadores, mantenido por los criollos y luego ya en la república fortalecido por la oligarquía.
Empero, así como el cactus trata de surgir hasta en el ambiente más inhóspito, en nuestro hermoso país resurge hasta de los techos de teja, visión apabullante de nuestra bella estampa, así también el floclore nuestro se ha mantenido en pie de lucha para no desaparecer y ha llegado a nuestros días rememorándonos que éramos mayas, pipiles, chortis, pocomanes, etc., guerreros, matemáticos, espirituales.
De tal suerte que ese legado de nuestros antepasados nos permite hoy más que nunca tomar nuevas fuerzas, ya que la realidad nacional y política del país está elucubrando no solo una nueva forma de hacer política y trabajo público, sino, ante todo, una visión donde se empodera al pueblo, a que él sea el propio baluarte de su destino. En ese haber se cruza el nacimiento de una nueva tradición oral, que pasará de generación en generación, sobre el momento oportuno en que nació la verdadera República de El Salvador.
El discurso y las decisiones tomadas por el mandatario son muestra palpable de un verdadero amor por la tierra del maíz, el jade, la obsidiana y el café, un resurgir de esta gran cultura, asediada por la inmoralidad extranjera; sin embargo, ante la cimiente de nuestros abuelos, nace la oportunidad de estructurar por fin un verdadero rumbo para el país y una verdadera identidad, fundamentada en nuestra historia indígena, campesina y guerrera.
Es tiempo de que la clase campesina, proletaria, profesional, intelectual, todos en común, levanten la voz en honor de la nueva patria que se está modelando, y de que cada sector, conforme a sus necesidades materiales y espirituales (cultura), monte en el caballo de la nueva patria las circunvalaciones y capas de esa estructura que conllevará a la armadura que mantendrá en pie de lucha ideológica y de revolución de amor la gran manifestación del espíritu de la nueva Cuscatlán.
Tal como lo expresó con un espíritu profético el maestro santaneco Pedro Geoffroy Rivas, «pero los nietos del jaguar aún estamos aquí». Aquí, presentes en esta dialéctica y combativa lucha por la identidad de un pueblo que tiene el derecho de resurgir y tomar las riendas de su destino, conforme a lo que considere oportuno y bueno para sus hijos. Nuevamente lo digo: este es tiempo de la gran manifestación del espíritu de la nueva Cuscatlán.