Pasaban las 5 de la tarde. Entramos a un templo de hierro forjado, vitrales, pisos de laja colocados con simetría, un vestíbulo con una pared de hierro entramado. Rubén Martínez Bulnes nos esperaba en lo que ahora es su estudio, desde donde sigue dibujando sus obras en una libreta de papel liso y grueso. Tiene una mesita con unas cuantas herramientas, que no son ni por asomo la muestra de la cantidad que ha acumulado en más de 60 años de carrera. Está en su año 91, nos recibe con energía, con todo el ánimo de regalarnos tiempo y platicar. La fuerza de sus palabras, de su historia y de sus pensamientos robustecen su voz. Lleva una camisa con botones de color oscuro, porque escuchó un consejo de otros fotógrafos que se lo recomendaron.
[Sin preámbulo, Rubén inicia la conversación]
Fíjese que cuando me dieron el título de Caballero yo bajé la cabeza, no me exaltó, sino que lo contrario. Agradecido. Y le voy decir la verdad también, soy el mejor artista de El Salvador, no hay nadie que me gane, hay que ser sincero. He hecho seis esculturas de cuatro metros en bronce, aquí no han hecho ni una.
He hecho de hierro, de dos, de cuatro metros: una está en San José, Costa Rica. Bueno, solo Costa Rica tiene más esculturas mías que toda Centroamérica junta. Por hacer mucha figura religiosa es que me han dado el título de Caballero. Por mi trabajo religioso. Es algo maravilloso. Francamente, me lo dieron por la iglesia El Rosario. Todas las entidades religiosas estaban allí, estaba el cardenal, el arzobispo y el nuncio, él dijo que era lo más grande que había en iglesias en El Salvador. La iglesia es reconocida en el mundo entero. Yo ya estoy reconocido en el mundo por esa iglesia y por el «Viacrucis». Yo he hecho mucho, pero creo que todo fue por la iglesia El Rosario, eso fue lo que los impactó. Yo quiero decirle que el Señor me quiere, porque fíjese que cuando yo trabajaba, nadie entendía lo que hacía; se me quedaban viendo, o con el tiempo se burlaban. Si me hubiera muerto de 80 años, no hubiera tenido ningún reconocimiento, porque costó mucho que me entendieran. Roberto Galicia hizo una presentación mía, cuando me dieron el honor del Cuarto Salón del Arte Abstracto. Él dice que soy: «El hombre que se adelantó a su tiempo».
¿Por qué no lo entendían?
Porque yo me adelanté mucho a mi tiempo. Hace unos 20 años, lo que hacía lo miraban. La única que fue reconocida fue la estatua de «La justicia», porque es una mujer desnuda y para todos fue «¡eh!». No sé cómo supieron que ese día la iba a colocar, ese día [en 1990] había unas 5,000 personas.
Es el monumento a la Constitución… Sí, yo hice todo. Decían que era, además, muy grande; mire ya no es grande el redondel. Yo les dije no sirve para el tráfico y lo hice más grande. Cuando la trajeron, yo estaba preocupadísimo porque no sabía qué reacción tendría la gente. La grúa la llevó altísima y luego la bajó.
Inmediatamente, están los pernos en su puesto y le quitaron la tela y fue un «¡oh!», fue algo maravilloso, empezaron a aplaudir, y yo no sabía si me iban a aplaudir.
¿Tuvo miedo de la reacción?
Sí, pero mire, les gustó porque era una mujer desnuda y linda, por allí anda la modelo [ríe].
¿Su señora es la modelo?
De todo, ella y mi hija. Ahora la Constitución es un punto de protesta, es un punto céntrico de
la ciudad. ¿Qué siente al ver acontecimientos como las manifestaciones a favor de la mujer? [La semana previa a la entrevista hubo una protesta con grafitis en el monumento por las violaciones de mujeres].
Yo siempre que trabajo lo hago en función social. Entonces, hice el redondel de tal manera que pudieran llegar a correr. Pues, todos los días de Dios llega gente. El Cristo de la Paz lo hice para que los niños patinaran y llegan, y los viejitos sentados en la baranda. Ahora, el feminismo es muy fuerte, porque todas las feministas se la han tomado, hasta Las Dignas, todas las mujeres creen que es de ellas. Así que esa mujer «chulona» es de la ciudad.
¿Y por qué la hizo «chulona»?
Porque no tiene nada que esconder. La justicia tiene que ser así, y tiene los ojos cerrados, no tiene necesidad de ver. Era lo yo creía que iba a ser la nueva justicia en El Salvador, porque en ese tiempo que yo la hice, había un gran problema; y tiene la espada levantada para que ya veamos la justicia. Ahora la mancharon y la protesta fue bien grande, y vienen los tontos de la alcaldía, porque no puedo decir otra cosa, y le pintan de azul la pared. Pero no, esos monumentos son de concreto visto. Ahora cuando no es así se pinta de blanco o se pone repelente, aunque la quieran pintar ya no se puede.
¿Le molestó que la mancharan?
No, es que mire, ese es el vandalismo y yo no puedo ir contra el vandalismo. Yo era un hombre terrible hasta para pelear y hoy soy el más pacífico. El Señor me ha dado 91 años, imagínese que en un mes me dieron 20 reconocimientos. Comenzó con la iglesia el Rosario. En El Salvador, yo soy el artista más grande que hay. No ponga que yo lo digo, yo no me quiero vanagloriar yo solo, pero es la verdad, no puedo ir contra mí mismo.
En su juventud, ¿cuándo y cómo descubre esta vocación en sus manos?
No, es que yo, desde niño, mis juguetes me los hacía. Me compraban, pero los que yo hacía eran mejores. Entonces, a los niños del barrio les gustaban. Yo ponía mis juguetes en el balcón de la casa. Avión, un avión que copié y lo hice con cosas que hallaba de una construcción cerca de mi casa. Yo recogía los pedacitos de madera y con eso hacía los juguetes.
Mis primeras esculturas fueron los juguetes. Mis cuadernos, porque mi papá quería ser ingeniero, yo pintaba y hacía muñecos y me regañaron. Cuando nos daban pisto, compraba yeso. En el suelo y en la calle los dibujaba a todos, hacía las caricaturas y todos se morían de la risa porque eran igualitos.
¿Cómo se inspiraba o de dónde venían esas ideas de las grandes obras?
Mire, la inspiración es del momento. A mi esposa le he hecho poemas de poemas. Hace ratos que no escribo, pero cuando me llevaron al hospital a veces hacía dos poemas diarios. Había un amigo que me conoció allí, «el arquitecto» me decía. Nos hicimos amigos, él me arropaba en la noche, me tapaba la lámpara que me daba a la cara, me leía los salmos y los comentábamos entre todos. Él se llama Rónald Mejía, le hice un poema:
«Conocí en el hospital
a un amigo sincero,
todo un perfecto caballero,
de nombre Mejía Rónald.
Fuimos los dos compañeros
de la terrible enfermedad
del quebranto de los huesos
que fundó nuestra amistad.
Rónald Mejía Mejía,
amante del libro sagrado
que nos lo lee y
nos cuenta con agrado.
Si rodando por vida
nos encontramos un día
Rónald, amigo querido,
siempre serás bienvenido».
[Rubén recita de memoria el poema, se conmueve al recordar el regalo que le hizo a su amigo en el hospital, donde pasó convaleciente por un problema en el codo].
Los grandes vitrales, los ojos de la Virgen del Socorro. ¿Cómo creó eso?
Los ojos la siguen donde esté en la iglesia. Hay un momento en que usted se siente mal, porque cree que la está siguiendo. Es por la simetría de los ojos, es un truco, pero no puedo decir porque costaría mucho. Mire, nunca había hecho un vitral tan grande. Esa es una obra de arte y de ingeniería, pesa 5.5 toneladas; y mire cuántos años ha pasado sin mantenimiento y los terremotos, y no se ha caído. Yo mandé a hacer una foto y la proyectamos en la pared, estuvimos hasta las 11 de la noche dibujando. Al día siguiente, mi esposa se asustó porque el andamio era altísimo. Ese fue el primero y más grande vitral que he hecho.
Tampoco usó andamios para hacer la iglesia El Rosario. ¿cómo hizo?
Los andamios eran muy caros, los iba a ocupar dos años; entonces, el precio era carísimo. Los montacargas, carísimos.
Entonces, vimos con mi socio cuánto aguantaba un cuartón hondureño, que es más grande que el que venden aquí; entonces, distribuimos el techo en todos los cuartones y así armé el andamio.
La estructura es una obra de arte, porque es una estructura de concreto, en Centroamérica no hay una tan grande, porque en este tiempo la hubiera hecho metálica. Pero el techo, al hacerlo, sería oscuro. Pero con mi socio quitamos el 30 % del peso y del costo al poner los vitrales, y por eso me hacían burla, porque me adelanté mucho a mi tiempo.
Entonces, le decían: “la escalera al cielo” y después el “Volkswagen de concreto”, un arquitecto que se llama Mario Peña. Yo daba clases en la UCA y me retiré porque mucho se burlaban.
¿Usted qué decía o cómo reaccionaba?
Me vine, ya no quise ir. Hubo un arquitecto de apellido Alvarado que me molestaba y me decía que la iglesia ya se iba a caer. Me molestaba, y yo era un hombre fortísimo, porque era boxeador, luchador; y le dije: «Dentro de cinco minutos te voy a dar una trompada que te voy a reventar todos los dientes», y me conocían por la fuerza que tenía. Él se quedó asustado y desapareció, fíjese, se fue, pero volando. Su esposa, doña Grace, nos comparte café. Rubén toma té. En este ínterin recordó cuando conoció a la exministra de Cultura, Suecy Callejas, menciona que ahora no le dicen «don» sino «maestro».
¿Cuál es su obra más preciada?
La que voy a hacer [ríe]. Acabo de hacer dos para la Nunciatura, la dibujé en 20 segundos. Venía el padre y me la había encargado, entonces dije: «Tráiganme la libreta y el lápiz»; y el padre en la puerta y, ¡zas!, la hice. Es una caída del señor, una de las caídas del viacrucis. Hoy ya está hecha. No era para acá.