Los Acuerdos de Paz (16 de enero de 1992) dejaron, entre otras omisiones, la falta de un verdadero plan de promoción de la cultura nacional. Entre ellas, lamentable por ser tema de importancia, la falta de divulgación —a escalas nacional e internacional— de la vida y obra de los intelectuales salvadoreños, especialmente de los grandes fallecidos.
Un ejemplo, verdaderamente sentido, es la poca divulgación de la obra de Salarrué a escala internacional.
Pero ¿quién es Salarrué? Salarrué (pseudónimo de Salvador Salazar Arrué) nació en Sonsonate, El Salvador, en 1899 y murió en San Salvador en 1975. Pintor personalísimo, también publicó poesía y novela; pero su verdadera vocación se manifestó en el cuento. En ese sentido, es uno de los autores más prolijos en este género, aunque injustamente desconocido —es decir, no conocido internacionalmente como debiera— lo cual se confirma fácilmente cuando se viaja en plan cultural.
Entre el 16 y el 20 de octubre de 2006 participé como jurado internacional en el certamen Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró 2006, del Instituto Nacional de Cultura (INAC) de Panamá, ramas de poesía, cuento, novela, teatro y ensayo, en el marco de una semana cultural.
Como jurado internacional en cuento, me correspondió disertar sobre la rama con un tema alusivo, de preferencia sobre mi país. Mi conferencia «El personal estilo narrativo y la profundidad psicológica de los personajes en la obra de Salarrué» me sirvió para medir el conocimiento que sobre él se tiene en el continente.
Lamentable e injustamente, Salarrué no es tan conocido en el continente pese a su especial condición de narrador, que con versatilidad especial es autor de abundante obra en la que palpitan entremezclados el verdadero sentimiento y la manera de ser que caracteriza a la población salvadoreña y centroamericana. Con su canto descubre y redescubre a El Salvador, al legitimar con singulares expresiones y vocablos su natal ambiente, el ardiente paisaje cuscatleco captado magistralmente por la sensibilidad de alguien dotado de un vasto poder de comunicación.
Como inaceptable salvedad, quizás el desconocimiento podría deberse, en parte, a la complejidad y exclusividad de algunos vocablos salvadoreños, que no han facilitado la traducción de la abundante obra de Salarrué (ejemplo, «siacabuche», «puesiesque», «culuazul», «sesteyo», «clareyos», «pereguetiado», «guayspiras», y tantos más). En todo caso, y por eso, es obligación cultural divulgar su abundante obra.
Con excepción de la participante en la rama ensayo, Amalia Chaverri, de Costa Rica, para los jurados de los otros países (Cuba, Colombia, Argentina, Venezuela… y de Panamá mismo), la personalidad de Salarrué resultó «extraordinaria y profundamente maravillosa», pero «lamentablemente desconocida». Amalia me comentó que si algo sabía de Salarrué era porque, hacía varios años, fue titular de Educación en su país. Desde luego, los compatriotas asistentes, además de confirmar su conocimiento, ratificaron su orgullo y admiración por el intelectual salvadoreño.
Además de amplios detalle en mi conferencia sobre Salarrué, pude entregar al Instituto Nacional de Cultura (INAC) apenas dos (únicos existentes que encontré aquí en El Salvador) de los tres tomos de «Narrativa completa», de Salarrué, de la Dirección de Publicaciones de Concultura. Lamentablemente, de la edición «Salarrué. Obras escogidas», Editorial Universitaria (UES, 1969), prologada por Hugo Lindo, ni señas… y así, el resto de reconocidos escritores salvadoreños: Arturo Ambrogi, Francisco Gavidia, Claudia Lars, Hugo Lindo, Oswaldo Escobar Velado, Alberto Guerra Trigueros, Pedro Geoffroy Rivas, José María Méndez, Roque Dalton y otros como Salarrué, resultaban relativamente desconocidos.
Ojalá nunca más aquellas grandes comitivas oficiales para «atraer inversiones» —inútiles a veces y con viáticos excesivos— que pudieron promover la realidad cultural del país y no lo hicieron. Y ¿qué hicieron los funcionarios, reconocidos «paseantes» individuales y con familia, sin logros ni beneficios para el país? y ¿qué han hecho o hacen los embajadores y los cónsules en este campo?
Quizás los medios de comunicación social (MCS) puedan retornar un día a la sensibilidad —humano/cultural— de aquellas ricas páginas literarias de antaño para promover internacionalmente la riqueza cultural del país. Enaltecer los valores intelectuales es una hermosa manera de hacer patria. Si está a nuestro alcance y no lo hacemos, de manera indirecta seguiremos contribuyendo a la negación de nuestra cultura.