«El tiro de gracia de esta historia será cuando los salvadoreños lo decidan (¿2024?) o ellos, como fieles a una tradición oligárquica de derechas o nueva burguesía de izquierdas».
Estamos por cumplir seis meses de un nocaut histórico. Dos fuerzas políticas que surgieron en otro contexto, donde era clara la influencia de la Guerra Fría y que a lo largo de los años se degeneraron y se volvieron caldo de corrupción, desidia y desfalco, dijeron adiós y se retiraron dejando una estela de intrascendencia, porque usaron el Estado para sus intereses tanto cuando gobernaron como cuando tuvieron mayoría en la Asamblea Legislativa, que terminó prostituida para sus agendas y las de sus financistas.
Fue así como inició un período diferente, donde hoy están representadas las verdaderas aspiraciones de la gente y hay una sincronía entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo en afán de construir políticas públicas para los ciudadanos y proyectos donde ganan las mayorías.
El avance al respecto es evidente, las comisiones especiales están cumpliendo un gran objetivo en la lucha contra la corrupción y las iniciativas de ley de los ministros y de los diputados hacen mancuerna junto con las decisiones del presidente Nayib Bukele. Pero ¿qué pasó con estas fuerzas anacrónicas? ¿Por qué tanto silencio? ¿Siguen sin recuperarse del nocaut?
La respuesta está en una imagen. En la sesión plenaria del pasado martes, 18 curules vacíos eran el lunar en el Salón Azul del congreso salvadoreño. Tanto ARENA como el FMLN brillaban por su ausencia, mostrando una de dos cosas: o una clara resignación ante el poco aporte que ellos están haciendo para sacar adelante al país que dejaron en ruinas, o el reflejo de que siguen unidos y que la alianza, que casi los lleva a la extinción, sigue siendo la última estrategia (casi parasitaria) para no fallecer.
A nivel partidario, ARENA y el FMLN no tienen liderazgo, voz y mucho menos peso en la realidad nacional. Érick Salguero, el bombero que llegó para reemplazar al cuestionado y procesado Gustavo López Davidson, no es más que un fantasma que aparece para lanzar diatribas y falacias cuando quizá algún financista lo reprocha por su prolongado aletargamiento, mientras que Óscar Ortiz es el principal responsable de la peor debacle electoral de los efemelenistas (incluso más que su primera participación de posguerra) y que sigue recogiendo las esquirlas de lo que dejó Medardo González y la pugna eterna con José Luis Merino.
Con toda la animadversión mostrada hacia lo que significa el proyecto de Nuevas Ideas, su liderazgo y el amplio capital del «animal político» llamado presidente Nayib Bukele, los vetustos gendarmes de la guardia tricolor-farabundista están condenados a darle la última paleada al nicho donde enterrarán su visión sobre El Salvador, tan mancillada como el nombre de los que otrora fueron sus diputados, ministros y alcaldes, hoy prófugos, refugiados o nacionalizados para evitar que la justicia salvadoreña los castigue.
El tiro de gracia de esta historia será cuando los salvadoreños lo decidan (¿2024?) o ellos, como fieles a una tradición oligárquica de derechas o nueva burguesía de izquierdas, hagan una apuesta por otro proyecto con otros signos y símbolos, donde bajen el puño y no canten el «patria sí, comunismo no» o el «revolución o muerte, venceremos».
Sin embargo, la esencia de las cosas será la misma: recuperar el patrimonio para sus perversas agendas, el dinero de sus financistas y el retroceso a las conquistas que en menos de un año y medio el presidente Bukele ha logrado.
La población debe ser muy consciente de esto. Ellos aún siguen sin recuperarse del nocaut y no despiertan, porque el pueblo fue muy claro y contundente el pasado 28 de febrero, pero esto no significa que ellos no retomarán su nefasto plan de afectar los intereses de todos. Hay tanta probabilidad, desde crear un frente opositor o volver a coaligarse, con más descaro, para minar los cimientos de lo que hemos construido entre todos.
Es acá donde cada uno de nosotros debe acuerpar todas las decisiones que desde hoy se toman en Casa Presidencial y que las respalda la Asamblea Legislativa, junto con el buen trabajo que hacen instituciones como la Fiscalía General de la República o la Corte Suprema de Justicia a favor del país. Ellos van a querer asustar con el viejo «petate del muerto», pero eso es poco creíble, porque todo cambió a favor de El Salvador.
Así, Salguero, Ortiz y compañía: sigan guardando silencio, cuiden la tienda sin venta que les han dejado, mientras el país que destruyeron hoy resurge desde las cenizas que ocasionaron. De este modo, El Salvador avanza en la ruta de no ser más una finca privada o un patrimonio de particulares, dos dolores de cabeza para los que en su momento creyeron que jamás terminaría la fiesta que un día comenzó y que mancilló los ideales del que fue su mayor Roberto d’Aubuisson o el líder revolucionario Farabundo Martí. La historia ya los juzgará.