Una mañana de diciembre del año en curso, me encontraba esperando el tren en la estación central de Erlenbach, una pequeña ciudad situada a orillas del lago de Zúrich.
Resulta que en un abrir y cerrar de ojos me llamó la atención la presencia de un grupo de mujeres de cabellos rubios, ojos azules que hablaban en lengua ucraniana y que llevaban de la mano a sus pequeños hijos. Por supuesto que no era la única persona que observaba con cierta curiosidad; además, noté cómo algunos suizos que también esperaban el tren lanzaban una mirada solidaria a estas familias, en las que la ausencia de los padres era evidente porque se encontraban luchando en la guerra de Ucrania.
Este grupo de mujeres y niños es parte de las familias que llegaron a Europa Occidental como consecuencia de la guerra y que obtuvieron una estancia temporal en Suiza.
A diario se observan migrantes de Ucrania que lograron salir de su país y encontrar refugio en la Unión Europea. A propósito, un contingente de millones de personas que se viene a sumar a una de las crisis migratorias más significativas después de la Segunda Guerra Mundial.
La guerra no es solo en el campo militar, sino en los medios de comunicación, y Occidente desde el principio bloqueó los canales rusos con la única intención de contar una parte de la historia, para llevarnos a todos a una zona gris en donde la opinión publicada logre imponerse sobre la opinión pública.
Una acción que poco a poco se desmorona si tomamos en cuenta el sentir de los europeos que dudan cada vez más de sus gobernantes occidentales. Es que el ciudadano promedio europeo no está a favor de aumentar los presupuestos en seguridad, armamento y sobre todo de trastocar los intereses geopolíticos de Rusia.
Los medios occidentales utilizan a diario una serie de patrañas en redes sociales y medios de comunicación, con el fin último de desacreditar las acciones tomadas por el Gobierno que preside Putin y se cuentan historias tan ridículas que sobrepasan la razón. Así, cabe mencionar que se levantan calumnias basadas en una supuesta enfermedad incurable del presidente Putin, que el mencionado presidente quiere volver a los tiempos de la Unión Soviética, que no goza de apoyo popular en el interior de Rusia y que pronto será derrocado por sus máximos opositores, etcétera.
No obstante, la otra cara de la moneda en torno a tanta desinformación en los diferentes medios de comunicación occidentales, internet, es que las acciones económicas tomadas en contra de Rusia y el apoyo armamentista por parte de la OTAN lo único que están generando en el interior de esta nación es el aparecimiento de un nacionalismo patriótico que al final favorece a Putin.
Evidentemente, la desintegración de la Unión Soviética provocó que los rusos a principios de los años noventa se debilitaran en términos geopolíticos como consecuencia de las grandes transformaciones económicas, las políticas, la corrupción y la falta de un liderazgo claro.
Estamos hablando de una nación con una cultura con fuertes raíces imperiales que estaba siendo relegada a un segundo plano en lo económico, político y militar por parte de las potencias más poderosas del planeta.
Cabe destacar que la Rusia de finales de la década de los ochenta tuvo que enfrentar grandes cambios como parte de su historia reciente. Así, Rusia pasó de tener a un hombre de paz y de diálogo, como fue Gorbachov, a estar gobernada por un Boris Yeltsin con graves problemas alcohólicos y marioneta de Occidente. Una época en la cual Occidente saqueó sus principales recursos naturales y en la que un par de barriles rusos costaban una miseria.
En un escenario donde todo el mundo creía que Rusia se había derrumbado al igual que todo el bloque soviético, ahí en esa coyuntura aparece en el escenario político Vladimir Putin, y es a partir de ese momento que los rusos comienzan a recuperar su soberanía y logran expulsar a Estados Unidos al igual que sus aliados de Osetia del Sur, Crimea y Siria.
A escala geopolítica, la OTAN comenzó desde principios de la década de los noventa a fortalecer sus intereses geopolíticos, armamentistas y bélicos en países que en su época formaron parte del bloque socialista (países Bálticos, Polonia, etcétera).
A esto último debemos sumar los recursos económicos que fueron extraídos de Rusia por parte de los occidentales como consecuencia de que es un país con serias dificultades para integrarse al nuevo orden económico mundial que se intentó imponer en aquellos días.
Por lo tanto, las acciones militares tomadas por Putin al invadir Ucrania no son el resultado de una aventura descabezada por parte de un «dictador» como lo calumnia Occidente. Si no más bien, la respuesta de una nación entera que defiende sus intereses geopolíticos, económicos, religiosos, culturales y que no quieren tener misiles apuntando al patio trasero de su país.
La OTAN es una organización político militar que nace después de la Segunda Guerra Mundial para evitar cualquier avance soviético y proteger a las naciones que lo conforman del supuesto expansionismo soviético, pero también cabe destacar que su accionar militar la convierte en una organización criminal que bajo la bandera de ser un organismo que defiende causas humanitarias en la práctica es responsable de la muerte de miles de víctimas inocentes en países como Bosnia-Herzegovina, Yugoslavia, Irak, Macedonia del Norte, Afganistán, Libia y recientemente Ucrania.
Occidente se afanó desde el inicio del conflicto en hilvanar un total misterio en lo que respecta a las causas reales que originaron la guerra entre Rusia y Ucrania. Como es sabido, la frontera entre el misterio y la razón es el silencio. Así que toda esa campaña de intrigas, calumnias y desinformación mundial en contra de Rusia solo nos mantendrá en una zona gris con la única intención de silenciar la opinión pública mundial.